lunes, 1 de marzo de 2010

El Libro de la Vida y de la Muerte

Tercera parte:

HITOS EN EL CAMINO

«La meditación es el único camino para descubrir tu inmortalidad. Entonces desaparecerá todo el miedo. El resto de los temores también desaparecerán porque no eran más que vástagos, ramas secundarias, que tal vez se habían alejado mucho de las raíces, pero que seguían conectadas a ellas.»

1. Ahogarse en el vacío
¿Qué ocurre en la muerte? De repente pierdes tu cuerpo, de repente pierdes tu mente. De repente sientes que te alejas de ti mismo, de todo eso que tomas por ti mismo. Resulta doloroso porque sientes que te vas a ahogar en el vacío. Ahora no estarás en ningún sitio, porque siempre te identificaste con el cuerpo y la mente, y nunca conociste el más allá; nunca te conociste a ti mismo más allá del cuerpo y la mente. Te obsesionaste tanto con la periferia que olvidaste el centro por completo. En la muerte has de enfrentarte al hecho de que el cuerpo desaparece, que no puede retenerse por más tiempo. La mente te abandona, dejas de controlarla. El ego se disuelve; ni siquiera puedes decir «yo». Tiemblas de miedo, al borde de la nada. Dejarás de ser.
Pero si te has preparado, si has estado meditando –y prepararse significa realizar todos los esfuerzos para utilizar la muerte, para utilizar ese abismo de nada–, en lugar de dejarte arrastrar a ella podrás saltar a ella, lo cual es muy distinto. Si has sido arrastrado de mala gana hacia la muerte –no quieres entrar y te han tenido que llevar a rastras– entonces resulta doloroso, y tan intensamente angustioso que en el momento de la muerte estarás inconsciente. Entonces habrás fracasado.
Pero si estás dispuesto a saltar no habrá angustia alguna presente. Si la aceptas y le das la bienvenida, sin quejas –en lugar de ello, estás feliz y celebras que el momento haya llegado, que ahora puedas saltar del cuerpo limitado, saltar fuera del cuerpo, que es un confinamiento, saltar fuera del ego que siempre ha sido un sufrimiento–, si puedes dar la bienvenida a la muerte, entonces no habrá necesidad de caer inconsciente. Si puedes aceptar y mostrarte cordial –lo que los budistas denominan tathata, aceptarla pero no sólo aceptar... porque la palabra “aceptar” no es muy adecuada, pues hay algo de no aceptación oculto en el fondo–, no... sería acoger, si puedes acoger a la muerte, se convierte en una celebración, en un éxtasis, entonces resulta ser una bendición y no tienes necesidad de caer inconsciente.

Si es una bendición te harás perfectamente consciente en ese instante. Recuerda estas dos cosas: si rechazas, si dices no, serás totalmente inconsciente; si aceptas, acoges y dices sí con todo tu corazón, entonces serás perfectamente consciente.
Decir sí a la muerte te hace perfectamente consciente; decir no a la muerte te vuelve perfectamente inconsciente... y ésas son las dos formas de morir.

2. Utilizar el dolor como meditación

El preparativo más importante para entrar en la muerte en un estado consciente es entrar en el dolor de manera consciente, porque la muerte no es algo que suceda a menudo, no nos llega cada día. La muerte sólo llegará una vez, tanto si estás preparado como si no; no puede haber un ensayo previo. Pero el dolor y la desgracia aparecen a diario.
Podemos prepararnos mientras pasamos por el dolor y el sufrimiento; y recuerda, si podemos hacerlo enfrentándonos a ellos, entonces nos resultará muy útil a la hora de morir.
Por eso, los buscadores espirituales siempre han dado la bienvenida al dolor. No existe otra razón. No se trata de que sufrir sea algo bueno. La razón es simplemente que el sufrimiento proporciona al buscador una oportunidad de prepararse y de autorrealización. Un buscador siempre ha agradecido a la existencia el sufrimiento por el que atraviesa por la sencilla razón de que, en momentos de gran desdicha, cuenta con una oportunidad para desidentificarse de su cuerpo.
Por lo general, durante las épocas de sufrimiento intentamos olvidar el dolor. Si una persona tiene problemas se dará a la bebida. Alguien que sufre va a ver una película. Alguien que se siente desdichado intentará olvidar su desgracia mediante oraciones y cantos devocionales. Todo ello no son más que métodos y maneras para olvidarse del dolor.
Cuando alguien bebe podemos estar seguros de que es una táctica. Y si alguien va al cine es que se trata de otra. Una persona acude a un concierto; es una tercera manera de olvidar el dolor. Si alguien se dirige al templo y se sumerge en rezos e himnos estará utilizando una cuarta estrategia. Pero hay mil y una maneras, que pueden ser religiosas o no. Eso no tiene realmente importancia. Pero subyacente a todas ellas está el hecho de que una persona quiere olvidar su desdicha.
Una persona que sale para olvidar su desdicha nunca puede percibir su desdicha. ¿Cómo podemos ser conscientes de algo cuando tendemos a olvidarlo? Sólo podemos ser conscientes de algo adoptando una actitud de recuerdo continuo. Por eso, sólo recordando el dolor podemos hacernos conscientes de él.
Así que siempre que te encuentres en una situación desdichada, acéptala como una oportunidad. Sé totalmente consciente de ella, y tendrás una experiencia maravillosa. Cuando llegues a ser totalmente consciente de tu dolor, cuando lo mires cara a cara, sin escapar de él, tendrás un vislumbre de tu separación respecto de él.
El ser humano exagera su sufrimiento. Magnifica su desgracia, que en realidad nunca es tanta. La razón tras ello es la misma: identificación con el cuerpo. La desgracia es como la llama de una lámpara, pero la experimentamos como la luz dispersa de la lámpara. La desgracia es como la llama, limitada a una muy pequeña sección del cuerpo, pero la percibimos como la luz expandida de la lámpara, que cubre un área mucho mayor. Cierra los ojos e intenta localizar el dolor desde el interior. Recuerda asimismo que siempre hemos conocido el cuerpo desde el exterior, nunca desde dentro. Aunque conozcas tu cuerpo, lo conoces tal y como los demás lo ven. Si has visto alguna vez tu mano siempre lo has hecho desde fuera, pero también puedes sentir la mano desde dentro. Es como si alguien se conformase con ver su casa desde fuera. Pero la casa también tiene una cara interna.
El dolor tiene lugar en las zonas internas del cuerpo. El punto en el que duele está localizado en algún lugar del interior del cuerpo, pero ese dolor se extiende a las zonas externas. Ocurre de la siguiente manera: la llama del dolor está localizada dentro, mientras que la luz irradia hacia fuera. Como estamos acostumbrados a observar el cuerpo desde el exterior, el dolor parece muy extendido. Intentar observar el cuerpo desde el interior es una experiencia maravillosa. Cierra los ojos e intenta sentir y experimentar cómo es el cuerpo desde dentro. El cuerpo humano también cuenta con un muro interior, con una mampostería interna. El cuerpo también tiene un límite interno. Esa frontera interna puede experimentarse con los ojos cerrados.
Ya has visto levantarse tu mano. Ahora cierra los ojos y levanta la mano, y experimentarás el levantarse de la mano desde el interior. Ya sabes lo que es sentir hambre desde fuera. Cierra los ojos y experimenta tener hambre desde dentro, y por primera vez podrás sentirla desde dentro.

Si observas de cerca tu desdicha descubrirás una separación entre tú y la miseria, porque sólo puede observarse lo que está separado de uno. Obviamente, lo que es uno e inseparable no puede verse. Alguien que sea consciente de su desdicha, que esté lleno de conciencia, de remembranza, experimenta la desdicha como si estuviese en un sitio y él en algún otro lugar, a distancia.
El día que el ser humano se dé cuenta de la diferencia entre él mismo y la desdicha, en cuanto sepa que su dolor está sucediendo a distancia, cesará de existir la inconsciencia causada por la desdicha. Y una vez que una persona comprende que tanto los sufrimientos como las alegrías del cuerpo suceden en otra parte, que uno sólo es un conocedor de ellos, cesa su identificación con el cuerpo. Entonces sabe que no es el cuerpo. Ésa es la preparación inicial. Una vez completada es fácil entrar en la muerte conscientemente.

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