DEL SEXO
A LA SUPERCONSCIENCIA
EL SEXO: EL ORIGEN DEL AMOR
El amor... ¿qué es el amor? Sentirlo es fácil, pero definirlo es en verdad difícil. Si le preguntas a un pez qué es el mar, el pez dirá: «Esto es el mar, mira a tu alrededor... y esto es lo que es». Pero si insistes: «Por favor defínelo», entonces el problema resultará muy difícil.
Las cosas mejores y más bellas de la vida pueden ser vividas, pueden ser conocidas, pero son difíciles de definir, son difíciles de describir.
Esta es la desgracia del hombre: durante los últimos cuatro o cinco mil años el hombre se ha limitado a hablar y hablar del amor, de eso que debiera haber vivido intensamente, de eso que ha de ser vivido desde el interior. Ha habido grandes conferencias sobre el amor; se han cantado canciones de amor, se han entonado himnos devocionales en los templos e iglesias. ¿Qué es lo que no se hace para alabar el amor? Y aun así no hay lugar para el amor en la vida del hombre. Si examinamos detenidamente el lenguaje del hombre, veremos que no existe palabra más falsa que «amor».
Todas las religiones predican el amor, pero la clase de amor que predomina, la clase de amor que ha envuelto a la Humanidad como una desgracia hereditaria, sólo ha conseguido cerrar todas las entradas al amor en la vida del hombre. Y las masas idolatran como creadores del amor a los líderes de las religiones. Estos han sido los que han falsificado al amor, los que han secado todas las corrientes del amor. Respecto a esto, no existe diferencia básica en cuanto a actitud entre Oriente y Occidente, entre la India y América.
El manantial del amor aún no emerge en la vida del hombre. Esta situación la atribuimos al hombre mismo. Decimos que el amor no ha surgido, que no hay una corriente de amor en nuestras vidas debido a que el hombre se halla viciado. Culpamos a nuestra mente; decimos que la mente es venenosa. La mente no es veneno. Aquellos que están corrompiendo a la mente han envenenado al amor, no han permitido que el amor florezca. Nada es venenoso en este mundo. No existe nada que sea malo en toda la creación de Dios; todo es néctar. Es el hombre quien ha convertido todo el néctar en veneno. Y los mayores culpables de esto son los llamados profesores, los denominados santones y santos, los políticos.
Reflexiona detenidamente sobre esto. Si esta enfermedad no es comprendida, si no es corregida ahora mismo, ni ahora ni en el futuro habrá posibilidades para el amor en la vida humana.
La ironía es que hemos aceptado ciegamente las justificaciones de este hecho, las cuales provienen de las mismas fuentes que son las culpables de que el amor aún no brille en el horizonte humano. Si se repiten, se reiteran, siglo tras siglo, los principios que nos hacen errar el camino, no lograremos ver la falsedad fundamental oculta tras los principios originales. Y entonces surge el caos, porque el hombre es intrínsecamente incapaz de convertirse en aquello que esas reglas antinaturales dicen que debería convertirse. Simplemente aceptamos que el hombre está errado.
He oído que en tiempos remotos, un buhonero de abanicos de mano solía pasar a diario frente al palacio de un rey, vociferando acerca de lo excepcionales y estupendos que eran los abanicos que tenía a la venta. Proclamaba que nunca nadie había fabricado ni visto abanicos como estos.
El rey tenía una colección de todo tipo de abanicos provenientes de todos los rincones del planeta. Sintió curiosidad y salió al balcón para ver al vendedor de tan extraordinarios y estupendos abanicos. Sin embargo, le pareció que los abanicos eran corrientes, a lo más, que valdrían una rupia cada uno, pero hizo llamar al hombre.
El rey preguntó: «¿Por qué son tan extraordinarios estos abanicos y cuál es su precio?»
El buhonero respondió: «Su Majestad, el precio no es muy alto. En comparación con la calidad de estos abanicos el precio es muy bajo. Cien rupias cada abanico».
El rey estaba asombrado. «¿Cien rupias? Estos abanicos que valen una rupia cada uno, que no valen más de diez pesetas, pueden encon-trarse en todas partes... ¿y pides cien rupias por cada uno? ¿Qué tienen de especial estos abanicos?»
El hombre dijo: «¡La calidad! Cada abanico está garantizado durante cien años. No se estropearán ni siquiera en cien años».
«Si me baso en su aspecto, parece imposible que duren ni siquiera una semana. ¿Estás tratando de engañarme? ¿Es esto un fraude total? ¿Y además al rey?»
El buhonero replicó: «¡Mi Señor! ¿Cómo me atrevería? Usted sabe muy bien, Señor, que paso diariamente bajo su balcón vendiendo abanicos... El precio es de cien rupias por abanico, y me hago res-ponsable si no dura cien años. Me podéis encontrar todos los días en la calle. Y además, sois el soberano de estas tierras, ¿cómo podría estar a salvo si os engaño?»
El abanico fue comprado por el precio solicitado. Aún cuando el rey no confiaba, se moría de curiosidad por saber en qué se basaba el buhonero para hacer esas afirmaciones. Se le ordenó al hombre que se presentara después de siete días.
La varilla central se desprendió en tres días, y el abanico se desintegró antes de una semana.
El rey estaba seguro de que el hombre de los abanicos nunca se presentaría nuevamente. Sin embargo, para su completa sorpresa, el hombre se presentó por su propia voluntad tal como se le había requerido: a tiempo, al séptimo día.
«¡A su servicio, su Señoría!»
El rey estaba furioso: «¡Canalla! ¿Eres un bobo? Mira, ahí está tu abanico, todo roto. Este es el estado en que se encuentra después de una semana y tú me garantizaste que duraría cien años. ¿Estás loco o eres un gran timador?»
El hombre replicó humildemente: «Con las debidas excusas, parece ser que mi Señor no sabe utilizar un abanico. El abanico debe durar cien años. Está garantizado... ¿Cómo lo utilizó?»
«El rey le dijo: «¡Dios mío! ¡Ahora también deberé aprender a utilizar un abanico!»
«Por favor no se enfade. ¿Cómo llegó el abanico a este estado en siete días? ¿Cómo lo utilizó?»
El rey tomó el abanico y le mostró la forma según la cual uno se abanica.
Y el hombre dijo: «Ahora comprendo el error. No ha de abanicarse de esa forma».
«¿Qué otro método existe para abanicarse?»
El hombre le explicó: «Sostenga el abanico; manténgalo inmóvil frente a usted y luego mueva la cabeza de un lado a otro. El abanico durará cien años. Puede que usted muera, pero el abanico seguirá intacto. El abanico no tiene nada malo. Su forma de abanicarse es la que está equivocada. Mantenga la cabeza inmóvil y agite el abanico. ¡Qué culpa tiene mi abanico! La culpa es suya, no de mi abanico».
¡La Humanidad, el hombre, es acusada de un error parecido! Observa nuestra Humanidad: El hombre se halla muy enfermo, consecuencia de cinco, seis o diez mil años de acumular enfermedad. Se afirma una y otra vez que es el hombre el que está mal, y no la cultura. El hombre se está pudriendo; la cultura es ensalzada. ¡Nuestra grandiosa cultura! ¡La grandiosa religión!... ¡Todo es grandioso! ¡y observa el resultado!
Afirman que el hombre está mal, que el hombre debiera cambiar. Y sin embargo, ningún hombre se pone en pie y cuestiona si las cosas son como debieran ser debido a que nuestra cultura y nuestra religión, que no han logrado llenar de amor al hombre desde hace diez mil años, están basadas en falsos valores. Y si el amor no se ha desarro-llado en los últimos diez mil años, cree mi palabra de que no existe ninguna posibilidad futura de un hombre amoroso si nos hemos de basar en esta cultura y religión. Lo que no pudo lograrse en los últimos diez mil años no puede ser alcanzado en los próximos diez mil años, porque el hombre de hoy será el mismo que el de mañana. Aun cuando las capas externas de etiqueta, civilización y tecnología cambian de una época a otra, el hombre es y será siempre el mismo.
¡No estamos dispuestos a reexaminar nuestra cultura y nuestra religión, y sin embargo las ensalzamos a voz en grito y besamos los pies de sus santos y custodios! Ni siquiera estamos dispuestos a mirar atrás, a reflexionar acerca de nuestra forma de vida y el curso de nuestro pensamiento para verificar si no nos conducen por caminos equivocados, si es que no están totalmente errados...
Quiero decir que la base es defectuosa, que los valores son falsos. Prueba de ello es el hombre actual. ¿Qué otra prueba podría haber?
Al plantar una semilla, ¿qué conclusión extraemos si los frutos son venenosos y amargos? Se deduce que la semilla debe de haber sido venenosa y amarga... Pero, por supuesto, es difícil vaticinar si una semilla determinada producirá o no frutos amargos. Puedes observarla, mirarla por todos lados, presionarla, romperla, sin embargo, no podrás predecir con seguridad si los frutos serán dulces o no lo serán. Tendrás que esperar la prueba del tiempo.
Planta una semilla. Una planta brotará. Pasarán los años y crecerá un árbol que se elevará más y más, sus ramas se extenderán hacia el cielo, dará frutos... y sólo entonces podrás saber si la semilla que plantaste era o no era amarga. El hombre moderno es el fruto de estas semillas de cultura y religión que fueron plantadas y nutridas hace diez mil años. Y este fruto es amargo, lleno de conflictos y sufrimiento.
Y sin embargo nosotros somos los que alabamos estas semillas y esperamos que el amor florezca de ellas. Eso no va a ocurrir, lo repito, porque la posibilidad misma de que el amor surja ha sido destruida por la religión. La posibilidad ha sido envenenada. Más que en el hombre, podemos ver el amor en las aves, animales y plantas; en aquellos que no tienen religión ni cultura. Podemos ver más amor en el hombre incivilizado, en un montañés subdesarrollado, que el que podemos encontrar en el mal llamado progresivo, culto y civilizado hombre actual. Y os lo recuerdo, los aborígenes no han desarrollado civilización, cultura o religión.
¿Por qué el hombre se está volviendo cada vez más estéril respecto al amor cuanto más civilizado, culto y religioso es, cuanto más acude a orar a templos e iglesias? Existen motivos, y quisiera discutirlos. El manantial perenne del amor podrá brotar si logramos comprender esto. Sin embargo, ahora está cubierto de piedras: no puede fluir. Está cerrado por todos lados, y el río Ganges no puede salir a borbotones, no puede fluir libremente.
El amor se halla en el interior del hombre. No es necesario importarlo desde el exterior. No es una mercancía que debamos adquirir en algún mercado. Está allí, como la fragancia de la vida. Está en el interior de todo el mundo. La búsqueda del amor, la aspiración de alcanzarlo, no es una acción positiva o un acto abierto de acudir a un lugar determinado y extraerlo...
Un escultor se hallaba tallando una roca. Alguien que había ido a ver cómo se hacía una estatua, observó que no había indicio alguno de una estatua. Sólo había una roca que era tallada aquí y allá con cincel y martillo.
El hombre preguntó: «¿Qué estás haciendo? ¿No vas a hacer una estatua? He venido a ver cómo se hace una estatua, pero veo que estás cincelando una roca».
El artista respondió: «La estatua se halla oculta en su interior. No es necesario hacerla. Sólo hay que quitar el volumen de piedra inútil que la cubre y la estatua aparecerá. Una estatua no se fabrica: es descubierta. Es desvelada, es traída a la luz».
El amor se halla encerrado en el interior del hombre: sólo hay que liberarlo. No se trata de producirlo: hay que descubrirlo. Sin embargo, ¿con qué nos hemos cubierto, qué es lo que le impide salir?
Trata de preguntarle a un médico qué es la salud. Es algo muy ex-traño el hecho de que ningún médico en el mundo pueda decirte qué es la salud. Aun cuando toda la ciencia médica se basa en la salud, ¿no hay nadie que pueda decirte qué es la salud? Si le preguntas a un doctor, te contestará que él puede decirte lo que son las enfermedades, lo que son los síntomas. Puede que conozca diferentes términos técnicos para todas y cada una de las enfermedades, y también puede prescribir la cura... ¿Pero la salud? Acerca de la salud no sabe nada. Sólo puede decir que la salud es aquello que queda cuando no está presente ninguna enfermedad. Esto se debe a que la salud se halla oculta en el interior del hombre. Trasciende sus posibilidades de definición.
La enfermedad proviene de afuera, y por tanto, puede ser definida; la salud proviene de nuestro interior, por lo tanto no puede ser definida. Se resiste a la definición. Sólo podemos decir que la salud es la ausencia de enfermedad. Eso está bien, ¿pero es ésta la definición de salud? En ella, no se dice nada respecto a la salud en sí. El hablar acerca de la ausencia de enfermedad nos dice algo acerca de la enfer-medad, no acerca de la salud. Y la verdad es que no es necesario crear la salud. O bien se halla oculta por la enfermedad o aparece si la enfermedad desaparece, si se retira o es expulsada. La salud se encuentra en nuestro interior; la salud es nuestra naturaleza.
El amor se halla en nuestro interior. El amor es nuestra naturaleza intrínseca. Es un completo error pedirle al hombre que dé amor. El problema no consiste en crear amor, sino en indagar y descubrir los motivos por los cuales no logra manifestarse. ¿Cuál es el obstáculo, la dificultad? ¿Dónde está el dique que lo refrena?
Si no existen barreras, el amor aparecerá. No es necesario per-suadirle o guiarle. Cada hombre se hallará lleno de amor si no existen barreras de falsa cultura o de tradiciones degradantes y dañinas. Nada puede sofocar al amor. El amor es inevitable. El amor es nuestra na-turaleza.
El Ganges fluye desde los Himalayas. Su corriente de agua es fuerte y fluida. No le pregunta a un sacerdote por el camino hacia el océano. ¿Has visto alguna vez a un río en un cruce de caminos, soli-citándole a un policía las indicaciones para llegar al océano? Por muy lejos que el mar se encuentre, por oculto que esté, es seguro que el río hallará el camino. Eso es inevitable. Tiene el impulso interno. No tiene ninguna guía, pero es totalmente seguro que llegará a su destino. Socavará las montañas, cruzará las llanuras y atravesará el campo en su deseo de alcanzar el océano. Un deseo insaciable, una impre-sionante energía se aloja en lo más profundo de su corazón.
Sin embargo, ¿qué pasará si el hombre interpone obstáculos en su camino, si los seres humanos construyen diques? Un río supera, atraviesa las barreras naturales -que en realidad no constituyen un verdadero obstáculo para él- pero si el hombre crea barreras, si ingenieros humanos construyen diques que lo obstaculicen, es posible que el río nunca llegue al océano. Uno debiera tener presente la obvia diferencia en esta situación. El hombre, la inteligencia suprema de la creación, puede impedir, si así lo decide, que el río llegue al mar.
En la naturaleza existe una unidad fundamental, una armonía. Las obstrucciones, los aparentes obstáculos que se ven en la natu-raleza, son desafíos para despertar la energía: cumplen la función de toques de clarinete que despiertan aquello que se halla latente en el interior. No existe desarmonía en la naturaleza.
Cuando sembramos una semilla, parece ser que la capa de tierra que se halla sobre la semilla la está presionando, le está impidiendo crecer. Es así como parece ser; pero en realidad, esa capa de tierra no constituye una obstrucción. Sin esa capa, la semilla no puede germi-nar: la tierra presiona a la semilla a fin de ablandarla, desintegrarla y transformarla en un árbol joven. Aparentemente, la tierra está sofocando a la semilla, pero la tierra sólo está realizando la labor de un amigo. Esta es una operación clínica. Si una semilla no se transforma en una planta pensamos que la tierra puede no ser la apropiada o que la semilla no ha tenido suficiente agua o suficiente luz solar. No culpamos a la semilla. Sin embargo, si no se producen flores en la vida del hombre, afirmamos que el hombre es el respon-sable de ello. Nadie piensa en abonos de mala calidad, en una falta o de agua o de luz solar, y hace algo en consecuencia. En este caso, todo se limita a acusar al hombre de «maligno». Y el hecho es que la planta del hombre se ha quedado subdesarrollada, ha sido reprimida por una actitud hostil, no ha logrado alcanzar el estado de flo-recimiento.
La naturaleza es una armonía rítmica, pero la artificialidad que el hombre ha impuesto sobre ella, la ingeniería que ha llevado a cabo sobre ella, el conocimiento mecánico que ha arrojado a la corriente de la vida, han creado obstrucciones en muchos lugares, han detenido el flujo... Y se culpa al río. Dicen: «El hombre es malo; la semilla es venenosa»...
Quiero atraer tu atención hacia el hecho de que los principales obstáculos han sido construidos por el hombre, creados por él mismo; de otro modo, el río del amor podría correr libremente y llegar al océano de Dios. El amor es algo inherente al hombre. Si los obstáculos son eliminados con discernimiento, el amor podrá fluir. El amor podrá elevarse hasta alcanzar a Dios, al Sublime Supremo.
¿Cuáles son estas imposiciones hechas por el hombre?
En primer lugar, la obstrucción más obvia ha sido la oposición al sexo, a la pasión. Esta prohibición ha destruido la posibilidad de que el amor nazca en el hombre.
Y la pura verdad es que el sexo es el punto de partida del amor. El sexo es el inicio del viaje en pos del amor. El origen, el Gangotri del Ganges del amor es el sexo, la pasión, y todo el mundo se comporta como si éste fuese el enemigo. Todas las culturas, todas las religiones, todos los gurús, todos los profetas y videntes han atacado a este Gangotri, a esta fuente, y el río se ha quedado detenido allá arriba. El vocerío público siempre ha dicho que el sexo es un pecado, que es irreligioso: el sexo es veneno. Nunca nos damos cuenta de que, en último término, es la misma energía sexual la que viaja y llega al océano del amor. El amor es la transformación de la energía sexual. El amor florece de la semilla del sexo.
Si ves un trozo de carbón, no se te ocurriría pensar que ese carbón, si es transformado, se convertirá en diamante. Los elementos pre-sentes en el carbón son los mismos que en el diamante. En esencia, no existe diferencia fundamental entre los dos. Después de ser some-tido a un proceso de miles de años, el carbón se convierte en dia-mante. Pero al carbón no se le otorga importancia alguna. Si es alma-cenado en una casa, se le pone en un lugar en que no sea visto por los visitantes, mientras que los diamantes, se llevan alrededor del cuello, sobre el pecho, de modo que todo el mundo pueda verlos. El diamante y el carbón son lo mismo, aun cuando son dos puntos de la jornada del mismo elemento y sin embargo, ¿es acaso obvia en alguna parte del mundo esta afinidad interna entre ellos? Si te transformas en un enemigo del carbón -lo que sería muy natural, dado que a primera vista el carbón sólo puede ofrecer hollín negro- la posibilidad de su transformación en diamante finalizaría en ese punto. Ese mismo carbón podría haberse transformado en un diamante; sin embargo, odiamos al carbón, y de allí la anulación de cualquier posibilidad de progreso posterior.
Sólo la energía del sexo puede florecer en amor; pero todo el mundo, incluyendo a los grandes pensadores de la Humanidad, están en su contra. La oposición no permite que la semilla germine. El palacio del amor es saboteado desde sus cimientos. La hostilidad en contra del sexo ha destruido la posibilidad del amor. Al carbón se le niega la posibilidad de transformarse en diamante.
Es debido a este concepto fundamental erróneo que nadie siente la necesidad de atravesar las etapas de aceptación, desarrollo y transformación del sexo. ¿Cómo podemos transformar algo de lo cual somos enemigos, ante lo cual nos oponemos, con lo cual estamos en guerra constante?
Al hombre se le ha impuesto una lucha constante en contra de su energía. Se le enseña a luchar en contra de la energía sexual, a oponerse a las tendencias sexuales.
«La mente es veneno; por lo tanto, lucha contra ella». Pero la mente está en el hombre y el sexo también. Y sin embargo, se espera del hombre que se encuentre libre de conflictos internos; se espera de él que tenga una existencia armoniosa. Debe luchar en contra de los conflictos y también hacer la paz con ellos; esas son las enseñanzas de sus líderes. Por un lado, hacen que el hombre se vuelva loco, y por el otro, construyen manicomios para someterlo a tratamiento. Esparcen los gérmenes de la enfermedad y construyen, paralelamente, los hospitales para curarla.
Otra consideración importante es que el hombre no puede ser separado del sexo. El sexo es su origen: es allí donde nace. Dios ha aceptado la energía del sexo como el punto de partida de la creación. ¡Y los «grandes hombres» lo consideran un pecado, mientras que el mismo Dios no lo considera así! Si Dios considerara el sexo como un pecado, significaría que no hay pecador más grande que Dios en este mundo, en el universo.
¿Has pensado alguna vez que el florecimiento de una planta es una expresión de pasión, que es un acto sexual? Un pavo real danza en toda su gloria, y un poeta hará una canción de ello. Un santo también se sentirá lleno de júbilo. Pero ¿no se dan cuenta que la danza es también una expresión abierta de pasión, de que es también, en lo fundamental, un acto sexual? ¿A quién desea agradar el pavo real con su danza? El pavo está llamando a su amada, a su pareja. Los pájaros, el cucú, cantan; un hombre llega a la adolescencia, una muchacha se transforma en una mujer; ¿Qué es todo esto? ¿Qué juego es éste? Todo eso son indicaciones de amor, de energía sexual. Esas manifestaciones son formas transformadas del sexo, expre-siones del amor. Burbujean con energía, reconocen y aceptan al sexo, a la vida. La vida entera: todos los actos, las actitudes, las tendencias, corresponden al florecimiento de la energía sexual primaria.
La religión y la cultura están volcando, en la mente del hombre, veneno en contra del sexo. Intentan crear un conflicto, una guerra. El hombre se halla luchando en contra de su energía primaria, y de ese modo se ha vuelto débil y extraño, tosco y vulgar, falto de amor y lleno de nada.
Debemos ser amigos y no enemigos del sexo. El sexo debiera ser elevado a alturas más puras.
Un sabio, mientras bendecía a la pareja de recién casados, le dijo a la novia: «Que seas madre de diez niños y que, finalmente, tu esposo se transforme en tu décimo primer hijo».
Si la pasión es transformada, la esposa puede transformarse en una madre; si la lascivia es trascendida, el sexo puede transformarse en amor. Sólo la energía sexual puede florecer en una fuerza amorosa, pero hemos llenado al hombre de oposición hacia el sexo. Y el resul-tado es que el amor no ha florecido. Lo que ha de llegar, lo venidero sólo puede ser posible si se acepta el sexo. La corriente del amor no puede crecer debido a la oposición cerrada. Al contrario: el sexo, se mantiene agitándose en el interior y la consciencia del hombre se halla así enturbiada por la sexualidad.
La conciencia moral del hombre se está volviendo más y más sexual. Nuestras canciones, poemas, pinturas e incluso las figuras de ídolos en el templo están virtualmente centradas en torno al sexo, porque nuestras mentes también se hallan rotando en torno al eje sexual. ¡Ninguno de los animales del mundo es tan sexual como el hombre! El hombre es sexual por donde quiera que se le mire; despierto o dormido, en sus modales así como en su conducta. Siem-pre está obsesionado por el sexo.
Debido a este rechazo, a esta oposición, a esta represión, el hombre se halla arruinado en su interior. No podrá nunca, debido a sus constantes conflictos internos, liberarse de aquello que es la raíz misma de su vida. Todo su ser se ha vuelto neurótico. Está enfermo. Esta sexualidad pervertida que es tan evidente en el hombre se debe a los mal llamados líderes y santos. Ellos son los culpables de esto. La posibilidad de que el amor florezca seguirá siendo nula hasta que el hombre se libere de estos profesores, moralistas y líderes religiosos y de sus falsos sermones.
Recuerdo una historia.
Un domingo, un pobre granjero salía de su casa. Al llegar a la verja, se encontró con un amigo de la infancia que venía a visitarlo. El granjero dijo: «¡Bienvenido! ¿Dónde has estado durante tantos años? Entra... pero prometí ir a ver a unos amigos y me es difícil posponer ese compromiso. Por favor descansa en mi casa. Regresaré en una hora, más o menos. Volveré pronto y podremos conversar largo y tendido».
El amigo respondió: «¡Oh, no! ¿No sería mejor que fuera contigo? Mis ropas están sucias... si me pudieras dar ropa limpia, me podría cambiar e ir contigo».
Mucho tiempo atrás, el rey le había regalado al granjero unos vestidos muy valiosos y él los había conservado para alguna gran ocasión. Alegremente los fue a buscar. El amigo se vistió con el precioso abrigo, se puso el turbante, el dhoti y los atractivos zapatos. Parecía un rey. Mirando a su amigo, el granjero sintió un poco de envidia. Comparado con él, el granjero parecía un sirviente. Pensó que había sido un error haberle prestado su mejor vestido. El granjero se empezó a sentir inferior. Ahora, pensó, todo el mundo miraría al amigo y él parecería ser un asistente, un sirviente.
Intentó aquietar su mente diciéndose a sí mismo que era un buen amigo, un hombre de Dios; que sólo debía pensar en Dios y en las cosas buenas. «Después de todo, ¿qué importancia tiene un hermoso abrigo o un buen turbante?»
Sin embargo, mientras más trataba de convencerse a sí mismo, más se obsesionaba con el abrigo y el turbante.
En el camino, y aunque iban juntos, los transeúntes sólo miraban al amigo. Nadie se daba cuenta de la presencia del granjero. Empezó a sentirse deprimido. Conversaba con su amigo, pero interiormente sólo pensaba en el abrigo y el turbante.
Llegaron a la casa a la cual se dirigían y presentó a su amigo: «Este es mi amigo, un amigo de la niñez. Es un gran hombre...»; pero de pronto explotó, «... y las ropas son mías». Esto fue debido a que todos los habitantes de la casa tenían la vista fija en su amigo, observando sus hermosas vestiduras. Y en el interior del granjero se había iniciado un diálogo: el abrigo, el turbante; mi abrigo, mi tur-bante... y esto seguía y seguía. Estaba obsesionado con ellos y na-turalmente, lo que había sido reprimido, escapó de sus labios: «... y las ropa son mías».
El amigo se quedó aturdido. Los dueños de la casa también se sorprendieron. También él se dio cuenta de su impertinente ob-servación, pero ya era tarde. Internamente se arrepintió del desacierto y se reprochó el patinazo.
Al irse de la casa se disculpó con su amigo. El amigo dijo: «Me quedé anonadado. ¿Cómo pudiste hablar así?»
El granjero le contestó: «Lo siento, es mi lengua. Cometí un error».
Pero la lengua nunca miente. Las palabras salen de la boca sólo si algo de lo que se dice se halla presente en la mente. La lengua nunca comete un error.
Dijo: «Perdóname. ¿Por qué lo dije?, no lo sé». Pero él sabía perfectamente cómo la idea había surgido en su mente.
Encaminaron sus pasos hacia la casa de otro amigo. Ahora, internamente, él estaba tomando la firme decisión de no decir que las vestiduras eran suyas. Estaba fortaleciendo su mente. Al llegar a la verja de la casa, ya había adoptado la firme decisión de que no iba a mencionar que la ropa era suya. Pero ese tonto no sabía que cuanto más se imponía a sí mismo el no decir nada, más firmemente se enraizaba su sentimiento interno de que él era el dueño de esas vestiduras.
Por otra parte, ¿en qué ocasiones se adoptan las decisiones firmes? El significado del hecho de que un hombre tome una firme decisión, por ejemplo: un voto de celibato, es que la sexualidad está intentando desesperadamente salir desde adentro. Un hombre decide que desde hoy comerá menos o que comerá rápido. Eso implica que tuvo que decidir eso porque profundamente desea comer más. Y estos esfuer-zos producen, inevitablemente, un conflicto interno. Somos lo que nuestras debilidades son. Pero decidimos ponerles freno, resolvemos luchar en su contra. Esto, naturalmente, se transforma en fuente de conflicto subconsciente.
Así, enfrascado en su lucha interna, nuestro granjero entró en la casa. Comenzó con mucha cautela. «El es mi amigo...» Pero mientras decía esto, se dio cuenta de que nadie le prestaba ninguna atención sino que todos miraban asombrados a su amigo y a su vestimenta. Y eso le alteró, «Estos son mi abrigo y mi turbante». Se recordó a sí mismo que no tenía que hablar de la ropa, porque así lo había resuelto.
«Todo el mundo tiene ropa, de un tipo o de otro, pobres o ricas. Eso es un asunto trivial». Se explicó a sí mismo, pero las ropas se balanceaban ante sus ojos como un péndulo, desde afuera hacia adentro y desde adentro hacia afuera
Reanudó la presentación: «El es mi amigo. ¡Un amigo de la infancia! Es una excelente persona... y las ropas son suyas y no mías».
Los presentes se sorprendieron. Nunca habían oído presentar a un amigo de esa forma... «Las ropas son suyas, y no mías».
Después de salir, se disculpó por el tremendo desatino que había cometido. Se sentía confundido acerca de qué hacer y qué no hacer así como respecto a lo que le estaba pasando. Decía: «Hasta ahora, nunca unos vestidos me habían obsesionado de esta forma. ¡Oh, Dios! ¿Qué me ha ocurrido?»
El pobre individuo no sabía que la técnica que estaba empleando consigo mismo era tal que incluso si Dios la pusiera en práctica, las ropas también le obsesionarían.
Indignado, el amigo le dijo que ya no deseaba ir a ninguna parte con él. El granjero se aferró a sus pies y le dijo: «Por favor no hagas eso. Me sentiría desgraciado durante el resto de mi vida por haber sido tan descortés con un amigo. Juro que ya no mencionaré las ropas. Juro por Dios, de todo corazón, que ya no mencionaré las ropas».
Pero uno debiera siempre fijarse en aquellos que juran, porque en su interior albergan un sentimiento mucho más profundo. La mente superficial adopta una resolución, pero aquello en contra de lo cual apunta el juramento, sigue estando contenido en los laberintos de la mente subconsciente. Si la mente se halla dividida en diez partes, es una parte, la más superficial, la que se compromete con las reso-luciones, mientras que las restantes nueve partes están en su contra. El voto de celibato es adoptado por una parte, mientras que la otra parte que está loca por el sexo, pide llorando aquello que Dios ha implantado en el hombre.
Sea como fuere, se dirigieron a la casa de un tercer amigo. Ahora, intentó contenerse rigurosamente a sí mismo. Las personas reprimidas son muy peligrosas porque en su interior hay un volcán en actividad. Externamente están rígidas y reprimidas, pero la falta de expresión se halla absolutamente constreñida en su interior.
Y por favor, recuerda que un logro forzado no puede ser constante ni completo debido al inmenso esfuerzo que requiere. Por fuerza deberás relajarte en algún momento. Tendrás que descansar... ¿Por cuánto tiempo puedo mantener el puño apretado?¿Veinticuatro horas? Cuanto más lo apriete, más me cansaré y más pronto lo abriré. Esfuérzate más; pon más energía, y más pronto te cansarás y la reacción será la opuesta e igual de rápida. La palma puede permanecer abierta todo el tiempo, pero no puede permanecer cerrada todo el tiempo. Algo que te cansa tanto no puede constituir una forma natural de vida. Siempre que fuerces algo, necesitarás un lapso de tiempo para descansar. Así cuanto más santo sea el adepto, más peligroso será. En veinticuatro horas de represión -siguiendo las normas de las escrituras-, tendrá que relajarse durante una hora; un rato. Durante este período de descanso, aparecerán en oleada todos los pecados reprimidos y se encontrará en medio de un infierno.
De modo que el granjero se había estado reprimiendo riguro-samente a sí mismo para no hablar de las ropas. Imagina su estado: aunque seas una persona poco religiosa, te podrás imaginar su condición mental. Si juraste algo alguna vez o tomaste votos o te reprimiste por uno u otro motivo religioso, debes comprender perfec-tamente bien el lamentable estado en que su mente se encontraba.
Entraron en la siguiente casa. El granjero estaba transpirando profusamente; estaba exhausto. El amigo también estaba preocupado. El granjero estaba muy tenso y ansioso. Pronunció con lentitud y cautela cada una de las palabras de la presentación: «El... es... mi... amigo. Es un..., viejo... amigo. Es... un hombre... muy bueno». Titubeó por un instante. Un gran impulso surgió desde su interior y se sintió arrastrado. Dijo abruptamente, en voz alta: «Y las ropas... Perdónenme. No diré nada acerca de ellas, pues he jurado no hablar de su vestido».
Lo que le ocurrió a este hombre le ha estado ocurriendo a toda la Humanidad. El sexo se ha transformado en una obsesión, en una enfermedad, en una perversión. Está envenenado debido a la condena a que ha sido sometido
Desde su más tierna edad a los niños se les enseña que el sexo es pecado. A las niñas se les dice, a los niños se les advierte, que el sexo es pecado. Una niña crece. Un niño crece. Viene la adolescencia. Contraen matrimonio. Y así se inicia un viaje hacia la pasión, con la convicción establecida de que el sexo es pecado. A la muchacha también se le dice que su esposo es un dios. ¿Cómo puede reverenciar como a un dios a alguien que la conduce al pecado? Al muchacho se le dice que ella es su esposa, su pareja, su compañera. Las escrituras afirman que la mujer es la entrada al infierno, una fuente de pecado. El muchacho siente que tiene a un demonio viviente como compañero en la vida. El muchacho piensa: «¿Es ésta mi amada mitad; mi amada e infernal y pecaminosa mitad?» ¿Cómo va a haber armonía en su vida?
Las enseñanzas tradicionales han destruido la vida conyugal en el mundo entero. Cuando existen prejuicios acerca de la vida conyugal, cuando ésta se halla envenenada, no existe la posibilidad del amor. Si marido y mujer no pueden amarse libremente el uno al otro -lo cual es inherente y muy natural- ¿quién va a amar a quién? Esta angustiosa situación, este amor enturbiado, puede ser purificado, puede ser elevado a alturas tan sublimes que puede romper todas las barreras, resolver todos los complejos y sumergirlos en regocijo puro y divino. Esta sublimación es posible. Pero si la semilla misma es destruida, si es secada, envenenada, ¿qué puede brotar de ella? ¿Cómo podrá llegar a ser una rosa de amor supremo?
Un asceta errante estaba acampado en un pueblo. Un hombre se le acercó y le dijo que deseaba conocer a Dios. El asceta le preguntó: «¿Has amado a alguien alguna vez?»
«No, no he caído en cosa tan mundana. Nunca me he rebajado tanto, porque es a Dios a quien deseo alcanzar».
El asceta le preguntó de nuevo: «¿Nunca has experimentado las congojas del amor?»
El buscador le respondió enfáticamente: «Te estoy diciendo la verdad».
El pobre hombre decía la verdad porque en el ámbito de la religión, el amor es motivo de descalificación. Tenía la seguridad de que si respondía que había amado a alguien, el asceta le pediría que se deshiciera del amor de inmediato, que renunciase a ese apego, que dejara atrás las emociones mundanas antes de solicitar su guía. Así que, aunque pudiera haber amado a alguien alguna vez, tuvo que responder negativamente. ¿Cómo puedes encontrar a un hombre que ni siquiera haya amado un poco?
El monje preguntó por tercera vez: «Dime algo. Revisa cuidadosamente. ¿No has amado ni un poco siquiera, a alguien, a quien fuera?»
El aspirante le contestó: «Perdóname, pero ¿por qué insistes en la misma pregunta? No tocaría siquiera al amor con una vara de tres metros porque deseo alcanzar la autorealización. Deseo la cualidad divina».
A esto, el asceta replicó: «Tendrás que disculparme. Por favor vete y acude a otro, pues mi experiencia me dice que si hubieras amado a alguien, a alguna persona, poco o mucho, si tan sólo hubieses tenido un atisbo del amor, yo podría ayudarte a expandirlo, yo podría guiarte para hacerlo crecer y probablemente llegarías a Dios. Sin embargo, si nunca has amado, no posees nada en tu interior. No tienes una semilla que pueda convertirse en un árbol. ¡Así que ve y busca a otro, amigo mío! Si no hay amor, no veo abertura alguna para que Dios entre».
Del mismo modo, si no hay amor entre marido y mujer... Cometerás un lamentable error si crees que el marido que no ama realmente a su esposa puede amar a sus hijos. A la esposa le será posible amar a su hijo en el mismo grado en que ame a su esposo, porque el niño es el reflejo de su esposo. Si no hay amor por el esposo, ¿cómo podrá haber amor hacia el hijo? Y si al hijo no se le da amor -nutrir y criar no es amar- ¿cómo esperas que ame a su madre o a su padre?... Una familia es una unidad de vida. El mundo mismo es también una gran familia. Pero la vida familiar se halla envenenada debido a la condenación del sexo, y luego nos quejamos diciendo que el amor no está presente por ningún lado. En estas circunstancias, ¿cómo puedes esperar que haya amor?
Todo el mundo afirma que ama: la madre, la esposa, el hijo, el hermano, la hermana, el amigo; todos dicen que aman. Pero si ob-servas la vida en su totalidad, no verás amor en ella. Si tanta gente estuviera llena de amor tendría que haber una lluvia de amor, habría un jardín lleno de flores; flores y más flores. Si hubiese una lámpara de amor encendida en cada hogar, ¿cuánta luz de amor no habría en el mundo? En vez de eso, descubrimos una persistente atmósfera de aversión. No hay ni un solo rayo de amor en este lamentable estado de cosas.
Es un esnobismo el creer que el amor se halla presente en todas partes y mientras permanezcamos sumergidos en esta ilusión, ni si-quiera podrá iniciarse la búsqueda de la verdad. Aquí nadie ama a nadie, y mientras el sexo natural no sea aceptado sin reservas, no podrá haber amor. Hasta entonces, nadie podrá amar a nadie.
Lo que deseo decir es esto: que el sexo es divino. La energía básica y primaria del sexo tiene en sí el reflejo de Dios. Esto es evidente, pues tiene la energía para crear una nueva vida. Y ésta es la fuerza más grande y misteriosa. Deja de ser su enemigo. Si anhelas una lluvia de amor en la vida, renuncia al conflicto con el sexo. Acepta el sexo con alegría, reconoce su cualidad sagrada. Recíbelo con gra-titud y acéptalo más y más profundamente. Te sorprendería el descubrir cuán sagrado se revela el sexo cuanto más le brindas una sagrada aceptación. Y cuanto más pecaminosa e irreverente sea tu actitud, más feo y pecaminoso se reflejará el sexo. Cuando uno se acerca a la esposa, debería albergar una actitud sagrada, como si estuviera acudiendo a un templo. Y cuando la esposa se acerca al esposo, debiera sentirse llena de reverencia, como si se acercara a Dios. Pues en el sexo los amantes viven el acto sexual, y esa etapa se halla muy cercana al templo de Dios, en donde El se manifiesta en una creativa ausencia de formas.
Y mi conjetura es que el hombre obtuvo el primer luminoso vislumbre del samadhi - la contemplación no cognitiva - en la historia humana, durante la relación sexual. Unicamente durante el acto sexual el hombre se dio cuenta de que es posible experimentar un amor tan profundo, una dicha tan luminosa. Y aquellos que meditaron en esta verdad, en la actitud mental correcta - en este fenómeno del sexo y la relación sexual- llegaron a la conclusión de que en los instantes del clímax la mente se vacía de pensamientos. Todos los pensamientos se van en esos instantes, y este vacío mental, esta vacuidad, esta nada, esta congelación de la mente es la causa de la lluvia de pura alegría divina.
Habiendo descifrado el secreto hasta este punto, el hombre profundizó aún más, para saber si la mente puede ser liberada de los pensamientos; si las ondas de pensamiento, de la consciencia, pueden ser aquietadas por algún otro proceso y obtener igualmente un éxtasis tan grandioso y puro.Y es así cómo se desarrolló el yoga, la meditación y la oración.
El nuevo enfoque probó que, incluso sin unión sexual, la consciencia puede ser aquietada y los pensamientos evaporados. El deleite de prodigiosas proporciones que se obtiene durante el acto sexual también puede ser experimentado sin ese acto sexual. Sin embargo, el acto sexual, debido a la misma naturaleza del proceso, sólo puede ser momentáneo, puesto que en él se consume el vigor, el flujo de la energía.
Así entonces, deseo deciros que el goce puro, el amor más refinado, la paz beatífica en que un yogi se encuentra todo el tiempo, una pareja lo obtiene sólo por un instante. Sin embargo, no existe diferencia básica u oposición entre los dos estados. Y es así que aquél que afirmó que el vishyanand y el brahmanand -aquél que se deja llevar en los placeres sensuales y aquél que se complace en Brahma- son hermanos, dijo involuntariamente una verdad. Ambos crecen del mismo útero; la única diferencia es la distancia que hay entre el cielo y la tierra.
Ahora, en esta etapa, deseo entregarosel primer principio. El primer requisito, la primera condición si deseas conocer la verdad elemental del amor, es aceptar la cualidad sagrada, la divinidad del sexo de la misma forma que aceptas las existencia de Dios: con un corazón abierto, Cuanto mayor sea la aceptación del sexo con una mente y un corazón abiertos, más te liberarás de él. Cuanto mayor sea la represión, más atado estarás a él, tal y como ese granjero que se enredó con las ropas. Cuanto más aceptas, más te liberas. ¡La aceptación total de la vida, lo natural de la vida, lo que Dios ha dado a la vida, te llevará al dominio más alto de la Divinidad! ¡A alturas desconocidas de lo sublime!
A esa aceptación, yo la llamo teísmo. Y esa confianza en Dios es una puerta hacia la emancipación. Considero como ateísmo a aquellos mandamientos que impiden que el hombre acepte lo que es natural en la vida y en el divino plan. «Oponte a esto en la vida, suprime esto en la vida. Lo natural es pecado, es malo, es lascivia; deja esto, deja eso otro». Todo esto constituye ateísmo, tal y como yo lo entiendo. Aquellos que predican la renuncia son ateos.
Acepta la vida en su forma pura y natural, sumérgete en su ple-nitud. Esa plenitud te elevará poco a poco. La mismísima aceptación eleva al hombre a aquellas serenas alturas que no imaginó ni en el sexo ni en sus actos. Si el sexo es carbón, es seguro que vendrá el día en que se convierta en un diamante... y ése es el primer principio. La segunda cosa fundamental que deseo decirte se refiere a lo que, hasta ahora, la civilización, la cultura y la religión del hombre ha forzado en nuestro interior. Y eso es la consciencia de «yo soy», el ego.
El primer principio incita a la energía sexual a fluir hacia el amor, pero la valla del «yo» le ha acordonado como un muro. El amor no puede fluir. El «yo» es muy poderoso, tanto en el hombre bueno como en el malo, en lo no sagrado y en lo sagrado. La gente mala impone el «yo» de muchas formas, pero la gente buena también hace ostentación de su «yo». Desean ir al paraíso, desean ser liberados, han renunciado al mundo, han construido templos, no cometen pecados, tienen que hacer esto, desean hacer eso otro, etcétera. Pero ese «yo», ese indicador guía, se halla omnipresente. Y cuanto más fuerte es el ego de una persona, más difícil le resulta unirse con alguien, porque el ego se interpone; el «yo» aparece. Es un muro. Proclama, «Tú eres tú y yo soy yo». Y por eso sucede que la expe-riencia más íntima no puede acercar a las personas entre sí; los cuerpos están muy cerca, pero las personas están separadas. Mientras haya un «yo» en nuestro interior, la sensación del «otro» no puede ser evitada.
Sartre ha dicho algo estupendo en alguna parte: «El otro es el infierno». Pero no explica por qué el otro es el infierno o por qué el otro es el otro. El otro es el otro porque yo soy yo; y mientras yo sea yo, todo el resto del mundo que me rodea será «el otro», diferente y separado, segregado, sin afinidad entre los dos. Y mientras exista esa sensación de separación, el amor no podrá volverse una realidad. El amor es la experiencia de unidad. La experiencia del amor es la demolición de los muros, la fusión de dos energías. El amor es el éxtasis en que los muros ambos se desmoronan, en donde las vidas se encuentran y se unen. Cuando una armonía tal se da entre dos personas, la llamo amor; si se presenta entre una persona y las masas, la llamo comunión con Dios.
Si puedes sumergirte conmigo en una experiencia tal que todas las barreras se derritan y tenga lugar una ósmosis en un nivel espiritual, entonces, eso es amor. Y si como consecuencia de un entendimiento directo, tal unidad se produce entre mi persona y todos, de modo que yo pierda mi identidad en el Todo, entonces ocurre ese logro, entonces allí se da la fusión con Dios, el Todopoderoso, el Omnisciente, la Consciencia Universal, el Supremo, o como quiera que Lo llames.
Por tanto, afirmo que el amor es el primer paso y que Dios es el último paso: el destino final...
¿Cómo es posible entonces olvidarme a mí mismo? A menos que me disuelva a mí mismo, ¿cómo podrá el otro unirse conmigo? El otro es creado como reacción a mi «yo». Cuanto más alto encumbre mi «yo», más fuerte se vuelve la existencia del «otro», el eco del «yo».
¿Y qué es este «yo?» ¿Alguna vez has pensado en esto con detenimiento? ¿ Está en tu pierna o en tu mano, o en tu cabeza o en tu corazón? ¿O es simplemente el ego?
¿Qué es y dónde está tu «yo»? La sensación de que existe está allí, pero no está en ningún lugar preciso.
Siéntate en silencio por unos instantes y busca ese «yo». Te sor-prenderá el descubrir que, a pesar de buscar intensamente, no podrás encontrar ese «yo» en ninguna parte. Cuanto más profundamente busques en tu interior, más te convencerás de que no hay ningún «yo», de que no hay un ego como tal. ¡Ah! El «yo» no se encuentra allí donde reside la verdad acerca del Yo.
El emperador Malind envió a buscar al muy respetado monje Nagsen para agraciar a la corte.
El mensajero llegó donde Nagsen y le dijo: «¡Monje Nagsen! El emperador desea verte. He venido a invitarte».
Nagsen le contestó: «Si deseas que vaya, iré; pero deberás per-donarme, pues no hay ningún Nagsen aquí. Es sólo un nombre, un nombre temporal».
El mensajero informó al emperador de que ese hombre era un hombre muy extraño. Había contestado que vendría, pero que allí no había ningún Nagsen. El emperador quedó atónito.
Nagsen llegó a la hora convenida en un carruaje real, y el emperador le recibió en la entrada.
«¡Monje Nagsen, te doy la bienvenida!», exclamó.
Al oír esto, el monje comenzó a reír: «Acepto tu hospitalidad como Nagsen; pero por favor recuerda que no hay nadie que se llame Nagsen».
El emperador dijo: «Estás hablando en forma enigmática. Si tú no eres tú, ¿quién ha aceptado la invitación? ¿Quién está respondiendo a esta bienvenida?»
Nagsen miró hacia atrás y dijo: «¿No es éste el carruaje en el que vine?»
«Sí, éste es».
El monje dijo: «Por favor, soltad los caballos». Así se hizo.
El monje preguntó, señalando a los caballos: «¿Es éste el ca-rruaje?»
El emperador respondió: «¿Cómo pueden los caballos ser llamados un carruaje?»
A una señal del monje los caballos fueron desenganchados y a otra señal suya, las varas utilizadas para atar a los caballos fueron también retiradas.
«¿Son estas varas el carruaje?»
«¿Cómo pueden estas varas ser llamadas un carruaje?»
Entonces fueron desmontadas las ruedas.
«¿Son estas ruedas tu carruaje?»
«Por supuesto que no; éstas son las ruedas y no el carruaje».
El monje siguió ordenando que desensamblaran todas las partes, una por una, y respecto a cada una de ellas el emperador tuvo que decir que no eran el carruaje. Finalmente, no quedó nada. El monje preguntó: «¿Dónde está tu carruaje ahora? Respecto a todas y cada una de las partes que fuimos quitando, afirmaste que no eran tu carruaje... Entonces dime, ¿dónde está ahora tu carruaje?»
El emperador quedó asombrado ante esta revelación.
El monje prosiguió: «¿Me entiendes? El carruaje era un montaje. Era un conjunto de cosas. El carruaje no tenía un ser propio. Por favor, ve donde está tu ego, tu «yo». Verás que el «yo» no está en ninguna parte: es una asociación de muchas energías, y eso es todo. Piensa en cada uno de tus miembros, en cada uno de tus aspectos. Todo será eliminado, una cosa tras otra y, finalmente, sólo quedará la nada. El amor surge de esa nada, pues tú no eres esa nada. Esa nada es Dios».
En un pueblo, un hombre instaló una gran tienda para vender pescado, con un gran cartel: «Aquí se vende pescado fresco».
El primer día llegó un hombre a la tienda y leyó: «Aquí se vende pescado fresco».
«¿Pescado fresco? ¿Acaso se vende pescado rancio en alguna parte? ¡Para qué escribir «Pescado fresco»!
El tendero vio que tenía razón. Y por otra parte, «fresco» también sugería la idea de «rancio» a los clientes. Eliminó «Fresco» del cartel. El cartel ahora decía: «Aquí se vende pescado».
Una anciana llegó a la tienda al día siguiente y leyó en voz alta: «Aquí se vende pescado. ¿Acaso vendes pescado en alguna otra parte?»
El tendero respondió: «No». «Aquí» fue eliminado; el cartel ahora decía: «Se vende pescado».
Al tercer día, otro cliente fue a la tienda y dijo: «Se vende pescado? ¿Acaso alguien obsequia pescado?»
Las palabras «Se vende», fueron también eliminadas. Ahora sólo quedaba «Pescado».
Un hombre de edad llegó y le dijo al tendero: «¿Pescado?». Incluso desde muy lejos, hasta un ciego sabe que aquí venden pescado, debido al olor.
«Pescado», fue también eliminado. El cartel estaba ahora en blanco.
Alguien que pasaba dijo: ¿Para qué tener un cartel en blanco? El cartel fue quitado.
Después del proceso de eliminación, no quedó nada. Se eliminó una cosa después de la otra, y lo que quedó fue la nada, un vacío.
El amor puede nacer de esa vacuidad. Un vacío puede fundirse con otro vacío. Un cero puede unirse con otro cero, en forma total. Dos individuos no pueden encontrarse, pero dos vacíos sí pueden, pues ahora ya no hay barrera. Todo tiene paredes, pero el vacío no las tiene.
Así que la segunda cosa que hay que recordar es que el amor nace sólo cuando la individualidad desaparece, cuando el «yo» y el «otro» ya no existen. Sea lo que sea que permanece entonces, es el Todo, lo Ilimitado, pero no el «yo».
Cuando eso se logra, las barreras se rompen, y ocurre el desbor-damiento del Ganges, que se halla siempre presto a desbordarse.
Cavamos un pozo. El agua se encuentra allí dentro, no hay que traerla de alguna otra parte. Sólo cavamos y quitamos tierra y piedras. ¿Qué estamos haciendo? Creamos un vacío. Cavar un pozo significa crear un vacío, de modo que el agua que se halla oculta debajo encuentre un espacio para emerger, para aparecer. Aquello que está adentro desea espacio; anhela un vacío - que no tiene - para salir, para manar a chorros. El pozo está lleno de arena y piedras. Apenas quitemos la arena y las piedras, el agua emergerá. En forma similar, un hombre se halla lleno de amor, pero éste requiere espacio para aflorar a la superficie. Mientras tu alma, tu corazón, se hallen afirmando al «yo», serás un pozo lleno de arena y piedras, y mientras tanto, el flujo del amor no emergerá en tu pozo...
He oído contar la historia de un antiguo y majestuoso árbol, cuyas ramas se extendían hacia el cielo. Cuando llegaba la estación de las flores, mariposas de todas las formas, tamaños y colores, bailaban a su alrededor. Las aves de países lejanos venían y cantaban cuando sus flores maduraban y fructificaban. Las ramas, como manos extendidas, bendecían a todos los que acudían a sentarse bajo su sombra.
Un niñito solía venir a jugar junto a él y el gran árbol se encariñó con el pequeño.
El amor entre lo grande y lo pequeño es posible, si el grande no es consciente de su grandeza. El árbol no sabía que era grande, sólo el hombre tiene ese tipo de ideas. La prioridad de lo grande siempre es el ego, pero para el amor no hay grande o pequeño; el amor abraza a quienquiera que se le acerque.
Así, el árbol comenzó a amar a ese pequeño que solía venir a jugar cerca de él. Las ramas eran altas, pero las inclinaba hacia el niño, de modo que pudiera coger sus flores y frutos.
El amor siempre cede; el ego nunca está dispuesto a inclinarse. Si te acercas al ego, sus ramas se estirarán aún más arriba, se pondrá rígido para que no puedas alcanzarlo. El niño juguetón se acercaba a él, y el árbol inclinaba sus ramas. El árbol se alegraba mucho cuando el niño cogía algunas flores; todo su ser se llenaba con la alegría del amor.
El amor siempre está feliz cuando puede dar algo; el ego siempre está contento cuando puede obtener algo.
El niño creció. A veces dormía en el regazo del árbol, comía sus frutos y en ocasiones lucía una corona con sus flores y actuaba como un rey de la jungla.
Uno se vuelve como un rey dondequiera que haya flores de amor; y uno se vuelve pobre y lleno de sufrimiento siempre que las espinas del ego están presentes.
Ver al niño danzando con una corona de flores, llenaba al árbol de emoción, de alegría. Asentía con amor, cantaba con la brisa...
El niño creció aún más. Comenzó a trepar por el árbol para balancearse en sus ramas. El árbol se sentía muy contento cuando el niño descansaba en sus ramas.
El amor se siente feliz dándole comodidad a alguien; el ego se siente feliz incomodando a todo el mundo.
Con el paso del tiempo, el niño recibió el peso de nuevas tareas. También surgió la ambición; tuvo que pasar exámenes; tenía amigos con los cuales solía conversar y curiosear; por tanto, no acudía con frecuencia. Pero el árbol le esperaba ansiosamente. Desde su alma le llamaba «¡Ven, ven! Te estoy esperando».
El amor espera día y noche. Y el árbol esperaba. Se sentía triste cuando el niño no acudía. El amor se siente triste cuando no puede compartir; el amor se siente triste cuando no puede dar. El amor se siente agradecido cuando puede compartir. El amor está contentísimo cuando puede entregarse totalmente.
A medida que crecía, el niño visitaba cada vez menos al árbol. El hombre que se vuelve mayor, cuyas ambiciones crecen, encuentra menos y menos tiempo para el amor. El muchacho se hallaba ahora absorto en los asuntos mundanos.
Un día que pasaba por allí, el árbol le dijo: «Te espero siempre, pero no vienes. Te espero todos los días».
El muchacho le contestó: «¿Qué quieres? ¿Por qué debo venir? ¿Tienes dinero? Ando en busca de dinero».
El ego siempre actúa según razones. El ego acudirá sólo si con ello se cumple algún propósito. Pero el amor es inmotivado. El amor es su propia recompensa.
El árbol, sorprendido, dijo: «¿ Vendrás únicamente si te doy algo?» Aquello que posee, no es amor. El ego acumula, pero el amor da en forma incondicional.
«No sufrimos esa enfermedad, y por eso estamos alegres», dijo el árbol. «Los capullos florecen en nosotros, muchos frutos crecen en nosotros. Damos una sombra tranquilizadora, sedante. Danzamos con la brisa y cantamos canciones. Las aves inocentes saltan y trinan en nuestras ramas, aunque estemos sin dinero. El día en que nos involucremos con el dinero, tendremos que ir a los templos como hacen tus débiles hombres para aprender a obtener la paz, y para aprender a encontrar el amor. No, no tenemos ninguna necesidad de dinero».
El muchacho dijo: «Entonces, ¿para qué tengo que visitarte? Iré donde haya dinero. Necesito dinero».
El ego pide dinero porque necesita poder.
El árbol pensó unos instantes y dijo: «No vayas a ningún otro lado. Recoge mis frutos y véndelos. Obtendrás dinero con ello».
El niño se entusiasmó, inmediatamente trepó y cogió todas las frutas, incluso las que no estaban maduras El árbol se sintió contento, aun cuando algunas ramas y brotes resultaron quebrados, aun cuando cayeron algunas hojas al suelo. Incluso el recibir heridas hace feliz al amor, pero aunque obtenga algo, el ego no está contento, el ego siempre desea más.
El árbol no se dio cuenta de que el muchacho ni siquiera se volvió una sola vez a darle las gracias. El que hubiera aceptado su oferta de recoger y vender los frutos era suficiente agradecimiento para él.
Durante mucho tiempo el muchacho no regresó. Ahora tenía dinero y estaba ocupado generando más dinero con ese dinero. Había olvidado totalmente al árbol.
Pasaron los años. El árbol estaba triste. Anhelaba el regreso del muchacho, como una madre cuyos pechos se hallan llenos de leche, pero cuyo hijo se ha perdido. Todo su ser está anhelando al niño, busca enloquecidamente al niño para que la alivie. Tal era el grito in-terno de ese árbol. Todo su ser estaba en agonía.
Después de muchos años, el muchacho, que ahora era un hombre, fue a ver al árbol.
El árbol le dijo: «Ven, mi niño. Ven, abrázame». El muchacho le contestó: «Deja el sentimentalismo. Eso era cosa de la niñez. Ya no soy un niño».
El ego toma al amor por locura, por una fantasía infantil. Pero el árbol le invitó: «Ven, balancéate sobre mis ramas. Danza. Juega conmigo».
El hombre respondió: «Deja la charla inútil. Deseo construirme una casa. ¿Puedes darme una casa?»
El árbol exclamó: «¿Una casa?... Yo vivo sin una casa. Sólo los hombres viven en casas. Nadie más vive en casas; solamente el hombre. ¿Te das cuenta del estado en que se encuentra debido a su confinamiento entre cuatro paredes? Cuanto más grandes son los edificios que construye, más pequeño se vuelve el hombre. No vivimos en casas... pero puedes cortar y llevarte mis ramas y con ellas podrás construirte una casa».
Sin perder tiempo, el hombre trajo un hacha y cortó todas las ramas del árbol. El árbol era ahora un mero tronco desnudo. Pero al árbol no le importaban estas cosas. Aunque sus miembros fueran amputados para aquellos a los que amaba.
El amor es dar; siempre está dispuesto a dar.
El hombre no se molestó en mostrar su agradecimiento al árbol. Construyó su casa... Los días se convirtieron en años. El tronco esperó y esperó. Deseaba gritar, pero ni siquiera tenía ramas u hojas que le dieran fuerza. El viento soplaba, pero no podía entregar al viento ningún mensaje. Pero aun así, en su alma sólo había una oración: «Ven, ven, querido. Ven». Pero nada ocurría.
El tiempo pasó, y el hombre era ahora un anciano. Una vez pasó por allí y se detuvo junto al árbol.
El árbol le preguntó: «¿Qué más puedo hacer por ti? Has venido después de mucho, mucho tiempo.»
El hombre le dijo: «¿Qué más puedes hacer? Quiero viajar a países distantes para ganar dinero. Necesito un bote para poder viajar».
Con alegría el árbol dijo: «Pero, eso no es un problema, querido. Corta mi tronco y haz un bote con él. Estaré muy contento de ayudarte a que viajes a países lejanos a ganar dinero... Pero, por favor recuerda que siempre estaré esperando tu regreso.
El hombre trajo una sierra, cortó el árbol, fabricó un bote y se fue. Ahora el árbol era una pequeña cepa. Y sigue esperando, a que su amado regrese. Espera, espera y espera.
El hombre nunca regresará; el ego sólo va allí donde puede obtener algo, y ahora el árbol no tiene nada, no tiene nada absolutamente que ofrecer. El ego no acude allí donde no puede lograr algún beneficio. El ego es un eterno mendigo, siempre pidiendo, exigiendo algo.
El amor es bondad. El amor es un rey, un emperador. ¿Existe acaso un rey más grande que el amor?
Una noche yo me encontraba descansando cerca de esa cepa. La cepa susurró: «Ese amigo mío aún no ha regresado. Estoy muy preo-cupado: puede que se haya ahogado, que se haya perdido. Pudo haberse extraviado en uno de esos países lejanos. Puede que haya muerto. ¡Cuánto deseo tener noticias suyas! A medida que me acerco al fin de mi vida, me sentiría satisfecho al menos con las noticias de su bienestar. Entonces podría morir contento. Pero él no vendría ni aunque le llamase, porque ya no me queda nada que dar, y él sólo entiende el lenguaje del obtener, del recibir.»
El ego sólo comprende el lenguaje de obtener. El amor es el lenguaje del dar.
No puedo decir más que eso. ¡Ah! Además, no hay nada más que decir que esto.
Si la vida pudiese ser como ese árbol, extendiendo ampliamente sus ramas, de modo que todos y cada uno pudiéramos guarecernos bajo su sombra, entonces podríamos comprender lo que es el amor.
No existen escrituras, mapas o diccionarios para el amor. Tampoco existe un conjunto determinado de principios.
Yo estaba preguntándome acerca de lo que podría decir respecto al amor. Es difícil describirlo. El amor está simplemente presente. Probablemente puedes verlo en mis ojos, si vienes y los miras. Me pregunto si se le puede sentir como cuando mis brazos se extienden para abrazarte.
El amor. ¿Qué es el amor? ... Si no lo sientes en mis ojos, en mis brazos, en mi silencio, nunca podrás entenderlo con mis palabras.
Agradezco vuestra paciente escucha y me postro ante el Supremo que está en todos vosotros.
Aceptad por favor mis respetos.
Primera charla
Bharatiya Vidya Bhavan Auditorium
Bombay, agosto 28, 1968
DE LA REPRESION A LA LIBERACION
Una mañana temprano, antes de la salida del sol, un pescador fue al río. Cerca de la orilla sintió algo debajo de sus pies, y descubrió que era una pequeña bolsa con piedras. Recogió la bolsa y echando la red a un lado, se acuclilló a la orilla del agua, esperando la salida del sol. Estaba esperando la luz del día para iniciar su trabajo diario. Perezosamente, cogió una piedra de la bolsa y la lanzó al agua. «Plop», se oyó en el agua. Entretenido con el sonido lanzó otra piedra. Al no tener otra cosa que hacer, siguió lanzando las piedras, una por una...
Poco a poco el sol se levantó. Llegó la luz. Ya para entonces había lanzado todas las piedras, excepto una. La última piedra estaba en su palma. Su corazón casi le falló cuando, a la luz del día, vio lo que tenía en la mano. ¡Era una piedra preciosa! En la oscuridad, había arrojado muchas de ellas. ¡Cuánto había perdido sin darse cuenta! Lleno de remordimientos, se maldijo a sí mismo, sollozó, lloró y casi enloqueció de pesar.
Por accidente, se había encontrado con una gran riqueza que po-dría haberle proporcionado un extraordinario bienestar en su vida. Pero sin darse cuenta, la había perdido en la oscuridad. Y sin embargo, era afortunado, pues aún le quedaba una gema: la luz había llegado antes que arrojara la última «piedra». En general, la mayoría no es ni siquiera tan afortunada.
La oscuridad te rodea por todos lados, el tiempo se va consumiendo, el sol no ha salido aún y ya hemos desperdiciado todas las gemas de la vida. La vida es un gigantesco tesoro, y el hombre no hace otra cosa que desperdiciarla. Cuando nos damos cuenta de la importancia de la vida, ya se nos ha escurrido entre los dedos. Los secretos, los misterios, la felicidad, la liberación, el paraíso: todo lo hemos perdido. Hemos malgastado la vida.
En los próximos tres días, tengo la intención de hablar acerca de los tesoros de la vida. Es difícil instruir a la gente que trata a la vida como a una bolsa de piedras. Esta gente se irritará si les señalas el hecho de que lo que están arrojando no son piedras, sino joyas. Se enfurecerán. No debido a que lo que se les dice sea falso, sino porque se les demuestra su insensatez, porque se les recuerda lo que han perdido. Sus egos hacen su aparición. Se enfadan.
Sin embargo, sin importar lo que se haya perdido hasta ahora, si aún queda un poco de vida, si sólo queda una «piedra», tu vida aún puede ser salvada. Nunca es demasiado tarde para aprender. Incluso uno podría beneficiarse. Y especialmente en la búsqueda de la Verdad, nunca es tarde; no hay motivo para sentirse derrotado.
Pero, debido a nuestra ignorancia, en medio de la oscuridad, hemos dado por sentado que la bolsa de la vida no es otra cosa más que una colección de piedras. Los débiles de corazón han aceptado la derrota antes de hacer un esfuerzo en la búsqueda de la Verdad.
Para empezar, deseo advertirles en contra de la trampa del fata-lismo, contra el engaño de la certeza del fracaso. La vida no es un montón de arena y piedras. Si tienes la actitud correcta para verlo, encontrarás muchas cosas buenas en la vida. Encontrarás en ella una escalera para llegar a Dios.
En nuestro cuerpo hecho de sangre, de carne y de huesos, existe algo, alguien que se halla separado de estas cosas. No guarda ninguna relación con la sangre, con la carne y los huesos. Está allí, aun en el cuerpo físico, que nace hoy y muere mañana. Es inmortal. No tiene ni principio ni fin. Esto, lo que no tiene forma, se encuentra en el centro mismo de cada uno de nosotros. Desde la oscuridad de tu ig-norancia, te apremio a que busques esa llama imperecedera.
La llama inmortal se halla oculta tras el humo mortal y por esto no podemos ver la luz. Vemos el humo y retrocedemos. Algunos, los más valerosos, buscan un poco más, pero sólo en medio del humo. Y es así que no pueden llegar tampoco a la llama, a la fuente de la Iluminación.
¿Cómo realizar el viaje hacia esta llama oculta detrás del humo, hacia el Yo dentro del cuerpo? ¿Cómo podemos realizar al SuperYo, lo Universal, que se halla camuflado, oculto en la naturaleza?
Hablaré acerca de ello en tres etapas.
En primer lugar, nos hemos cubierto con tales prejuicios, con ideas infiltradas y pseudo-filosofías, que nos hemos imposibilitado el ver la verdad desnuda. Disponemos de hipótesis de lo que la vida es, sin saber, sin buscar, sin sentir curiosidad. Se nos ha enseñado durante miles de años que la vida no tiene sentido, que la vida es inútil, que la vida es sufrimiento. Se nos ha hipnotizado para que creamos que nuestra existencia es inútil, carente de propósito, pesarosa. La vida ha de ser despreciada, debiera ser pasada por alto. Se nos ha recitado esto una y otra vez, y es así que ahora sentimos que la vida no es más que un gran caos, una fuente de sufrimiento.
Es a causa de este menosprecio por lo que el hombre ha perdido todo encanto, alegría y amor. El hombre se ha transformado en un bulto informe. El hombre se ha convertido en un turbulento mar de pesadumbre. Y uno no ha de asombrarse de que, debido a estas erróneas ideas, el hombre haya dejado de intentar reflexionar sobre sí mismo. ¿Por qué deberíamos buscar la belleza en un bulto repug-nante? Y cuando creemos firmemente que la vida es sólo para ser atravesada, para ser aguantada, ¿qué sentido tiene aceptarla, purificarla y hacerla más hermosa? Creemos que todo esfuerzo es inútil.
Nuestra actitud hacia la vida es similar a la del hombre que se instala en la sala de espera de una estación de ferrocarril; como la de un viajero que utiliza la sala de espera. Este hombre sabe que se ha detenido aquí por un rato. Deberá irse pronto. Por tanto, ¿qué importancia tiene esta sala de espera? Ninguna en absoluto. No tiene significado. Tira diversos objetos al suelo, escupe, la ensucia. Es des-cuidado. No le interesa esmerarse en su comportamiento; después de todo, deberá irse al cabo de un rato, al oír el tañido de la campana. Del mismo modo consideramos la vida como una residencia temporal.
La tendencia general es preguntar porqué se ha de preocupar uno en buscar la verdad y la belleza en la vida. Pero quisiera enfatizar que esta vida llegará a su fin a su debido momento, y entonces no habrá posibilidad de huir de la «verdadera» vida. Podemos cambiar esta casa, este lugar; pero la esencia de nuestra vida permanecerá con nosotros. Y éste es nuestro Yo, con una Y mayúscula. No existe forma alguna de deshacerse de él.
Somos moldeados por lo que hacemos. En último término, nuestros actos nos moldean, para bien o para mal. Modifican y dan forma a la vida y moldean el alma. Lo que hagamos con nuestra vida y cómo vivamos determinará nuestro desarrollo futuro. Nuestra actitud hacia la vida guiará el camino de nuestra alma: cómo evolucionará, qué misterios, hasta ahora inexplorados, descifrará. Si el hombre fuera consciente de que su actitud hacia la vida conforma su futuro, descartaría de inmediato el pesimista punto de vista según el cual la vida es discordante, inútil, carente de significado. Entonces, podría darse cuenta de la falsedad de la creencia de que la vida es pesarosa, de que no existe un esquema para las cosas. Entonces, podría descubrir que todo lo que se opone a la vida es irreligioso.
Sin embargo, en nombre de la religión se nos ha enseñado la negación de la vida. La filosofía de la religión ha estado orientada hacia la muerte, no hacia la vida. Predica que aquello que se halla después de la vida es importante, mientras que aquello que se halla antes de la muerte no tiene significado. Hasta ahora, la religión ha reverenciado la muerte, pero no ha mostrado respeto alguno por la vida. En ninguna parte encontraremos la aceptación jubilosa de las flores y frutos de la vida, pero sí la hallaremos impregnada de un obstinado apego a las flores muertas. ¡Nuestras vidas son loas en las tumbas de flores muertas!
La especulación religiosa siempre se ha concentrado en el otro lado de la muerte: en el paraíso, en el moksha, en el nirvana, como si no le interesara lo que ocurre antes de la muerte. Os quiero pregun-tar, si sois incapaces de vivir con lo que hay antes de la muerte, ¿cómo podréis arreglároslas con lo que hay después de la vida? ¡Será casi imposible! Si no podemos beneficiarnos con lo que hay aquí, antes de la muerte, no podremos prepararnos o capacitarnos para lo que vendrá después de ella. La preparación para la muerte debe hacerse durante la vida. Si existe otro mundo después de la muerte, también allí nos veremos enfrentados a aquello que hemos experimentado en esta vida. No existe forma de sustraerse a estos efectos, a pesar de lo que se proclama para descalificar esta existencia y renunciar a esta vida.
Yo afirmo que no hay ni podrá haber ningún Superyo, ni Dios, ajeno a esta vida. También afirmo que amar la vida es la sadhana, el camino que le lleva a uno hasta Dios. La verdadera religión consiste en aprovechar la vida misma. Realizar la Verdad Suprema de la vida es el primer paso prometedor para lograr la total liberación. Aquel que se pierda la vida se perderá todo lo demás.
Pero la tendencia de la religión ha sido exactamente la opuesta: abandonar la vida, renunciar al mundo. La religión no aconseja la contemplación de la vida, no prepara para dirigir la propia vida, no te dice que lo único que determina tu vida es la forma en que la vivas, sino que dice que si la vida te parece desalentadora, es debido a que la percibes en forma impura. La vida puede llenarte de felicidad si conoces la forma apropiada de vivirla.
Yo llamo a la religión, el arte de vivir. La religión no es la disolución de la vida, sino un medio para explorar profundamente los misterios de la Existencia. La religión no consiste en volverle la espalda a la vida, sino en enfrentarla directamente. La religión no es escapismo, es abrazar la vida de forma total. Es la realización total de la vida.
Como consecuencia directa de esas fundamentales ideas erróneas de la religión, sólo los ancianos se interesan en ella. Sólo verás ancia-nos en los lugares de Dios: en los templos, en las iglesias, en las gurudwaras, en las mezquitas. ¡No verás jóvenes allí! No verás niños allí. ¿Por qué? Sólo existe una explicación. Nuestra religión se ha convertido en la religión de las personas de edad avanzada. Es para aquellos que se hallan al final de sus vidas, para aquellos acosados por el miedo al muerte, para aquellos que están llenos de ansiedad por lo que acontece tras la muerte.
¿Cómo puede iluminar la vida una religión que se basa en la filosofía de la muerte? Tras cinco mil años de enseñanzas religiosas, esta Tierra va de mal en peor. Aun cuando a este planeta no le faltan templos, mezquitas, iglesias, sacerdotes, maestros, ascetas y demás gente similar, la gente aún no se ha vuelto religiosa. Esto se debe a que la religión tiene una base falsa. La vida no se halla en los cimientos de la religión. La religión está concebida en torno a la muerte. No es un símbolo metafórico, sino la lápida de un cementerio. Esta religión desviada no puede revitalizar la vida...
¿Cuál es la causa de todo esto?
En estos tres días hablaré acerca de la religión de la vida, la religión de la fe viva y de un principio elemental que al hombre común nunca se le anima a descubrir; ni siquiera se le dice nada al respecto. En el pasado se ha hecho todo lo posible para ahogar esta ley básica de la vida, para acallar esta verdad. Y el resultado de este grave error se ha convertido en una enfermedad universal.
¿Cuál es el elemento central en la vida común del hombre? ¿Dios? No. ¿El alma? No. ¿La verdad? No. ¿Qué hay en el núcleo del hombre? ¿Cuál es la urgencia fundamental que surge de las profundidades del hombre común, en la vida del hombre medio, del hombre que nunca medita, que nunca busca su alma, que nunca emprende un peregrinaje? ¿Devoción? No. ¿Oración? No. ¿La liberación? No. ¿El nirvana? No, en absoluto.
Si intentamos descubrir el impulso más fuerte del hombre común, si buscamos la fuente de la fuerza que anima la vida, no encontraremos ni la devoción a Dios, ni la oración, ni la sed por conocer. Encontraremos allí algo diferente, algo que está siendo arrinconado en el olvido, algo que nunca es enfrentado conscientemente, que nunca es evaluado. ¿Qué es ese algo? ¿Qué encontrarás si diseccionas, si analizas el núcleo del hombre? ¿Ese «algo» que resplandece en el interior del hombre?
Dejando de lado al hombre y concentrándonos en el reino animal o en el reino vegetal, ¿qué encontraremos en el núcleo de todo? Observando las actividades de una planta, ¿qué encontramos allí? ¿Adónde conduce su crecimiento? Toda su energía se dirige a producir una nueva semilla. ¡Todo su ser está ocupado en producir una nueva semilla! ¿Qué está haciendo un pájaro? ¿Qué está haciendo un animal? Si observamos en profundidad las actividades de toda la Naturaleza, encontraremos un solo proceso desarrollándose plena-mente. Y este proceso es el de la «creación continua», la procreación, el proceso de crear nuevas y diferentes formas de ser. Las flores tienen semillas; los frutos tienen semillas. ¿Cuál es el destino de la semilla? La semilla crecerá y se convertirá en una planta, en una flor, en un fruto, en una nueva semilla y así sucesivamente, y el ciclo se repetirá... El proceso de procreación es eterno. La vida es una fuerza que está continuamente regenerandose a sí misma. La vida es creatividad, es un proceso de autocreación.
Lo mismo es válido en el caso del hombre. A esta pasión, a este proceso, lo hemos bautizado con el nombre de «sexo». También se le llama lujuria. De allí han surgido otros nombres. Se ha transformado en un insulto. Y el acto mismo de desacreditarlo ha contaminado el ambiente.
Y entonces, ¿qué es esta lujuria? ¿Qué es esta pasión? ¿Qué es esa fuerza llamada «sexo?»
Desde tiempos inmemoriales, las olas del mar vienen, una tras otra y se estrellan contra la playa. Las olas vienen, se rompen y desa-parecen. Nuevamente vienen, empujan, luchan, se dispersan y vuelven a su estado anterior. La vida tiene una necesidad interna de progresar, de ir hacia adelante. Estas olas del mar, estas olas de la vida, tienen en sí una inquietud. Existe un continuo esfuerzo en pos de algo. ¿Cuál es su propósito? Es un deseo intenso por lograr una mejor posición, es una pasión por alcanzar alturas más elevadas. Detrás de esta energía interminable, la vida lucha por alcanzar una buena vida, la vida se esfuerza por alcanzar una existencia mejor.
No hace mucho, sólo unos pocos miles de años, que el hombre apareció sobre la Tierra. Antes de eso, sólo había animales en ella. No hace tanto tiempo que los animales comenzaron a existir. Antes de eso, hubo un tiempo en el cual no había animales; sólo plantas. Y tampoco las plantas han estado en este planeta desde hace mucho. Antes que ellas aparecieran, sólo había rocas, montañas, ríos y océanos.
¿Y con qué motivo se hallaba inquieto este mundo de rocas, de montañas, de ríos y de océanos? Estaba luchando por producir plan-tas. Poco a poco, las plantas aparecieron en la existencia. La fuerza vital se manifestó en una nueva forma. La tierra se cubrió de vegetación. Siguió produciendo vida, procreó. Surgieron las flores, las frutas. Pero las plantas se sentían intranquilas. No se hallaban sa-tisfechas consigo mismas. El impulso interno las llevaba a algo más elevado. Estaban ansiosas de producir animales y aves. Entonces aparecieron los animales y las aves y ocuparon este planeta durante muchísimo tiempo. Pero no había ningún hombre a la vista. El hombre estuvo siempre allí, implícito en los animales, esforzándose por nacer... Y entonces, en su momento, apareció el hombre.
Y ahora, ¿en qué situación se encuentra el hombre? El hombre está esforzándose incesantemente para crear nueva vida. A esta ten-dencia la hemos llamado sexo; la llamamos «la pasión de la lujuria.» ¿Cuál es la dimensión, el significado de esta «lujuria»?
Este impulso básico se dirige a crear, a producir nueva vida. La vida no desea extinguirse. Pero, ¿para qué? ¿Es posible que ese hombre esté intentando crear un hombre mejor, una forma de vida más elevada que él mismo? ¿Es acaso cierto que la fuerza de la vida se halla a la expectativa de un ser que es mucho mejor que el hombre mismo? Sabios, desde Nietzche hasta Aurobindo, de Patanjali a Bertrand Russell, han alimentado un sueño en lo más profundo de sus corazones, un sueño en el cual aparece un hombre superior a sí mismo. Un superhombre. Se han estado preguntando cómo puede ser producido otro ser, mejor que el hombre actual.
Sin embargo, desde hace miles de años hemos condenado deliberadamente este impulso de procrear. En vez de aceptarlo, hemos abusado de él. Le hemos desacreditado hasta relegarlo al escalafón más bajo. Lo hemos ocultado y hemos simulado que no existe, como si no hubiera espacio para él en la vida, como si no cupiera en la disposición de las cosas.
La verdad es que no existe nada tan vital como este impulso, al que debiera adjudicársele el lugar que legítimamente le corresponde. Ocultándolo y pisoteándolo, el hombre no se ha liberado. Al contrario; el hombre se halla ahora en una situación más enredada y peor que antes. La represión ha producido el resultado opuesto al esperado.
Alguien está aprendiendo a ir en bicicleta. El camino es grande y ancho, pero si hay una pequeña roca a un lado del camino, el hom-bre teme estrellarse contra la roca. Existe un uno por ciento de pro-babilidades de que choque contra esa piedra. Aun un ciego tiene las probabilidades totalmente a su favor en cuanto a pasar sano y salvo. Sin embargo, debido al temor a la roca, el hombre se concentra sola-mente en ella. La roca cobra importancia en su conciencia y el camino desaparece de su vista. Se halla hipnotizado, es atraído por esa roca y finalmente se estrella contra ella. Un novato choca contra aquello -una roca o un poste de energía eléctrica- de lo cual intenta, por todos los medios, salvarse. Y sin embargo, el camino era grande y amplio, ¿cómo se las arregló este hombre para accidentarse?
Según el psicólogo Coué, la mente corriente se halla gobernada por la «Ley del Efecto Contrario». Nos estrellamos contra aquello que deseamos evitar, pues el objeto del miedo se transforma en el centro de nuestra conciencia. Del mismo modo, el hombre ha estado intentando, durante los últimos cinco mil años, salvarse del sexo y la consecuencia de ello es que se enfrenta con el sexo en todas sus formas, en todos los rincones de su vida. La ley del efecto contrario ha sometido el alma del hombre.
¿No te has dado cuenta de que la mente es atraída, es hipnotizada por aquello que intenta eludir? La gente que enseñó al hombre a estar en contra del sexo es totalmente responsable del hecho de que la mente humana esté llena de sexo. La sexualidad exacerbada del hombre se debe a enseñanzas pervertidas.
Hoy en día, nos sentimos temerosos de hablar acerca del sexo. ¿Por qué sentimos un «temor moral» frente a este tema? Eso se debe a la suposición de que el hombre se volverá más sexual si habla de sexo. Esta idea es totalmente errónea; después de todo, existe una amplia diferencia entre «sexo» y «sexualidad» Nuestra sociedad sólo se verá liberada del fantasma del sexo si desarrollamos el valor nece-sario para hablar acerca del sexo en forma racional y sana.
Sólo podremos trascender el sexo si lo comprendemos en todos sus aspectos. No puedes liberarte de un problema si cierras los ojos ante él. Aquel que cree que el enemigo desaparecerá si cierra los ojos, está loco. En el desierto, el avestruz piensa de la misma manera. Entierra su cabeza en la arena y cree que, al no poder ver al enemigo, el enemigo no está allí. Este tipo de lógica es perdonable en el caso de un avestruz, pero en el caso del hombre, resulta imperdonable.
El hombre no se ha comportado mejor que un avestruz en el caso del sexo. Cree que el sexo se desvanecerá si lo ignora, si cierra sus ojos. Si milagros como ésos ocurrieran, la vida sería fácil, sería muy fácil vivir en el mundo. Sin embargo, desgraciadamente, nada desa-parece con sólo cerrar los ojos. Al contrario: ésta es la prueba de que le tememos, de que su atracción es más poderosa de lo que podemos resistir. Cerramos nuestros ojos porque nos damos cuenta de que no podemos reprimirlo.
Cerrar los ojos es señal de debilidad, y la Humanidad entera es la culpable. El hombre no sólo ha cerrado abiertamente los ojos frente al sexo, sino que, además, con ello se ha involucrado en una innumerable cantidad de conflictos internos. Las devastadoras con-secuencias de esto son demasiado bien conocidas como para enu-merarlas. El noventa y ocho por ciento de los enfermos mentales -los neuróticos- lo están debido a la represión del sexo. La causa del noventa y nueve por ciento de las histerias y enfermedades similares que sufre la mujer, son desórdenes sexuales. La causa principal del miedo, la duda y la ansiedad -la tensión del hombre contemporáneo- es la presión de la pasión, de la lujuria. El hombre le ha dado la espalda a una urgente y poderosa necesidad. Sin intentar comprenderla, nuestros ojos se han cerrado debido al miedo, y las consecuencias de esto han sido demoledoras.
Para comprender esto, el hombre necesita solamente revisar su literatura, el espejo de su mente. Si un hombre de la Luna o Marte viniera aquí y revisara nuestra literatura, leyera nuestros libros y poesía, viera nuestras pinturas... se sorprendería. Se preguntaría por qué todas nuestras artes y literatura giran sólo en torno al sexo.
¿Por qué todas las poesías, todas las novelas, todas las revistas e historias del hombre se hallan saturadas de sexo? ¿Por qué hay una fotografía de una mujer semidesnuda en todas las portadas de las revistas? ¿Cómo es que todas las películas hechas por el hombre se desarrollan en torno a la lujuria y la pasión?
Se quedaría perplejo. Este visitante extraterrestre se preguntaría porqué el hombre no piensa en nada más que en el sexo. Se hallaría doblemente confundido si se encontrara con un hombre y hablara con él, pues éste se esforzaría mucho por darle la impresión de que no tiene nada que ver con la existencia del sexo. Y viceversa: el hombre hablaría acerca de Dios, del paraíso, de la liberación,... No diría una palabra acerca del sexo, aun cuando todo su ser se hallara repleto de ideas respecto al sexo. El extraterrestre se quedaría estupefacto al darse cuenta de que el hombre ha inventado innumerables artificios para satisfacer ese deseo sobre el cual no menciona una palabra.
La religión orientada hacia la muerte ha llenado de sexo la mente del hombre. También ha pervertido al hombre desde otro ángulo. ¡Y eso en nombre de elevados ideales! Le muestra el pináculo dorado del celibato- el brahmacharya - pero no da ninguna indicación para colocar el pie en el primer peldaño, para comprender la base, para comprender el sexo.
En primer lugar, debiéramos aceptar y comprender al sexo, el im-pulso fundamental, y sólo entonces podríamos esforzarnos por trascenderlo, por sublimarlo, que es el modo para alcanzar la etapa del celibato. Sin comprender,en todas sus formas y facetas, esta fuerza de vida fundamental , todos los esfuerzos por restringirla o suprimirla convertirán al hombre en un loco enfermo e incoherente. Pero no nos concentramos en esta enfermedad principal y hablamos de los altos ideales del celibato. El hombre nunca ha estado tan enfermo, tan neurótico, nunca ha sido tan infeliz ni tan desgraciado. El hombre está pervertido. Está envenenado desde sus mismas raíces.
En cierta ocasión pasaba frente a un hospital. Leí en un cartel: «Aquí fue tratado un hombre picado por un escorpión. Fue curado y dado de alta el mismo día».
Otro aviso decía: «Un hombre fue mordido por una serpiente. Fue tratado y regresó a su hogar sano y salvo después de tres días».
Un tercer informe decía: «Un hombre fue mordido por un perro rabioso. Está sometido a tratamiento desde hace diez días y muy pronto se recobrará».
Aparecía también un cuarto informe: «Un hombre fue mordido por un hombre. Eso ocurrió hace muchas semanas. Se halla inconsciente y es muy poco probable que se recupere.»
Me quedé sorprendido. ¿Es acaso posible que la mordedura de un hombre sea tan venenosa?
Si somos observadores, llegaremos a concluir que el hombre ha acumulado en sí mismo gran cantidad de veneno. Quizás sea debido a los «médicos charlatanes», pero el motivo más importante es la negativa a aceptar aquello que es natural en el hombre, aquello que constituye su ser fundamental. Hemos intentado, en vano, frenar y aniquilar sus impulsos innatos. No se hace intento alguno por trans-formar, por elevar esos impulsos. Nos hemos obligado, en forma equivocada, a controlar esa energía. Esa energía está hirviendo y presionando, como lava derretida, desde nuestro interior. Si somos descuidados, esa energía puede desbordar al hombre en cualquier momento. ¿Saben entonces qué es lo primero que ocurre cuando dicha energía encuentra el menor resquicio?
Lo aclararé mediante un ejemplo. Un aeroplano sufre un accidente. Tú te encuentras en las cercanías y corres hacia el lugar. ¿Cuál será la primera pregunta que te vendrá a la mente al ver un cuerpo entre los restos? ¿Será acaso «¿Es esta persona hindú o musulmana?» ¡No! «¿Es esta persona india o china?» ¡No!
En una fracción de segundo, lo primero que tratarás de saber es si es un hombre o una mujer. ¿Sabes por qué esa es la interrogante que te viene primero a la cabeza? Es el sexo reprimido el que te hace tan consciente de la diferencia entre hombre y mujer. Es posible que olvides el nombre, rostro o nacionalidad de un hombre. Si te he cono-cido, puede que olvide tu nombre, tu rostro, tu casta, tu edad, tu clase social; en resumen, todo respecto a ti. Pero uno nunca olvida el sexo de una persona, nunca olvidas si esa persona era hombre o mujer. ¿Has tenido alguna vez alguna duda respecto a si la persona con que te encontraste -por decir, el año pasado en un tren con destino a Delhi- era un hombre o una mujer?
¿Por qué? Si olvidas todo respecto a una persona, ¿por qué no puedes olvidar eso? Eso se debe a que la conciencia del sexo se halla firmemente enraizada en nuestra mente, en nuestro proceso de pen-samientos. Se halla siempre presente, siempre está activa.
Nuestra sociedad, nuestro mundo, nunca podrá ser sano mientras exista esta cortina de hierro, esta distancia entre hombre y mujer. El hombre no podrá estar en paz consigo mismo mientras este fuego ardiente se halle en su interior y se halle sentado sobre él. Debe luchar por reprimirlo todos los días, a cada instante. Este fuego nos quema, nos carboniza; pero aun así no estamos dispuestos a encararlo, a examinarlo.
¿Qué es este fuego? No es un enemigo, sino un amigo. ¿Cuál es la naturaleza de este fuego? Quiero deciros que una vez que lo conozcamos, dejará de ser un enemigo; se transformará en un amigo. Si comprendiéramos este fuego, no nos quemaría. Podría calentar nuestras casas, podría cocinar para nosotros y también podría transformarse en un amigo para toda la vida. El rayo ha relampagueado en el cielo desde hace millones de años. A veces, también ha caído provocando la muerte de seres humanos. Nunca nadie pensó que algún día esta misma energía haría funcionar nuestros ventiladores e iluminaría nuestras casas. Nadie conocía estas posibilidades en aquel entonces. Hoy en día, esa electricidad se ha transformado en nuestra amiga. ¿Cómo? Si hubiéramos cerrado los ojos al respecto, nunca habríamos descifrado sus secretos; nunca la habríamos utilizado. Podría haber seguido siendo nuestro enemiga y el objeto de nuestro temor. Pero el hombre adoptó una actitud amistosa a ese respecto. El hombre se propuso comprenderla conocerla, y lenta, lentamente, se desarrolló una amistad duradera. Hoy nos sería difícil arreglárnoslas sin esa electricidad.
El sexo en el interior del hombre, su líbido, es más vital que el rayo. Un minúsculo átomo de materia pudo aniquilar la ciudad entera de Hiroshima, con cerca de cien mil habitantes. ¡Pero un átomo de la energía sexual del hombre puede crear un nuevo ser humano vivo! El sexo es más poderoso que la bomba atómica. ¿Nunca has reflexionado acerca de las infinitas posibilidades de esta fuerza y de cómo podemos transformarla en pro de una mejor Humanidad? Un embrión de hombre puede ser responsable de un Gandhi, de un Mahavira, de un Buda, de un Cristo. De él puede desarrollarse un Einstein, un Newton. Un germen infinitamente pequeño de energía sexual tiene en sí, inmanifestada, una imponente personalidad como la de Gandhi.
Pero no estamos dispuestos a comprender al sexo. Hasta hablar de ello en público nos exige un tremendo valor. ¿Qué tipo de temor se ha apoderado de nosotros para que no nos hallemos dispuestos a comprender a esta fuerza que ha dado origen al mundo entero? ¿Qué es este miedo? ¿Por qué estamos tan alarmados? La gente se escandalizó cuando hablé acerca de esto en mi última reunión en Bombay. Recibí muchas cartas airadas que me pedían que no hablara en esta forma, que no hablara en absoluto de este tema. Yo me pregunto: ¿Por qué uno no debería discutir este tema? Puesto que este impulso ya es inherente en nuestro interior, ¿por qué no hemos de conocerlo? A menos que conozcamos su comportamiento, a menos que lo analicemos, ¿cómo podemos esperar elevarlo a un nivel superior? Al comprenderlo, podremos transformarlo, podremos conquistarlo, podremos sublimarlo; pero sin comprenderlo, moriremos sin haber logrado liberarnos de él.
Lo que yo afirmo es que aquellos que prohíben charlas sobre el sexo han reemplazado su energía sexual por humildad. Aquellos que se encuentran asustados y que, por tanto, se han convencido a sí mismos de que son «inocentes» respecto al sexo, son lunáticos, y han conspirado para convertir al mundo en un gran manicomio.
La religión se ocupa de transformar la energía del hombre. La religión intenta comprender al ser interno del hombre, sus aspiraciones e impulsos, de la mejor forma posible. También es cierto que la religión debiera guiar al hombre de lo inferior a lo superior, de la oscuridad a la luz, de lo irreal y lo real, a lo eterno desde lo efímero.
Pero para llegar a alguna parte, uno debe comenzar desde el punto de partida. Debemos partir desde donde estamos. Por lo tanto, resulta imperativo saber primero acerca de «este» lugar, y por el momento, «esto» es más importante que el lugar al que queremos llegar. En este contexto, el sexo es un hecho, el fundamento, la realidad, el punto de partida. Mientras que Dios... Dios está lejos de aquí. Sólo podremos alcanzar la verdad de Dios si comprendemos el punto de partida. De otra forma, ni siquiera podremos movernos un ápice. Estaremos perdidos, seremos un carrusel que no va a ninguna parte.
Cuando les hablé en nuestra primera reunión, pude percibir que no estamos preparados para enfrentarnos a las realidades de la vida... Entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Qué podemos alcanzar? Entonces, toda la alharaca acerca de Dios y el alma es sólo una convicción vacía. Pura charla hueca.
Sólo conociendo la realidad podremos elevarnos sobre ella. Y en realidad, el conocimiento es trascendencia. En primer lugar, debiéramos comprender algo correctamente: el hombre nace del sexo. Todo su ser es el producto de prácticas sexuales, y se halla lleno de la energía del sexo. La energía de la vida es la energía del sexo.
¿Qué es esta energía sexual? ¿Por qué es el sexo algo que condi-ciona tanto nuestras vidas de una forma tan poderosa? ¿ Por qué satura nuestro ser en forma tan total? ¿Por qué giramos en torno a él hasta el final? ¿Dónde se halla la fuente de esta tendencia?
Los sabios y los profetas la han degradado desde hace miles de años, pero el hombre no se ha dejado impresionar. Hace mucho tiempo que predican que debemos derrotarlo, que hemos de expulsar sus pensamientos y deseos, que nos hemos de liberar de esta «ilusión». Y sin embargo, el hombre no ha logrado romper los grilletes. Esto no puede lograrse así como así. La forma de hacerlo es errónea.
Cada vez que me he encontrado con prostitutas, nunca hablaban de sexo. Preguntaban acerca del alma y de Dios. También me encuentro con monjes y ascetas. Siempre que nos encontramos solos, lo único que preguntan es acerca del sexo. Me sorprendió el darme cuenta de que la conciencia de los ascetas parece estar aprisionada por el sexo, aun cuando ellos siempre predican contra él. Sienten curiosidad y están inquietos. Tienen este complejo mental aun cuando sermonean respecto a la religión y a los instintos animales del hombre.
Y eso es natural, porque no hemos deseado o intentado comprender este problema. No nos hemos preguntado: ¿A qué se debe esta gran atracción hacia el sexo?
¿Quién te enseña acerca del sexo? El mundo entero se halla en contra de que se enseñe. Los padres sienten que a sus hijos no se les debiera permitir conocerlo. Los profesores tienen la misma actitud. Las escrituras también afirman eso. No existe ninguna escuela o universidad que enseñe el tema del sexo. Todas las instituciones educacionales prohíben el conocimiento respecto a esto. Pero sin embargo, en algún momento de la adolescencia, el hombre encuentra por sí mismo que todo su ser, su prana, se halla repleto de la ansiedad del sexo. En ese momento, todas las precauciones adoptadas durante siglos fracasan y el sexo se lleva la victoria.
¿Cómo es que esto ocurre? Se predica el amor por la verdad y la verdad del amor... pero esto no perdura, su vulnerabilidad queda comprobada.
Esta es una prueba concluyente de que el sexo se halla enraizado firmemente en el centro de nuestro ser. Pero ¿dónde se halla el anclaje? ¿Dónde se halla el centro de esta gravitación natural que es tan poderosa y tan profunda? Ahí reside el misterio y es necesario reconocerlo si deseamos superarlo.
En realidad, básicamente lo que sentimos como atracción sexual no es la atracción del sexo, pues después de cada orgasmo el hombre se siente drenado, deprimido; se siente dolido, acongojado, amargado, y se propone evitar este proceso en el futuro. Así que ¿de dónde proviene este estado de ánimo? Esto se debe a que el deseo apunta a otra cosa, y no únicamente a la gratificación física.
Comúnmente el hombre no establece contacto con lo más profundo de su ser en el grado en que lo logra en la consumación de un acto sexual. En el curso cotidiano de la vida, en la rutina diaria, el hombre experimenta una variedad de experiencias: compra, hace negocios, se gana la vida; pero una relación sexual le revela la más profunda de las experiencias. Y este suceso incluye una dimensión religiosa profunda. El hombre se extiende más allá de sí mismo, se trasciende a sí mismo.
Dos «cosas» le ocurren allí. En primer lugar, el ego se esfuma durante la unión sexual: se crea la ausencia del ego. Por un instante, no hay un «yo», por un instante uno no se recuerda a sí mismo. ¿Sabes acaso que el «yo» también se disuelve totalmente en la experiencia religiosa? ¿Sabes que el ego se disuelve en la nada? En forma similar, durante la experiencia sexual el ego se disuelve; el orgasmo es un estado en el que el ego es aniquilado.
El segundo elemento en la experiencia del sexo es que, por un instante, el tiempo se desvanece; aparece la ausencia de tiempo. Acerca del samadhi, Jesucristo dijo: «El tiempo ya no existirá». En el orgasmo, el sentido del tiempo no existe. No hay pasado, no hay futuro, sólo el momento presente. El presente no forma parte del tiempo. El presente es la eternidad.
Esta es la segunda razón por la cual el hombre se halla loco por el sexo. El anhelo no es el de un hombre por el cuerpo de una mujer o viceversa. La pasión apunta a otra cosa: hacia la ausencia de ego, la ausencia de tiempo.
Este clímax perdura durante sólo un instante; pero para obtenerlo, el hombre pierde una cantidad considerable de energía vital y posteriormente lamenta su pérdida. En algunos animales, el macho muere después de tener sólo una relación sexual. Cierto insecto afri-cano puede hacerlo sólo una vez; la energía se agota y él muere durante el acto. Y no es que el hombre no sepa que el acto sexual disminuye su poder y reduce su energía, y que con ello se acerca a la muerte. El hombre lamenta su indulgencia consigo mismo, pero muy pronto se apasiona nuevamente. Con seguridad que existe un significado mucho más profundo en su patrón de conducta que el que aparece a simple vista.
En la experiencia sexual existe un nivel más sutil que la mera rutina física. Un nivel que es, en esencia, religioso. Debiéramos tratar de comprender esta experiencia. Si no logramos comprender el significado de esta experiencia, viviremos, creceremos y moriremos sólo en el sexo.
El rayo brilla en las noches oscuras, pero la oscuridad de la noche no es el rayo. La única relación entre los dos, la base, es que el rayo brilla solamente por la noche, sólo en la oscuridad. Y lo mismo resulta cierto respecto a la experiencia sexual. La realización, la efervescencia, brilla durante el sexo, pero ese fenómeno no es el sexo en sí. Aun cuando se halla asociado con él, esta asociación no es exclusiva del sexo. El rayo que brilla en el momento del orgasmo trasciende al sexo, proviene del más allá. Si podemos captar esta experiencia del más allá, podremos elevamos por encima del sexo; sino, no lo lograremos.
Pero aquellos que se oponen ciegamente al sexo no pueden apreciar el fenómeno desde una perspectiva apropiada. Nunca podrán analizar la causa de este deseo insaciable, esa ansia de sexo. Lo que deseo enfatizar es que este fuerte anhelo recurrente por el sexo apunta, en realidad, al logro momentáneo del samadhi, y que te podrías liberar del sexo si pudieras obtener el samadhi sin necesidad del sexo. Si a un hombre que compra un artículo determinado -digamos, por mil rupias- se le informa que puede obtenerlo de forma gratuita, ningún hombre en sus cabales iría al mercado a comprarlo tan caro. Si un hombre pudiera obtener el mismo éxtasis que obtiene en el sexo, a través de algún otro medio, y en una medida superior, su mente deja-ría automáticamente de dirigirse hacia el sexo. Su mente comenzaría a correr en otra dirección.
El hombre tuvo su primera realización del samadhi a través de la experiencia sexual. Sin embargo, este asunto implica un alto, un muy alto precio. Y nuevamente, no durará más de un instante. Regresamos a la situación original después de un clímax momentáneo. Durante un segundo, alcanzamos un plano diferente de la Existencia. Durante un segundo escalamos un clímax de inmensa satisfacción. El impulso es hacia la cima, pero apenas hemos comenzado cuando ya hemos caído por la ladera. Una ola aspira a elevarse hacia el cielo. Apenas logra elevarse y sobresalir del agua, cuando ya comienza a caer. Del mismo modo, en pos de ese éxtasis, de ese goce, de esa realización, de tiempo en tiempo acumulamos energía y comenzamos a ascender nuevamente. Pero fracasamos igual que siempre. Casi tocamos ese plano más sutil, ese ámbito más elevado, y luego retrocedemos a nuestra posición original... pero con una cantidad considerablemente menor de poder y energía. Mientras la mente del hombre permanezca inmersa en el flujo del sexo, ascenderá y descenderá continuamente. La vida es un requerimiento fuerte y continuo hacia la ausencia de ego, hacia la ausencia de tiempo, ya sea de forma consciente o inconsciente. El deseo intenso del ser es conocer el yo verdadero, conocer la Verdad, conocer la Fuente Original que es eterna, que es infinita; unirse con aquello que se halla más allá del tiempo, puro; alcanzar la ausencia de ego.
Para saciar este deseo interno inconsciente del alma, el mundo está girando en torno al eje del sexo. Pero ¿podemos acaso alcanzar, comprender y desarrollar una relación con esa realización si negamos la existencia de esta realidad interna y natural del hombre? Si nos oponemos al sexo en forma vehemente, tal como lo hacemos, el sexo se transforma en el centro de la conciencia. No podemos liberamos, sino que quedamos atados a él. La ley del Efecto Opuesto comienza a operar: quedamos atados a él, queremos huir de él; y cuanto más tratemos de liberarnos de él, más nos enredaremos en él.
Un hombre estaba muy enfermo: la enfermedad consistía en que se sentía muy hambriento. La realidad era que no estaba enfermo en absoluto.
Había leído que la negación de la vida era el camino hacia la liberación. Había leído que ayunar era religioso y que comer era pecado. También se le había dicho que comer algo representaba violencia y que esto iba en contra de los postulados de la no-violencia.
Cuanto más pensaba en el comer como un pecado, más reprimía el hambre. Y en igual medida, el hambre se imponía. Solía ayunar durante tres o cuatro días, y luego comía cualquier cosa, todo lo que encontraba, como un glotón. Se sentía muy arrepentido después de comer por haber roto su compromiso. Además, el sobrealimentarse y el comer indiscriminadamente producen sus propias consecuencias. Y luego, para expiar su falta, venía otra ronda de ayuno y, nuevamente, después de un tiempo, volvía a comer.
Finalmente decidió que no era posible seguir el camino correcto permaneciendo en su casa. Renunció al mundo, se fue a la selva, ascendió a una colina y halló un lugar solitario para quedarse. En su casa, su familia se entristeció, pero su esposa, pensando que en su retiro podría haber superado la enfermedad de comer, le envió un ra-mo de flores deseándole una pronta recuperación y un pronto regreso. El hombre envió una nota de agradecimiento: «Muchas gracias por las flores, estaban deliciosas»
Se había comido esas flores. No podemos ni imaginarnos a un hombre comiendo flores en vez de alimento, pues no hemos practicado el sadhana del ayuno como ese hombre. Por supuesto, aquellos que son adictos al comer podrán comprender muy bien la situación. Sin embargo, en mayor o menor grado, todo el mundo se halla confinado al sexo
Habiendo iniciado una guerra en contra del sexo, es difícil saber lo que el hombre ha provocado. ¿Acaso la homosexualidad existe en alguna otra parte que en la mal llamada sociedad «civilizada» del hombre? Los aborígenes que permanecen en lugares apartados de la civilización no pueden imaginarse siquiera que un hombre pueda unirse sexualmente con otro hombre. Yo he vivido con tribus, y cuando les dije que la gente civilizada practicaba esto también, se quedaron pasmados. No podían creerlo. Pero en Occidente existen clubs de homosexuales. Y existen asociaciones que sostienen que es antidemocrático prohibirlo, si hay tantos que la practican. Declaran que la persecución de los homosexuales por la ley constituye una violación de los derechos humanos fundamentales, que es la imposi-ción de la mayoría sobre una minoría. Esta mentalidad - el nacimiento de la homosexualidad - es consecuencia de la guerra en contra del sexo.
La prostitución también se halla en directa proporción con la civilización de nuestra sociedad. ¿Alguna vez has reflexionado acerca de la prostitución como institución? ¿Puedes encontrar una prostituta en las zonas tribales montañosas? ¿En los poblados apartados? Es imposible. Esa gente no puede siquiera imaginarse que existan mu-jeres que vendan sus virtudes, que forniquen a cambio de una re-muneración. Sin embargo, este tráfico ha crecido con el «avance» de la civilización del hombre. Es un acto similar al comer flores. Aún más asombrados estaremos si examinamos las demás perversiones del sexo, si analizamos todas sus repulsivas manifestaciones.
¿Qué le ha pasado al hombre? ¿Quiénes son los responsables de estas desviaciones corruptas y repulsivas? Aquellos que le han enseñado al hombre a reprimir el sexo en vez de comprendelo, ésos son los responsables. Es debido a la represión por lo que la energía del sexo está fluyendo por canales que no le corresponden. La socie-dad humana entera se ha vuelto enferma y es desdichada. Si existe la intención de modificar a esta sociedad infectada de cáncer, resulta esencial aceptar que la energía del sexo es divina, que la atracción del sexo es en esencia religiosa. ¿Por qué es tan poderosa entonces la atracción del sexo? De seguro que es poderosa, pero si logramos comprender el fundamento básico del sexo, podremos elevar al hom-bre por encima del sexo. Y sólo entonces el mundo de Rama podrá emerger del mundo de Kama, solamente entonces podrá surgir un mundo de compasión desde el mundo de la pasión.
Fui con unos amigos a Khajuraho a ver el templo mundialmente famoso. La pared más externa del templo, la periferia, está adornada con escenas de actos sexuales, en las más variadas posturas. Existen esculturas mostrando diferentes posturas, todas ellas posturas sexuales. Mis amigos preguntaban porqué estaban allí esas esculturas decorando el templo.
Les expliqué que los arquitectos que construyeron esos templos eran gente realmente inteligente. Creían que la pasión sexual se encuentra en la circunferencia exterior de la vida. Aquellos que se hallaban aun enredados en el sexo no tenían derecho a entrar en el templo.
Entramos. No había ningún ídolo representando a Dios en su interior. Mis amigos se sorprendieron al no hallar estatuas dentro. Les dije que en el muro externo de la vida existen la lujuria y la pasión, mientras que el templo de Dios está adentro. Aquellos que aún se hallan embrujados por la pasión, por el sexo, no pueden entrar al in-terior del templo de Dios. Aún se hallan rondando en torno a la pared exterior.
Los constructores de este templo eran gente muy sensata. Este era un centro de meditación. La sexualidad se halla en la superficie, en torno a toda la circunferencia externa, y la quietud se halla en el núcleo, en el centro. Ellos solían decir a los aspirantes que meditasen sobre el sexo, que primero reflexionaran a fondo sobre las escenas sexuales del muro exterior. Cuando uno había comprendido esto por completo y se hallaba seguro de que la mente se había liberado del sexo, entonces podía entrar. Sólo entonces uno podía encarar a Dios adentro.
En nombre de la religión, sin embargo, hemos destruido la posibilidad de comprender el sexo. Le hemos declarado la guerra a nuestro instinto fundamental. La norma nos dicta que no miremos al sexo, que cerremos los ojos y entonces, irrumpamos a ciegas en el templo de Dios. Pero, ¿puede alguien llegar a algún lado con los ojos cerrados? Aun si llegas adentro con los ojos cerrados, no podrás ver a Dios. ¡En lugar de eso, verás aquello de lo cual estás huyendo!
Quizás algunos crean que hago propaganda del sexo. Por favor decídles que no me han entendido en absoluto. Hoy en día, es difícil hallar en la faz de la tierra un enemigo del sexo más enconado que yo. Si dedican una atención imparcial a lo que digo, será posible liberar al hombre del sexo. Esa es la única posibilidad de lograr una humanidad mejor. Los pundits que creen ser enemigos del sexo no son más que, en cierta forma, propagandistas del sexo. Han creado una fascinación en torno al sexo. La oposición enconada ha creado una insensata atracción.
Un hombre me dijo que no se interesaba en nada que no fuera reprobable, que no fuera objeto de controversia, que no fuera ofensivo. Como bien sabemos, la fruta robada es siempre más dulce que la que compramos en la tienda. Es por eso que nuestra propia esposa no es tan dulce como parece ser la mujer del vecino. La otra es como una fruta robada, algo prohibido. Al sexo le hemos otorgado el mismo estatus. Es tentador. Se le ha adornado con una capa tan intensa de mentiras que ha creado una atracción inmensa para nosotros. Bertrand Russell ha escrito que en la Era Victoriana, cuando era un niño, las piernas de las damas nunca debían ser vistas en público. Las ropas que vestían barrían el suelo, cubriendo los pies por completo. Si, por casualidad, un sólo dedo del pie de una mujer se hacía visible, el hombre se lo comía con los ojos. Despertaba la pasión.
Agrega Russell que, hoy en día, las mujeres andan medio des-nudas. Sus piernas están enteramente a la vista, pero que esto no nos afecta demasiado. Eso prueba que, cuanto más ocultamos algo, más curiosidad nos produce. Así pues, la primera etapa para liberar al mundo de la sexualidad es permitirles a los niños permanecer des-nudos el mayor tiempo posible en sus hogares. Es recomendable permitir a los niños -niños y niñas - jugar desnudos, tanto como les sea factible, de modo que se familiaricen muy bien con el cuerpo del otro, de modo que el día de mañana no surja ninguna necesidad en ellos de pellizcar, empujar o arrimarse al otro en las calles. Y entonces ya no será necesario imprimir fotos de desnudos en ningún libro. Debieran familiarizarse con el cuerpo del otro, de modo que en el futuro no surja ningún tipo de atracción pervertida.
Pero el mundo hace todo lo contrario. La gente que ha cubierto y ocultado su cuerpo le ha, inadvertidamente, otorgado tanto atractivo que aunque se ha apoderado de nuestras mentes, no hemos sentido todo su impacto.
Los niños debieran permanecer desnudos, debieran jugar desnudos durante largo tiempo, de modo que ninguna semilla de locura les infectara por el resto de sus vidas.
Sin embargo, la enfermedad está allí y sigue empeorando. Po-demos observar la presencia de la enfermedad en la enorme cantidad de literatura obscena que se está publicando actualmente. La gente la lee escondiéndola entre las cubiertas del Gita o la Biblia. Gritamos que los libros obscenos debieran ser prohibidos, pero nunca nos detenemos a pensar: ¿de dónde salen los hombres que los leen? Pro-testamos en contra de que se cuelguen fotos de desnudos en las pare-des, pero nunca nos detenemos a preguntamos porqué se los exhibe.
El sexo es natural, pero la sexualidad es el producto de las enseñanzas en contra del sexo. Si estas enseñanzas y sermones no-científicos fuesen llevados a la práctica, el alma del hombre estaría totalmente repleta de sexualidad. Casi lo han logrado. Pero, gracias a Dios, estos profesores no tienen mucho éxito en cuanto a enseñar a los hombres. Y, debido a su fracaso, el hombre ha logrado salvar algo de su conciencia y de su poder de discriminación. Si un hombre comprende correctamente al sexo, podrá elevarse por encima de él. Debe elevarse y es necesario elevarse por encima de él.
En realidad, todos nuestros esfuerzos han producido resultados equivocados porque no hemos entablado amistad con el sexo, sino que le hemos tratado como a un enemigo. Hemos utilizado la represión y no la comprensión para tratar los asuntos sexuales. Cuanto mayor sea la comprensión, más alto podrá elevarse el hombre. A menor comprensión, mayor será el esfuerzo por suprimir el sexo, y las consecuencias de la represión nunca son fructíferas, nunca son agradables, nunca son sanas.
El sexo es la energía más vital del hombre y no debiera constituir un fin en sí mismo. El sexo debiera guiar al hombre hacia su alma. El objetivo es: desde la lujuria a la luz.
El sexo debe ser comprendido para alcanzar el celibato. Conocerlo es liberarse de él, trascenderlo. Incluso después de una vida entera de experiencia sexual, un hombre no es capaz de darse cuenta de que en una relación sexual existe una experiencia de samadhi, un vistazo a la superconsciencia. Eso constituye la fuerza magnética, la atracción suprema. Es el llamado magnético de lo Sublime. Debes conocer y meditar acerca de esta visión momentánea. Debes enfocar tu consciencia en ello, ¡sobre eso que nos atrae tan tremendamente!
Existen formas más sencillas de lograr exactamente la misma experiencia. La meditación, el yoga y la oración en grupo son otras alternativas, pero sólo el recurso del sexo atrae al hombre con tanta intensidad. ¿Por qué? ¡Es muy necesario reflexionar acerca de estas diversas formas que te podrían guiar al mismo objetivo!
Un amigo me escribió, diciéndome que el tema que yo estaba tratando resultaba muy embarazoso. Me pedía que imaginara la incómoda posición de una madre sentada con su hija en el auditorio. Me pedía que pensara en una madre que asistiera a mi charla acompañada de su hijo. Más adelante, me aconsejaba que este tipo de tema no fuera discutido delante de todo el mundo. Le respondí que había perdido el juicio, que sus objeciones no tenían fundamento. Si una madre fuera sensata, debiera, a su debido tiempo, relatarle a su hija sus experiencias con el sexo, antes que ésta resbalara a las regiones bajas del sexo, antes de que se perdiera en los caminos desconocidos, inmaduros y pseudo-científicos del sexo. Si un padre fuera lo suficientemente sensato como para asumir su responsabilidad, debería discutir libremente el tema con su hijo e hija para prevenirles en contra de los escollos más comunes, para salvar sus vidas de una posible perversión en el futuro.
Pero lo irónico de la situación es que ni el padre ni la madre han tenido ninguna experiencia profunda y consciente en este plano. Ellos mismos no se han elevado por encima del nivel del sexo físico, y es así que, debido a su propia experiencia, temen que sus hijos también se queden atascados en el mismo nivel. Pero yo te pregunto, ¿Alguien te guió? Tú te enredaste por ti mismo. Y tus hijos también se enre-darán. Será una repetición en la segunda generación y en las poste-riores. ¿No es acaso posible que si se les explica, se les enseña y se les permite pensar libremente, se salven por sí mismos de desperdiciar su energía? Puede que no la desperdicien, puede que la transformen.
Todos hemos visto carbón muchas veces. Los científicos afirman que en un lapso de unos pocos miles de años, el carbón se transforma en diamante. Un diamante es la forma transformada de un pedazo de carbón. El diamante es sólo carbón.
Quisiera deciros que el sexo es carbón, mientras que el brahmacharya -el celibato- es un diamante. El celibato es una nueva forma de sexo. Es la transformación del sexo; es carbón que ha sido sometido a un proceso determinado y, creedme, no hay antagonismo entre los dos extremos. Y además, un enemigo del sexo no puede alcanzar el brahmacharya.
Ahora bien, ¿qué queremos decir con brahmacharya, con celi-bato? Es la charya de Brahma; una comunión con Dios. Significa alcanzar la experiencia divina, vivir a Dios. Es totalmente posible transformar la energía en esta dirección mediante la comprensión consciente.
La próxima vez tengo la intención de hablaros acerca de cómo puede lograrse la transformación, de cómo la experiencia de Kama, la lujuria, puede ser sublimada para convertirse en Rama, la luz. Deseo que escuchéis con atención, de modo que no me malinterpretéis... Y cualquier pregunta que surja en vuestras mentes, por favor formuladla con honestidad y enviadla por escrito, de modo que pueda hablaros con claridad respecto a ellas en el curso de los próximos dos días... No es necesario, ni existe motivo alguno para ocultar ninguna pregunta que surja en vuestras mentes; que oculte la Verdad de la vida.Tampoco es necesario huir de nada. La Verdad es Verdad, ya sea que cerremos los ojos frente a ella o no lo hagamos. Sólo aquél que tiene el valor de enfrentarse a la Verdad es un hombre religioso. Aquellos que son débiles, cobardes y no poseen la suficiente reso-lución para enfrentarse a los hechos de la vida, no se les puede ayudar a convertirse en hombres religiosos.
Os invito, en los días venideros, a reflexionar acerca de esto, pues no se puede esperar de los antiguos profetas y sabios que hablen acerca de ello. Quizás tampoco vosotros os halléis acostumbrados a oír charlas como éstas. Vuestras mentes pueden reaccionar con temor, pero os insto a ser pacientes y a escuchar con objetividad. Es posible que la comprensión del sexo pueda conduciros al templo del alma.
Ese es mi deseo. Que Dios satisfaga ese deseo
Segunda Charla
Gowalia Tank Maidan
Bombay, 28 de Septiembre de 1968
LA CIMA DE LA MEDITACION
Reinicio mi charla con una breve historia. Hace muchos, muchos años, vivía en cierto país, un joven y famoso pintor. Una vez decidió crear un retrato realmente grandioso, un retrato en vivo lleno de la alegría de Dios, con un par de ojos que irradiasen paz eterna. Emprendió la búsqueda de una persona cuyo retrato reflejase la luz eterna, etérea.
Recorrió pueblo tras pueblo y una selva tras otra en busca de esa persona. Finalmente halló un pastor cuyos ojos brillaban, cuyo rostro y aspecto daban la vaga sensación de que provenía de una morada celestial. Bastaba echarle una mirada para convencerse de que Dios también se halla presente en el hombre.
El artista pintó un retrato de este hombre. Millones de copias del retrato se vendieron por todas partes. La gente se sentía agradecida por poder colgar el retrato en sus paredes.
Luego de un intervalo de veinte años, cuando el artista había envejecido, pensó en hacer otra obra maestra. Había experimentado que la vida no es sólo bondad; también Satanás mora en el hombre. La idea de pintar un cuadro de Satanás le perseguía, pues sólo tendría un hombre completo si tenía las dos pinturas, complementándose la una a la otra. Había realizado una pintura de la cualidad divina; ahora deseaba retratar a la encarnación del mal.
Deseaba hallar a un hombre que no fuese un hombre, sino un demonio. Recorrió templos del vicio, bares y manicomios. El sujeto debía estar lleno de los fuegos del infierno; su rostro debía mostrar todo lo que es malo, feo y sádico. Debía ser un símbolo del pecado...
Después de prolongada búsqueda, el artista encontró a un prisionero en una cárcel. El hombre había cometido siete asesinatos, y por eso se le había sentenciado a ser ahorcado en pocos días. El infierno era obvio en sus ojos; irradiaban odio. Su rostro era el más desagradable que pudieras encontrar. El artista comenzó a retratarlo.
Al terminar, trajo su pintura anterior y colocó una pintura al lado de la otra para apreciar el contraste. Desde el punto de vista artístico, era muy difícil decidir cuál era la mejor. Las dos eran maravillosas. Permaneció de pie, mirando los dos cuadros. Y entonces oyó un sollozo. Volteó la cabeza y vio al prisionero encadenado y llorando.
El pintor se quedó perplejo. Preguntó: «Amigo mío, ¿por qué lloras? ¿En qué forma te perturban estas pinturas?»
El prisionero respondió: «He intentado ocultar la verdad durante todos estos días, pero hoy me he visto vencido. Tú quizás no sabes que la primera pintura también es mi retrato. Ambos son retratos míos. Yo soy el mismo pastor que encontraste hace veinte años en las montañas. Lloro por mi caída en los últimos veinte años, del cielo al infierno, de Dios a Satanás».
No sé cuán cierta pueda ser esta historia. Sin embargo, una cosa es segura: la vida del hombre tiene dos lados opuestos, dos pinturas. En cada hombre están presentes tanto Satanás como Dios. En cada hombre existen tanto la posibilidad del cielo como la del infierno. En el hombre puede crecer un ramo de hermosas rosas; también en el hombre puede acumularse un montón de barro. Todos los hombres están balanceándose entre estos dos polos. El hombre puede llegar a cualquiera de estos dos extremos. La mayoría de las personas se in-clinan hacia lo infernal. Son escasos los afortunados que aspiran a lo espiritual, que permiten que la cualidad divina crezca en ellos. ¿Po-demos lograr transformar nuestra vida en un templo de Dios? ¿Podemos acaso transformarnos en una pintura que deje en evidencia a Dios? ¿Cómo es posible esto?
Con esta pregunta reinicio la discusión de hoy. ¿Cómo puede el hombre transformarse en el reflejo de Dios? ¿Es acaso posible conver-tir la vida del hombre en un paraíso, en una fragancia, en una belleza, en una armonía? ¿Es posible para un hombre conocer aquello que es inmortal? ¿Cómo puede el hombre entrar en el templo de Dios?
En este contexto, los hechos de la vida evidencian un avance en la dirección opuesta. En la niñez nos encontramos en el paraíso; pero, a medida que envejecemos, terminamos en el infierno. El mundo de la niñez está lleno de inocencia y pureza. Luego, avanzamos poco a poco en un camino lleno de mentiras y perfidia, y para cuando somos ancianos, somos viejos no sólo en cuanto al cuerpo, sino que también nuestras almas han envejecido. No es sólo el cuerpo el que se debilita y se vuelve enfermizo, sino que el alma también llega a un estado de ruina. Damos este cambio por sentado, como un hecho consumado, damos por finalizado el asunto y también nosotros mismos nos damos por acabados.
Acerca de esta caída, respecto al viaje entre cielo e infierno, la religión es fatalista. El viaje debiera ser hecho en la dirección opuesta. El viaje debiera resultar ventajoso: de la pena a la alegría, de la oscuridad a la luz, de la mortalidad a la inmortalidad. Alcanzar lo inmortal desde lo mortal es el anhelo, la sed de nuestra alma más re-cóndita. La única búsqueda del alma consiste en ir desde la oscuridad hacia la luz. Lo único que desea la energía primaria es ir desde lo falso hacia lo verdadero.
Pero para ese viaje, el hombre debe preservar su energía, debe permitir que su energía crezca. Para ascender hacia la Verdad, para llegar al alma, el hombre debiera esforzarse por transformarse en un depósito de fortaleza ilimitada. Sólo entonces podrá alcanzar lo Eter-no. El paraíso no es para los débiles. Repito, el paraíso no es para los débiles. La Verdad de la Vida no es para aquellos que disipan energía y se vuelven endebles y blandos. Aquellos que malgastan la energía de la vida y se vuelven insípidos e impotentes en su interior, no pue-den emprender esta jornada.
Escalar esas alturas requiere energía, y la conservación de la energía es el requisito primordial de la religión. Pero somos una gene-ración débil y enferma. Poco a poco nos deslizamos hacia profun-didades de más y más debilidad, debido a la pérdida de energía. La vitalidad se disipa, y lo que queda en nuestro interior es un panal de celdillas secas. No queda nada, excepto un espantoso vacío. Así es nuestra vida, si la podemos llamar así. Nuestra vida es sólo una triste historia de continua pérdida. La vida que llevamos no es provechosa.
¿A qué se debe esta situación tan poco atractiva? ¿Cómo perdemos nuestra energía? El mayor escape de energía en el hombre es a través del sexo y debería ser obstruido. A nadie le gusta soportar pérdidas, sin embargo, tal como les dije antes, existe un motivo irresistible que lleva al hombre a abusar de su energía. Debido al beatífico vislumbre que obtiene en el sexo, el hombre es arrastrado, lo quiera o no, a perder energía una y otra vez. Debido al luminoso, pero huidizo, éxtasis que el sexo otorga, éste ejerce un atractivo tan magnético que el hombre se precipita en él perdiendo aquello que es la base de todo.
Si el mismo éxtasis pudiera obtenerse mediante algún otro medio, uno dejaría de malgastar su energía a través del sexo. ¿Existe alguna otra alternativa para vivir esa misma experiencia? ¿Existe acaso algún otro medio a través del cual podamos vivir la misma exaltada experiencia, por la cual penetramos en los lugares más apartados del alma, por la cual alcanzamos la cima más elevada de la existencia y en la que obtenemos un vitalizador vislumbre del éxtasis sutil y de la pura alegría en el cual todas las definiciones se evaporan? ¿Existe alguna otra forma? ¿Existe otra técnica con la cual podamos zambu-llirnos y dejamos llevar a ese sereno abismo que existe en nuestro interior? ¿Existe acaso algún otro proceso para unirse con la fuente eterna de paz y felicidad que se halla en todos nosotros?
El conocimiento de esto significaría una metamorfosis en el hombre. Y entonces, el hombre le volvería la espalda a Kama y se volvería hacia Rama; su recorrido sería «desde la lujuria al Señor». Tendría lugar una revolución interna; una nueva puerta se abriría.
Si al hombre no se le muestra una nueva abertura, dará vueltas repetitivamente en círculos y se destruirá a sí mismo. El arcaico concepto del sexo que el hombre ha tenido, le ha impedido incluso pensar en ninguna otra puerta de salida, en ninguna salida superior. Así es como se ha creado un gran caos destructivo en su vida.
La naturaleza ha dotado a la vida sólo con una puerta: la del sexo, pero las enseñanzas a través de los siglos han atascado esa puerta de descarga. A falta de una abertura adecuada, la turbulenta vitalidad en nuestro interior da vueltas y vueltas, estrujando y desintegrando la personalidad del hombre, convirtiéndole en un neurótico. Y además, el hombre desintegrado, no puede utilizar la puerta natural del sexo, y así la oleada de energía proveniente del interior destroza los muros y ventanas de su ser y erupciona... Como consecuencia, el hombre se desploma, se hiere en la cabeza, se rompe brazos y piernas. La energía sexual, debido a su confinamiento, al cierre de su escape na-tural y debido también a que la puerta supernatural aún no se ha abierto, fluye por salidas no naturales. Esta situación representa la mayor desgracia de la Humanidad. Aún no se ha abierto una nueva puerta y la antigua ya está cerrada.
Es por eso que me pronuncio claramente en contra de las enseñanzas tradicionales respecto al sexo, que apuntan a la enemistad y a la represión. El resultado final de todas estas antiguas enseñanzas es que la sexualidad ha crecido en el hombre y además se ha per-vertido. ¿Cuál es el remedio? ¿No existe acaso otra alternativa? ...
Echemos una ojeada a la situación detenidamente. La realización que se alcanza en el orgasmo incluye dos elementos: la ausencia de ego y la ausencia de tiempo. El tiempo se congela y el ego se evapora. Debido a la ausencia de ego y a la detención del tiempo, obtenemos una clara visión de nuestro propio Yo: nuestro verdadero Yo. Entramos en contacto momentáneo con esa gloria y regresamos nuevamente a la rutina. Mientras tanto hemos perdido una considerable cantidad de energía.
La mente suspira por obtener ese resplandor, por atraparlo nuevamente, pero ese resplandor, ese vislumbre, es tan huidizo que apenas lo hemos mirado, ya ha desaparecido. Lo que queda es un anhelo, una obsesión, una loca ansiedad por obtener esa experiencia nuevamente. Durante toda su vida el hombre intenta una y otra vez asir aquello; pero este vislumbre, esta experiencia vivificante, no per-manece.
Existen dos formas de alcanzar esa superconsciencia, de alcanzar la esencia del Yo interno: el sexo y la meditación. El sexo es la puer-ta que la naturaleza otorga. Es un curso natural. Los animales lo tie-nen, las aves lo tienen, las plantas lo tienen, los hombres lo tienen. Mientras el hombre se valga de esta puerta proporcionada por la Naturaleza, no se hallará por encima de los animales; no puede elevarse. Esa puerta también está al alcance de los animales. El día en que el hombre pueda encontrar una nueva puerta deberá ser considerado como el amanecer de la condición de ser humano en él. Antes de eso, no somos humanos. Antes de eso, el centro de nuestra vida coincide con el centro animal, el centro de la Naturaleza. En realidad, estamos al nivel de los animales hasta que no nos elevemos sobre esto, hasta que lo trascendamos. Somos en apariencia, hombres; nos vestimos como hombres, hablamos el lenguaje de los hombres. Pero interiormente, en el fondo, en nuestro centro, somos como animales. No podemos ser más que eso. Y ése es el motivo por el cual, a la menor oportunidad, salta afuera el animal que tenemos adentro. Durante la conmoción que supuso la formación de la India y Pakistán, llegamos a descubrir que hay un animal carnívoro agazapado tras la máscara del hombre. Nos dimos cuenta de lo que son capaces de hacer los que oran en los templos y recitan el Gita. Saquean, asesinan, violan. La misma gente que vimos ayer orando en templos y mez-quitas, la vimos hoy violando en las calles. ¿Qué les ocurrió?
Un hombre se toma unas vacaciones respecto a su humanidad siempre que encuentra la más ligera oportunidad para relajar sus obligaciones, y el animal que está siempre al acecho en su interior, que siempre está anhelando expresarse totalmente, se lanza afuera. El hombre está siempre tenso, frenando a este animal, encadenándolo.
En una multitud, en medio de las aglomeraciones, halla la ocasión para deshacerse de este forzado atavío de humanidad y olvidarse de sí mismo. En medio de la multitud, reúne el valor necesario para ol-vidarse de sí mismo, de este yo forzado. El animal es liberado. El hombre, como ser humano individual, no ha cometido tantos pecados como lo ha hecho mezclado en una multitud. Un hombre en solitario tiene miedo de que alguien lo reconozca; un hombre en solitario se preocupa un poco de la vestimenta que lleva pues puede que le reconozcan; un hombre en solitario reflexiona primero sobre lo que va a hacer. Teme que los demás le puedan llamar «animal». Sin em-bargo, en medio de una gran multitud, pierde su identidad. No le preocupa ser identificado. Ahora forma parte de la muchedumbre, y hace lo que la gente que le rodea está haciendo.
¿Y qué es lo que hace? Arroja piedras, incendia, viola. En medio de la muchedumbre, aprovecha la oportunidad para liberar a su ani-mal. Y ése es el motivo por el cual el hombre comienza a ansiar la guerra cada cinco a diez años; espera alguna revuelta a fin de soltarse. Si es con el pretexto del problema hindú-musulmán, para él está bien. Sino, la causa gujarati-marathi también sirve a su propósito. Si los gujarati- marathis no están listos para un alboroto, el problema entre la gente que desea hablar hindi y la que no desea hacerlo también puede satisfacerle. Debe conseguir un pretexto, cualquier pretexto para liberar a la bestia oculta en su interior.
El animal oculto en el hombre está frustrado por su encarce-lamiento continuo. Aúlla queriendo salir. Pero a menos que este ani-mal sea vencido, destruido, la consciencia del hombre no puede ele-varse por encima de la bestialidad.
Nuestra energía animal, nuestra fuerza vital, tiene sólo una puerta de salida fácil, y esa salida es la del sexo. El sellar ese canal producirá problemas. Antes de sellar este canal es muy necesario abrir una nueva puerta, de modo que las energías puedan ser desviadas en otra dirección. Esto es posible, pero aún no se ha hecho por la sencilla razón de que reprimir es mucho más fácil que transformar. Es muy fácil, más fácil, cubrir algo, sentarse sobre ello, que abordarlo, transformarlo, porque esto último requiere esforzarse en una sadhana, en un continuo camino de acción meditativa. De este modo optamos por la represión interna del sexo.
Al mismo tiempo, no nos damos cuenta de que nada puede ser destruido mediante la represión. Al contrario, se hace más fuerte la reacción. También olvidamos que la represión intensifica el atractivo por lo que se reprime. Aquello que reprimimos se transforma en el centro de nuestra conciencia y se sumerge en los estratos más profundos de nuestro subconsciente. Lo reprimimos durante nuestras horas de vigilia, pero durante la noche aparece en nuestros sueños, interiormente espera con ansiedad poder liberarse a la más pequeña oportunidad.
La represión no liberará de nada al hombre. Al contrario, como consecuencia, sus raíces entran profundamente en el subconsciente y nos apresan. En el proceso de pisotear el sexo, el hombre se ha enredado a sí mismo. Está atrapado.
Tanto es así que, aun cuando los animales son activos dentro de ciertos límites y en ciertos períodos de tiempo, el hombre no tiene período ni límite respecto a este punto. El hombre es sexual durante todo el año, en todo momento. Sin excepción, ninguna criatura del mundo animal es sexualmente activa hasta ese punto. Tienen un lapso de tiempo específico para ello, un período, una temporada. Viene y se va. Por tanto, el animal nunca reflexiona acerca del asunto... Pero miren: ¿qué le ha ocurrido al hombre? Aquello que el hombre intenta reprimir, suprimir, se ha extendido a toda su vida, se halla activo todo el tiempo.
¿Has observado alguna vez que un animal no está siempre activo sexualmente, pero que el hombre se halla dispuesto en cualquier momento y en cualquier lugar? La sexualidad está humeando en su interior, como si la sexualidad lo fuese todo en la vida. ¿Cómo ha surgido esta perversión? ¿Cómo ocurrió este desastre? ¿Por qué no le ha ocurrido a ningún animal? Sólo existe un motivo para ello: el hombre ha intentado lo imposible para reprimir al sexo. Y éste, en igual medida, ha entrado en erupción atravesando su personalidad.
Y piensa en todo lo que tuvimos que hacer para reprimirlo... Tuvimos que asumir una actitud insultante; tuvimos que degradarlo, maltratarlo; tuvimos que llamarlo pecado; tuvimos que vociferar que es pecado; tuvimos que decretar que aquellos que disfrutaban del sexo debían ser despreciados, debían ser desdeñados; tuvimos que inventar muchos epítetos difamatorios, para aseguramos de que la represión ocurriera. Pero no comprendimos que todos estos abusos y objeciones envenenarían todo nuestro ser.
Nietzche dijo una frase que resulta muy indicativa. Dijo que, aun cuando la religión intentó envenenar al sexo para matarlo, el sexo no murió, sino que sigue vivo, pero lleno de veneno. Hubiese sido mejor que hubiese muerto, pero no ha sido así. Está envenenado, y sigue vivo... El plan falló. La sexualidad que vemos a nuestro alrededor es la representación del sexo envenenado.
El gusto por el sexo también está presente en los animales, pues el sexo es la fuente de la vida, pero la sexualidad sólo está presente en el hombre, no en los animales. Mira los ojos de un animal. No encontraremos allí lascivia. Pero si observas los ojos del hombre, no verás otra cosa que la sucia lascivia del sexo. Y así, los animales son bellos en cierta forma, pero no existe límite a la fealdad y al hedor del hombre, el loco represor.
Por tanto, como primer paso para liberar al hombre de la sexua-lidad, debería enseñársele a los niños -niños y niñas- el sexo como materia, tal y como les dije ayer. Además de ese conocimiento, la fea e innatural distancia que existe entre ellos debiera ser eliminada. En realidad, se les debería acercar unos a otros. Su segregación va en contra de la naturaleza. El hombre y la mujer se han transformado en dos especies totalmente diferentes. Observando esta separación, estos compartimentos hechos por el hombre, es difícil suponer que ambos son de la misma especie: seres humanos. Si niños y niñas im-púberes fuesen libres de moverse en la casa sin ropas, tal como quisieran y cuando lo desearan, esto cortaría de raíz la curiosidad obscena e innatural que surge en sus mentes a una edad posterior. Sabemos muy bien cómo esta ignorancia respecto al cuerpo del otro se manifiesta en cierto tipo de tonta curiosidad infantil. Por ejemplo, a todos los niños de familias civilizadas les gusta «jugar al médico».
Aún más: me pregunto si conocéis un nuevo movimiento iniciado por un sector de la sociedad americana. La gente religiosa intenta lograr que vacas, búfalos, perros, gatos, caballos y otros animales no salgan a los caminos sin ropas. Opinan que se les debería vestir antes de sacarlos a la calle. La idea es que los niños pueden contaminarse si miran a un animal desnudo. ¡Qué divertido es pensar que un niño pudiera contaminarse viendo a un animal desnudo! Quieren formar una institución que prohíba a los animales ir desnudos por las calles. ¡Observad, eso es lo mucho que se está haciendo para salvar al hombre!
Estos mal llamados redentores son los que están destruyendo al hombre. ¿Has notado alguna vez cuán maravillosos y hermosos son los animales, incluso desnudos? Aun en su desnudez son inocentes, simples y llanos. Muy rara vez se te puede haber ocurrido que el animal se halla desnudo. No se te ocurre que el animal está desnudo, a menos que ocultes tu propia desnudez en tu interior. Pero aquellos que son miedosos y cobardes, lo están intentando todo debido a su propio miedo a la desnudez. El hombre está degenerando día a día debido a las innovaciones de esta clase de remedios.
El hombre debiera ser tan simple que pudiera ponerse de pie desnudo, sin ropas, inocente y lleno de gozo. Una persona como Mahavira hizo eso precisamente. Del mismo modo, toda persona debería cultivar una mentalidad que le permitiera ponerse de pie desvestido. La gente, la gente religiosa, afirma que Mahavira descarto el llevar ropas, que abandonó los vestidos, pero yo lo niego. Su chitta -su consciencia- se volvió tan clara, tan inocente, tan pura como la de un niño. Cuando no queda absolutamente nada que ocultar, el hombre puede exponerse desnudo. Se levantó desnudo a enfrentarse al mundo.
El hombre se cubre debido a una sensación de que debe tapar algo en su interior. Pero cuando no hay nada que ocultar, uno puede andar sin ropas. Lo que se necesita es un mundo en el que cada indi-viduo se sienta tan poco culpable, donde tenga la mente tan pura y serena, que le sea posible eliminar sus ropas. ¿Qué crimen hay en eso? ¿Qué peligro tiene el andar desnudo?
Si la ropa se utiliza debido a otras razones, esa es otra cuestión, pero si las utiliza únicamente debido al miedo a la desnudez, resulta despreciable. Las ropas que se utilizan debido al temor a la desnudez, indican una desnudez mayor, son prueba de una mente contaminada. Pero hoy en día, incluso vestidos, nos sentimos responsables, como si aún no nos hubiésemos despojado de la desnudez interna. ¡Ah, Dios es tan infantil! Pudo haber creado al hombre con la ropa puesta...
Por cierto, por favor no concluyan que estoy en contra de utilizar ropa. Pero no tengo reparos en proclamar que la ropa que se utiliza únicamente debido al temor a la desnudez no cubre, sino que descu-bre, la desnudez. La conciencia de la desnudez es abyecta, innatural y depravada. Y son antiguas tradiciones sociales las que han produ-cido esta conciencia. Una persona puede seguir desnuda aun vestida, y una persona desnuda puede parecer vestida. ¿Es necesario explicar más este punto después de ver las ropas modernas pegadas a la piel de hombres y mujeres? Este es el resultado de la inclinación insatis-fecha por ver y mostrar el cuerpo. Si hombres y mujeres se hallasen familiarizados con el cuerpo del sexo opuesto, ocurriría automá-ticamente que las ropas no servirían a otro propósito que el de proteger el cuerpo. Sin embargo, ¡qué lástima!, hoy en día las ropas son diseñadas para despertar la sexualidad.
¿A dónde va la civilización del hombre si la ropa ya no es ropa, sino que se ha convertido en un auxiliar de la sexualidad? Por eso es por lo que propongo que a los niños se les permita permanecer des-nudos hasta una cierta edad. Deberían percibir que la necesidad de las ropas sirve a otro propósito.
Además, el concepto de la desnudez constituye una actitud sub-jetiva. Para una mente simple, para una mente inocente, la desnudez no es ofensiva: posee una belleza propia. Pero hasta ahora, el hombre ha sido alimentado con veneno y poco a poco, con el paso del tiempo, éste se ha extendido a la vida entera. Como consecuencia, nuestras actitudes se han vuelto desnaturalizadas. La opresión general ha en-gendrado más complicaciones.
Cuando hablé acerca de este tema en la primera reunión, en el Auditorio Bharatiya Vidya Bhavan, una mujer se acercó y me dijo: «Estoy furiosa. Estoy muy enojada con usted. El sexo es un tema infame. El sexo es pecado. ¿Por qué habló acerca de eso y de forma tan prolongada? Yo desprecio al sexo».
Ahora bien, observad esto. Esta mujer desprecia el sexo, aun cuando es una esposa, tiene un marido y también tiene hijos e hijas. ¿Cómo puede amar a su marido, que le arrastra al sexo, y cómo puede amar a esos niños, que nacieron del sexo? Su actitud hacia la vida está impregnada de veneno. Su amor será venenoso. Y entonces exis-tirá un profundo abismo entre marido y mujer. También aparecerá una cerca de espinas entre madre e hijos, porque estos son fruto del pecado. La relación que existe entre ella y su marido se halla orientada hacia el pecado, perseguida por un complejo inconsciente de culpa. ¿Y podemos acaso intimar con quien tenemos una relación peca-minosa? ¿Podemos acaso armonizar con el pecado?
Aquellos que han envilecido al sexo han destruido la vida conyugal en todo el mundo. Esta actitud destructiva le ha producido al hombre daño y no liberación. El hombre que siente una barrera invisible entre él y su esposa no puede sentirse satisfecho con ella. Mira a las mujeres que le rodean, acude a prostitutas. Todas las mujeres del mundo hubie-sen sido hermanas y madres para él si se hubiese visto totalmente gratificado en su hogar. A falta de esto, ve esposas potenciales en todas las mujeres. Esto es natural, debe ser así, pues encuentra veneno, pecado y repulsión donde hubiese debido recibir felicidad, éxtasis, serenidad. No logra satisfacer sus necesidades primarias y entonces vaga por todas partes, busca en todos lados, ¿y qué es lo que no es capaz de inventar para satisfacer esas necesidades básicas? Nos queda-remos perplejos si intentamos revisar o hacer una lista de todas las artimañas que ha inventado.
El hombre se las ingenió para inventar muchos, muchos trucos y artimañas, pero nunca pensó en reconsiderar el impedimento funda-mental. Aquello que era una laguna de amor, se ha convertido en una ciénaga de sexo, y la ciénaga está envenenada. Y cuando existe una clara sensación de pecado, de veneno, una sensación de vacilación entre esposo y esposa, esa sensación de culpabilidad echa por tierra la exaltación de la vida.
Tal como yo lo entiendo, si marido y mujer intentaran armónica-mente apreciar el sexo amándose comprensivamente el uno al otro, con una actitud de pura alegría, sin rechazo alguno, su relación será transformada, elevada. Y después de que esto suceda puede que la misma esposa esté allí, pero que lo esté bajo la apariencia de una madre. He oído que una vez, Kasturba , la mujer de Gandhi, viajó a Ceilán con Gandhiji y su comitiva. La persona que pronunciaba el discurso de bienvenida dijo que sentían afortunados al ser honrados también con la presencia de la madre de Gandhiji que acompañaba al Sr Gandhi en su viaje y que estaba sentada a su lado. El secretario de Gandhiji se quedó sin habla. Era error suyo; debió haber presentado antes a todos los miembros de la comitiva a los organizadores. Pero ya era demasiado tarde; Gandhiji ya estaba frente al micrófono y había iniciado su discurso. El secretario se temía la reprimenda que, después, le podía dar Gandhiji. No sabía que Gandhiji no se iba a enojar con él, pues son pocas las personas que logran transformar a su esposa en su madre. Gandhiji estaba hablando: «...Es una feliz coincidencia que el amigo que me ha presentado haya dicho, por error, la verdad. Desde hace unos pocos años, Kasturba se ha transformado en mi madre. Alguna vez fue mi esposa, pero ahora es mi madre».
Siempre es posible, si hombre y mujer se esfuerzan por examinar su vida sexual en forma meditativa, que se vuelvan amigos y logren complementarse el uno al otro en la transformación del sexo. Y el día en que marido y mujer logran transformar el sexo, nace entre ellos un sentimiento de abrumadora gratitud. Pero en la actualidad, entre ellos existe una innata y sutil enemistad; una inminente pugna, y no una serena amistad. Se produce una sensación de profunda satisfacción cuando cada uno actúa como medio para transformar los deseos sexuales del otro. Una verdadera amistad florece cuando se vuelven compañeros en este ascenso, en la trascendencia del acto sexual. Ese día, el hombre se llena de respeto por la mujer, porque ella le ayudó a liberarse de la lujuria sexual. Ese día, la mujer se llena de gratitud hacia el hombre, por la ayuda brindada para liberarse de su pasión. Desde ese día, viven en real armonía amorosa y no sumergidos en la lujuria. Esta regeneración es el inicio del viaje al final en el cual el marido se transforma en dios para la esposa y la esposa se transforma en la deidad para el marido. Pero esa posibilidad se halla envenenada.
Dije ayer que es difícil encontrar a un enemigo del sexo tan en-conado como yo. Eso no implica que maltrate o desacredite al sexo. Dije eso con intención, para guiarles en la dirección correcta de la trascendencia, para indicarles cómo puede ser transformada la lujuria. Soy un enemigo del sexo, en el sentido de que estoy a favor de la transformación del carbón en diamante. Deseo transformar el sexo.
¿Cómo puede hacerse? ¿Cuál es el procedimiento? Afirmo que se debería abrir una puerta, una nueva puerta. El sexo no aparece cuando el niño nace. Hay un tiempo de por medio. El cuerpo reunirá energía, las células se harán fuertes; transcurre tiempo antes de que el desarrollo del cuerpo se complete. La energía se acumulará y luego empujará hasta abrir la puerta que estuvo cerrada durante catorce años y ésa será su entrada en el mundo del sexo. Y una vez que una puerta se abre, es muy difícil abrir una nueva puerta por medio de la fuerza vital, puesto que toda la vitalidad, toda la energía, sigue fluyendo en la dirección en que está saliendo a chorros. Una vez que el Ganges ha trazado su curso, sigue fluyendo en el mismo surco. No busca diariamente un nuevo surco. El agua fresca viene todos los días, pero fluye por el mismo canal. Del mismo modo, la fuerza vital también traza un curso y luego sigue corriendo por el mismo trazado.
Si queremos curar al hombre de su sexualidad, resulta muy nece-sario practicar una nueva abertura antes de que la puerta del sexo se abra. La nueva puerta es la meditación. A todos los niños, a su más tierna edad, se les debería enseñar meditación. Las falsas enseñanzas en contra del sexo debieran ser prohibidas; se les debería enseñar meditación. Es una puerta positiva, una abertura superior. La fuerza vital debe decidir entre el sexo y la meditación. Y la meditación es una alternativa superior.
No condenes al sexo; en vez de eso, enseña la entrada a la medi-tación. Las charlas dadas a niños, niños y niñas, en contra del sexo a una tierna edad, solamente les advierten de la existencia del sexo. Esto es muy peligroso. Más tarde, esto les conducirá a las perversiones de una sexualidad inmadura. Cuando aún no se ha abierto ninguna puerta, cuando las puertas están cerradas, cuando la energía está a salvo, podría abrirse cualquiera de las puertas, pero la insistencia en las enseñanzas en contra del sexo es como llamar insistentemente a la puerta del sexo.
Una planta joven y flexible puede ser inclinada en cualquier dirección. También se inclina humildemente, por sí sola. Se endurece al crecer. Si tratas de doblarla cuando es adulta, se deformará, se rom-perá. Lo mismo ocurre en este caso. Es muy difícil alcanzar el estado de meditación a una edad madura. Intentar la meditación en gente de edad es como sembrar fuera de estación. La semilla de la meditación podría sembrase en los niños. Sin embargo, tal como el hombre es, se interesa por la meditación hacia el final de su vida. Entonces se halla ansioso por meditar, cuando ya la energía ha declinado, cuando todos los caminos para mejorar se han vuelto más difíciles. Es en-tonces cuando investiga la meditación y el yoga. Desea reformarse cuando la suerte ya está echada, cuando la transformación resulta difícil. El hombre con un pie en la tumba pregunta si podría liberarse a través de la meditación. Es extraño... Esa idea es una locura.
Nuestro planeta nunca podrá estar en paz a menos que iniciemos un viaje hacia la meditación en cada mente joven. Es inútil intentarlo con aquellos que se encuentran al final de sus fuerzas, que se encuen-tran en el atardecer de sus vidas. Aunque se intente, esto deman-daría un enorme esfuerzo que no rendiría muchos frutos. El objetivo podría alcanzarse si el intento se realiza temprano en la vida, cuando no exige mucho esfuerzo.
Así pues, el primer paso hacia la transformación del sexo es iniciar en la meditación a los niños pequeños. Enseñarles a ser calmados, a estar silenciosos, instruírles acerca del estado de no-mente. Aun cuando los niños no son calmados y quietos en el sentido de los adultos, si se les guía en la dirección correcta, si se les enseña a cultivar el discreto silencio y la placidez aunque sea sólo por unos instantes cada día, una puerta se abrirá antes de que tengan catorce años. Cuando el sexo levante su cabeza, cuando la energía esté a punto de rebosar, comenzará a fluir por la puerta que ya está abierta. Ellos ya habrán conocido y comprendido la serenidad, el éxtasis, la alegría, la ausencia de tiempo, la ausencia de ego, mucho antes de experimentar el sexo. Esta misma familiaridad previa evitará que su energía se vaya por canales equivocados y la dirigirá al camino correcto. En lugar de enseñar la calma de la meditación, les enseñamos a repudiar al sexo, porque el sexo es pecado. El sexo es sucio, feo y malo. Es el infierno. Los epítetos no alteran la situación para nada. Al contrario, los niños se sienten más curiosos por saber acerca de este infierno, de esta maldad, de esta suciedad, acerca de la cual los padres y los profesores se muestran tan temerosos y aterrados. Buscan la respuesta por todos lados. Están ansiosos por comprender este pandemónium; después de todo, ¿qué clase de espíritu malévolo es este sexo?
Y al poco tiempo llegan a saber que los mismos adultos se hallan involucrados, día y noche, en la misma búsqueda que se les censura a los niños. Consecuencia inmediata e instantánea de este descu-brimiento es que dejan de admirar a los padres. La educación moder-na no es, como se cree, responsable de que la veneración por los pa-dres haya diminuido en un grado tan alto. Los mismos padres son los responsables de esto. Rápidamente, los niños llegan a darse cuenta de la paradoja de que tú te halles sumergido en lo mismo que les aconsejas aborrecer, pues los niños son muy buenos observadores. Concluyen que tu vida nocturna es diferente de tu vida diurna, que tus prédicas y tus prácticas son muy diferentes. Se dan cuenta de lo que ocurre en la casa. Infieren que, independientemente de que sea llamado sucio por su padre y malo por su madre, las mismas cosas ocurren en la casa. Ellos ven esto, y siendo así, dejan de reverenciar a los padres. Los niños concluyen: los padres son falsos, son hipócritas.
Y recordad, los niños que han perdido la confianza en sus padres nunca desarrollarán la confianza en Dios. Los niños tienen su primer vislumbre de la fe, de Dios, con y a través de los padres. Si eso es destruido, es seguro que serán ateos posteriormente. Tienen la primera percepción de Dios en la rectitud de los padres. Los padres son los primeros y los más próximos en invocar reverencia en los niños. Si eso resulta ser una mera ilusión, resultará difícil inclinar a esos niños hacia Dios mientras estén vivos. La relación se ha roto, porque sus primeras deidades les traicionaron: su padre y su madre resultaron ser deshonestos.
Hoy en día, la generación moderna niega la existencia de Dios, ridiculizan la idea de la liberación y califican de patraña a la religión, no porque hayan explorado y ello les haya llevado a esa conclusión, sino debido a la traición de los padres. Es por esto que han caído en el escepticismo.
Esta sensación de traición ha surgido debido a que los adultos han expuesto erróneamente un hecho de la vida: el sexo. Se debería explicado honestameme a los niños que el sexo forma parte intrínseca de la vida, que hemos nacido del sexo, y que éste también forma parte de sus vidas. Esto les ayudaría a comprender la conducta de los padres desde una perspectiva apropiada y cuando crecieran y adqui-rieran experiencia vital, se sentirían llenos de respeto por la honestidad de sus padres. El surgimiento de la fe y del respeto en los niños pre-parará el terreno para una vida religiosa.
Actualmente, los niños sospechan de los padres -los sienten hipó-critas y no sinceros- y de allí el choque entre las ideologías o no-ideologías, entre la generación más joven y la mayor. La represión del sexo ha separado a marido y esposa, y ha colocado a los niños en actitud desafiante frente a los padres.
No necesitamos la represión del sexo. Lo que necesitamos ahora es la clarificación del sexo. Apenas los niños maduren e investiguen, los padres deberían exponer abiertamente, en forma admisible, las principales realidades de la vida. Esto debiera hacerse antes de que los niños se pusieran innecesariamente inquietos y sintieran una curiosidad en un grado indeseable o alimentasen una atracción mal-sana que les incitase a satisfacer su curiosidad, su ansiedad, en lugares inapropiados. De otro modo, y tal como es el caso hoy en día, los ni-ños encuentran lo que desean saber, pero a través de gente ina-propiada, en circunstancias desfavorables y mediante prácticas peligrosas. Este estilo de cosas resulta perjudicial y ruinoso. Sus conse-cuencias son el dolor y la tortura por el resto de sus vidas y, finalmente, se levanta un muro de vergüenza y secreto entre los niños y sus padres.
Los padres no podrán nunca llegar a saber nada de la vida sexual de sus hijos en la medida en que los niños sean apartados de la vida sexual de sus padres. Esta alienación debida al juego del escondite resulta muy peligrosa. Los niños deben tener una educación sensata, una educación correcta respecto al sexo.
En segundo lugar, se les debería enseñar a meditar, a cómo per-manecer calmados, cómo estar serenos, cómo ser silenciosos, cómo alcanzar el estado de no-pensamiento. El niño puede lograr eso con mucha, mucha rapidez. Cada hogar debería programar un tiempo especial para llevar a los niños «al silencio», y eso sólo es posible cuando vosotros como padres, también practiquéis con ellos. En cada hogar debería ser obligatorio reservar una hora para estar sentados en silencio. Si fuese necesario, uno debería eliminar una de las comidas del día, pero la hora de silencio debería ser observada a cualquier precio. No puede llamarse familia a aquella que no observa una hora de silencio. Eso no es ni siquiera un hogar.
Una hora diaria de silencio conservará la energía y en un lapso de catorce años surgirá, se abrirá, la puerta de la meditación, aquella me-ditación con la que el hombre contacta el no-tiempo, la ausencia de ego y con la que uno obtiene un vislumbre del alma y del Sublime Supremo. Un encuentro con esa cosa sublime antes de la experiencia del sexo pondrá un alto a la loca carrera tras del sexo, pues la energía habrá hallado un camino mejor hacia el éxtasis. Y ésta es la primera etapa del proceso hacia el celibato: la trascendencia del sexo. Y el ca-mino es la meditación.
El segundo aspecto fundamental es el amor. A los niños se les debería enseñar el amor desde la infancia. No tiene fundamento alguno el temor generalizado de que enseñar el amor conducirá al hombre a los laberintos del sexo. El enseñarle acerca del sexo puede conducir al hombre hacia el amor, pero el enseñar el amor nunca llevará al hombre a la sexualidad. La verdad del asunto discrepa de la creencia generalizada. La energía del sexo es transformada en amor.
Un hombre es capaz de derramar amor sobre aquellos que le ro-dean en proporción directa al amor que está creciendo en él. En la medida en que te encuentras vacío de amor, te hallas lleno de sexo. Y seguirás estando focalizado en el sexo.
Cuanto menos ama un hombre, más odia. Cuanto menor sea el grado de amor que colme en su vida, más malévola será ésta. Los que se hallan faltos de amor se hallan, en ese mismo grado, llenos de envidia. Cuanto menos ama un hombre, más en conflicto vive. La gente tendrá tantas más preocupaciones, más infelicidad y más complejos de inferioridad cuanto más les falte el amor en sus vidas, Cuanto más se halle sumergido el hombre en preocupaciones, en su vanidad, en falsedades y en estados similares, en mayor medida su energía se debilitará, enfermará y languidecerá y estará más tenso y tirante en todo momento. Y para este grupo de emociones toscas y groseras, degradadas e inferiores, no existe otra puerta de salida que la del sexo.
El amor transforma las energías. El amor es fluido, creativo; fluye y sacia. Esa gratificación es mucho más valiosa y profunda que la que se obtiene por medio del sexo. Aquel que se halla familiarizado con este sentimiento nunca buscará ningún otro sustituto del mismo modo que aquél que adquiere joyas nunca buscará piedras...
Sin embargo, un hombre lleno de odio no puede encontrarse nunca satisfecho. Siempre está inquieto; lo destruye todo con su movimiento. Y la destrucción nunca trae felicidad. Sólo la creación puede dar un sentimiento de gratificación. Un hombre lleno de envidia siempre se mantiene beligerante y en conflicto, pero ese estado nunca le aportará satisfacción. Una persona agresiva invade el territorio de los demás.
Pero el éxtasis sólo puede lograrse mediante el dar, nunca median-te el tomar. El poseer y el acumular nunca aportarán paz a la mente, sino que dicha paz solamente podrá alcanzarse a través del dar y el compartir. Un hombre ambicioso salta de un cargo a otro; nunca se halla en paz. Aquellos que no van tras el poder, sino tras el amor, aquellos que derraman amor a todo su alrededor, se hallan en exaltado éxtasis. Cuanto más lleno de amor se halle un hombre, más satisfacción, una satisfacción profunda, un goce, una sensación de realización, encontrará en lo más profundo de su corazón. Un hombre así no se interesará ni intentará dirigir su atención hacia el sexo, pues el éxtasis que puede lograrse a través de éste se halla siempre a su alcance a través del amor.
El siguiente paso consiste en hacer crecer al amor en su total mag-nitud. Debiéramos adorar al amor, debiéramos contribuir al amor; debiéramos vivir en amor. Pero el amar solamente a los demás, no es una prueba de amor. La devoción al amor es colmar toda la perso-nalidad de amor. Estoy hablando de una educación plena en el amor. Deberíamos recoger del suelo una piedra como si estuviéramos levantando a un amigo; deberíamos estrecharle la mano a un enemigo del mismo modo que se la estrechamos a un amigo.
Algunas personas tratan a las cosas materiales con amoroso cuidado, mientras otros dispensan a los demás un trato que ni siquiera debiera dársele a los objetos inanimados. Para un hombre inmerso en el odio, los humanos no son mejores que los objetos inanimados. Pero un hombre lleno de amor otorga una individualidad, una personalidad, incluso a los objetos inanimados que toca.
Un docto viajero fue a ver a un célebre fakir. El hombre, que se hallaba irritado por algún motivo, probablemente debido a las penurias del viaje, se desató airadamente los cordones de los zapatos y lan-zándolos a un rincón, abrió la puerta con un fuerte golpe.
Un hombre enojado se quita los zapatos como si éstos fuesen enemigos. Incluso abre una puerta como si hubiese una sólida ene-mistad entre él y la puerta. El hombre abrió la puerta, entró y ofreció sus respetos al fakir.
El fakir le dijo: «No, no acepto tus respetos. Primero, ve y dis-cúlpate con la puerta y con los zapatos».
«¿Qué ocurre? ¿Disculparme con una puerta y unos zapatos? ¿Son acaso seres vivos?».
El fakir replicó: «No pensaste en eso mientras te enfadabas con esos objetos inanimados. Arrojaste los zapatos como si tuvieran vida, como si tuvieran la culpa de algo. Abriste la puerta como si ésta fuera tu enemiga. No, puesto que reconoces su individualidad al enfadarte con ellos, deberás rogar su perdón. Por favor, ve y ofrece tus dis-culpas, de lo contrario, no estoy dispuesto a entrevistarme contigo».
El viajero pensó: «Si he venido de tan lejos a ver a este ilustre fakir, sería ridículo que nuestra entrevista finalizara debido a un asunto tan trivial», de modo que se acercó a los zapatos con las manos enlaza-das y les dijo, « Amigos, perdonad mi insolencia». Le dijo a la puerta: «Lo siento, cometí un error al empujarte así, con esa rabia».
¡Qué momento para él!. El viajero escribió en sus memorias que se sintió muy ridículo al principio, pero al terminar de disculparse algo nuevo surgió en él. Se sintió tan calmado, tan sereno, tan sose-gado... Se hallaba más allá de las posibilidades de su imaginación el concebir que un hombre pudiera sentirse tranquilo, sereno y alegre por haberle pedido disculpas a una puerta y unos zapatos.
Entró y se sentó al lado del fakir. Este comenzó a reírse y le dijo: «Ahora está bien. Estás a tono; podemos hablar. Puesto que has mos-trado algo de amor, ahora te hallas desahogado. Ahora puede haber una comunicación entre nosotros».
Lo fundamental no reside en amar sólo a los seres humanos, sino que se trata de estar lleno de amor.
El decir que has de amar a tu madre es erróneo; es una tergi-versación. El que un padre solicite que le amen por su condición de padre, constituye una enseñanza equivocada. Está ofreciendo un moti-vo para el amor. Si una madre le pide a un niño que la ame por la sencilla razón de que es su madre, estará imponiendo algo incorrecto, pues el amor que implica «porqués» y «por lo tanto» no es tal amor. El amor no debería tener razones, no debería quedarse atrapado con razonamientos. La madre dice: «Te he cuidado, te he criado; por lo tanto, ámame». Ella está aportando un motivo: allí finaliza el amor. Si se le fuerza, el niño podrá mostrar algún afecto en forma superficial, porque ella es su madre... No, el objetivo del enseñar a amar no es el expresar amor en virtud de alguna causa o motivo, sino que es el de crear un medio para que el niño se llene de amor.
Has de entender que de lo que se trata es del crecimiento de la personalidad del niño, que se trata de su futuro, que se trata de que sea amoroso con quienquiera que se encuentre: sea una piedra, un ser humano, una flor, un animal o lo que sea. No se trata de amar únicamente a un animal o a una flor o a una madre o a una persona determinada; de lo que se trata es de llenarse de amor. De esto depende el futuro, el futuro de la Humanidad. Las tremendas posibilidades para el florecimiento de la felicidad en la vida de un hombre dependen de la cantidad de amor que contenga en su interior. Un hombre lle-no de amor puede estar libre de la sexualidad, sin embargo, no da-mos amor, no creamos fervor por el amor.
Por supuesto que a veces hacemos teatro en nombre del amor... ¿Crees que un hombre es capaz de amar a una persona y al mismo tiempo odiar a otra persona? No, es imposible. Un hombre lleno de amor, incluso cuando se halla solo, estará lleno de amor, pues el amor constituye su naturaleza misma; no tiene nada que ver con la relación que tengas con él. Un hombre lleno de ira estará enojado incluso si está solo. Un hombre lleno de odio, odia aun cuando está solo. Obser-va a ese hombre cuando está solo y verás que se halla irritado aun cuando no muestra su ira hacia nadie en especial. Todo su ser rebosa odio e ira. Del mismo modo, si ves a un hombre lleno de amor, sentirás que, incluso cuando se halla solo, está rebosante de amor. Las flores que florecen en la jungla diseminan fragancia, haya alguien que las aprecie o no, haya alguien que pase por ahí o no. Una flor siempre está esparciendo su fragancia innata. Diseminar su aroma es su natu-raleza. No te ilusiones creyendo que la flor emite su fragancia para ti.
Nuestro ser debería estar lleno de amor. No debería depender de aquello que amamos. Pero el amante desea que su amada lo ame a él y a nadie más. «Amor significa amarme solamente a mí», dice. No sabe que aquellos que no son capaces de amar a todos, no son capaces de amar a nadie. La esposa afirma que el marido debiera amarla sólo a ella y que no debiera mostrar afecto por nadie más. Y no sabe que ese amor es falso y que ella lo ha vuelto falso. ¿Cómo puede un es-poso que no se halle en todo momento lleno de amor hacia todo el mundo, ser «amoroso» con la esposa?
Estar lleno de amor es la naturaleza de la vida. No se puede estar lleno de amor hacia alguien y no sentir nada de amor hacia otra per-sona. Pero la Humanidad no ha sido capaz de comprender esta sencilla verdad. El padre le pide al hijo que lo ame; pero, ¿acaso le enseñó alguna vez al niño a amar al anciano sirviente de la casa? No, porque es un sirviente... ¿No es acaso un hombre? Puede que el sirviente sea viejo, pero puede ser también el padre de alguien. Pero no, es un sirviente y no hay porqué ser cortés o sentir amor hacia él. Pero este padre no sabe que al envejecer se quejará si su hijo no le demuestra afecto. El niño se podría haber convertido en un hombre lleno de amor si se le hubiese enseñado a amar a todo el mundo. Y entonces, también habría respetado a su anciano padre.
El amor no es una relación. Es un estado del ser. Forma parte esencial de la personalidad del hombre. Así, la segunda etapa en la enseñanza del amor es enseñar al niño a amar a todo el mundo. Si, por ejemplo, un niño no cuida adecuadamente un libro, debería indicársele que tratando al libro de forma impropia se está haciendo un mal a sí mismo. Si te comportas en forma brutal con tu perro, eso representa un defecto en tu personalidad. Eso prueba que te hallas desprovisto de amor. Y aquél que no se halla lleno de amor, no es un hombre.
Recuerdo la historia de un fakir que vivía en una pequeña choza. Era alrededor de medianoche y llovía intensamente. El fakir y su es-posa estaban durmiendo. De repente llamaron a la puerta. Alguien solicitaba cobijo.
El fakir despertó a su esposa: «¿Has oído? Hay alguien allí afuera», le dijo. «Será algún viajero, algún amigo desconocido».
¿Te das cuenta?. Le dijo, «¿Algún amigo desconocido?». Ni siquiera somos amistosos con aquellos que conocemos. La suya fue una ac-titud de amor.
El fakir dijo: «Algún amigo desconocido está esperando afuera. Por favor, abre la puerta».
Su esposa le dijo: «No hay espacio; ni siquiera es suficiente para nosotros dos. ¿Cómo va a caber una persona más?».
El fakir le respondió: «Querida, éste no es un palacio de un rico. No puede hacerse más pequeño. El palacio de un rico parece más pequeño cuando llega un nuevo huésped, pero ésta es la choza de un pobre».
Su esposa le dijo: « ¿Qué tienen que ver pobres y ricos con esto? La pura realidad es que ésta es una cabaña muy pequeña».
El fakir replicó: «Si hay suficiente espacio en tu corazón, sentirás que la choza es un palacio, pero si tu corazón es angosto, incluso un palacio te resultará insuficiente. Por favor, abre la puerta. ¿Cómo podemos rechazar a un hombre que ha acudido a nuestra puerta? Hasta ahora podíamos estar tumbados. Puede que los tres no poda-mos estarlo ya, pero al menos podremos sentarnos. Hay un hueco más para estar sentados».
La esposa tuvo que abrir la puerta. El amigo entró, empapado. Le dejaron unas ropas, se sentaron juntos y comenzaron a charlar. Al cabo de un rato, llegaron otras dos personas y llamaron a la puerta.
El fakir dijo: «Parece ser que nuevamente ha venido alguien», y le pidió al nuevo amigo, el más cercano a la puerta, que abriera. El hombre le contestó: « ¿Abrir la puerta? No hay espacio suficiente». El hombre, el cual momentos antes había hallado cobijo en esta choza, olvidó que no había sido el amor del fakir hacia él el que le había hecho un hueco, sino que había encontrado cobijo porque había amor en la choza. Ahora, nuevamente, había llegado más gente, y el amor debe acomodar a los recién llegados.
Pero el hombre dijo: «No, no es necesario abrir la puerta. ¿No ves que casi ni podemos estar de cuclillas?»
El fakir dijo: «Amigo, ¿Acaso no te hice a ti un hueco? Se te per-mitió entrar porque aquí dentro moraba el amor; está aún presente, no se ha agotado contigo. Por favor, abre la puerta. Ahora estamos sentados a cierta distancia unos de otros; tendremos que agrupamos más. Y además, en esta noche fría, puede ser grato sentarse juntos».
Tuvo que abrir la puerta. Dos recién llegados entraron. Todos se sentaron juntos y comenzaron a trabar amistad unos con otros.
Pasó un rato... seguía lloviendo, y la noche transcurría. Entonces llegó un burro y empujó la puerta con su cabeza. El burro estaba em-papado; quería abrigo para la noche. El fakir le pidió a uno de los últimos que había llegado, que estaba sentado casi en la puerta, que la abriera: «Ha llegado un nuevo amigo».
Después de atisbar afuera, el hombre dijo: «Este no es un amigo ni nada. Es un asno. No es necesario abrir».
El fakir le dijo: «Quizás no sabes que, a la puerta del rico, los hombres también son tratados como animales. Esta es la choza de un pobre fakir y estamos acostumbrados a tratar incluso a los animales como a seres humanos. Por favor, abre la puerta».
Los hombres dijeron, al unísono: «Pero ¡no hay sitio!».
El contestó, «Hay suficiente espacio. En vez de estar sentados, todos nos pondremos de pie y le haremos un hueco. No os inquietéis, si es necesario yo saldré y le dejaré mi sitio. ¿Acaso no puede el amor hacer esto también?»
Es imperativo tener un corazón lleno de amor; debiéramos tener una actitud amorosa. La cualidad humana surge únicamente cuando hay un corazón amoroso y, junto con ello, un sentimiento de satisfacción, una profunda y maravillosa satisfacción. ¿Has notado alguna vez que, después de mostrarle algo de amor a alguien, todo tu ser se ve invadido por una ola de satisfacción, por un estre-mecimiento de alegría? ¿Te has dado cuenta alguna vez de que los momentos de serena satisfacción son aquellos en que el amor incon-dicional se hallaba presente?
Y el amor puro sólo puede sobrevivir si no se ve adulterado con condiciones. Un amor condicional no es amor. ¿No has tenido una sensación de complacencia después de haberle sonreído espon-táneamente a un desconocido en la calle? ¿No sentiste una brisa de paz después de hacerlo? La ola de plácida alegría que experimentas después de levantar a un hombre que se ha caído, tras animar a una persona decaída o regalar flores a un hombre enfermo, no tiene límite. No ocurre lo mismo cuando lo haces porque él o ella sean tu padre o tu madre. No, puede que esa persona en particular no sea nadie espe-cial para ti, sino que tú lo hagas porque el regalar es en sí mismo una recompensa, un gran placer.
El amor debe expandirse en nuestro interior: el amor hacia las plantas, el amor por los seres humanos, el amor por los desconocidos, el amor por los extranjeros, el amor por aquellos que se hallan camino de la luna, de las estrellas. El amor debería estar siempre aumentando.
La posibilidad de la presencia del sexo en la vida disminuye a medida que el amor aumenta en nuestro interior. El amor y la medi-tación abrirán la puerta hacia Dios. El amor y la meditación, unidos, llegan a Dios y hacen florecer el celibato en la vida del hombre. Entonces, toda la fuerza vital asciende a través de un nuevo pasaje; no fluye hacia afuera, nunca retrocede. Asciende desde adentro; as-ciende en su viaje hacia los Cielos. En la situación actual, nuestro viaje es descendente, hacia el sexo; la naturaleza dictamina que la energía del sexo sólo fluye hacia abajo. El celibato es el viaje as-cendente de la fuerza vital, y el amor y la meditación son los ingre-dientes fundamentales del celibato.
Mañana hablaremos acerca de lo que obtenemos mediante el celibato. ¿Qué obtenemos? ¿Adónde llegamos?
Hoy os he hablado de dos cosas: del amor y de la meditación. Os dije que el entrenamiento debe comenzar desde la infancia; sin em-bargo, no debéis inferir que, dado que no sois niños, ya no hay nada que podáis hacer. Si así fuera, lo que hago sería una pérdida de tiempo. Cualquiera que sea tu edad, este trabajo puede iniciarse en cualquier momento. Aun cuando se vuelve más difícil con el paso de los años, el recorrido de este camino puede ser emprendido en cualquier momento de la vida. Es mejor emprenderlo en la niñez, pero es tam-bién bueno iniciarlo en cualquier etapa de la vida. Podemos iniciarlo hoy. La gente de más edad que está dispuesta a aprender, que tienen aptitudes para aprender, son niños, aun cuando tengan una avanzada edad. Ellos también pueden comenzar; pueden aprender, si no han dado por sentado que lo saben todo o que han alcanzado ya algo deseable.
Buda tenía un discípulo consagrado a él desde hacía muchos años. Un día, Buda le preguntó: «Oye, ¿cuántos años tienes?»
El monje le respondió: «Cinco años».
Buda se quedó sorprendido: «¿Cinco años? Tu aspecto es de al menos setenta años, ¿por qué me contestas esto?»
El monje replicó: «Digo esto, porque el rayo de la meditación en-tró en mi vida hace cinco años. Desde hace solamente cinco años, el amor ha llovido en mi vida. Antes de eso, mi vida era como vivir en medio de sueños. Era como existir dormido. Yo no considero esos años al dar cuenta de mi edad. ¿Cómo podría hacerlo? Mi verdadera vida comenzó hace sólo cinco años. Es por eso que digo que tengo sólo cinco años de edad.»
Buda advirtió a todos sus discípulos que tomaran nota de esto.
Todos vosotros deberíais calcular vuestra edad de esta manera; esa es la forma de calcular la edad. Si el amor y la meditación todavía no han nacido en ti, tu vida, por el momento, es negada; todavía no has nacido. Pero nunca es demasiado tarde para empezar. Todos deberíamos esforzarnos en pos de una vida superior. Y para eso, nunca es tarde.
No saquéis como consecuencia de mis palabras que, al haber atravesado ya la infancia, esta charla va dirigida a las generaciones futuras. Nunca es demasiado tarde para que aquél que ha emprendido el camino equivocado no pueda volver al correcto. Nadie se ha des-viado tanto que no pueda verse beneficiado por la verdadera luz.
Comparativamente hablando, este viaje no requiere mucha osadía. La satisfacción que se obtiene a las puertas de la Iluminación al lograrlo es mucho mayor que cualquier esfuerzo que se haya podido hacer. El simple vislumbre de ese rayo de luz, de esa alegría, de esa Verdad, nos comporta el sentimiento de que hemos logrado mucho con un esfuerzo mínimo; nos muestra que hemos alcanzado aquello que escapa a toda estimación con muy poco esfuerzo de nuestra parte.
Por favor, no mal interpretéis mis palabras. Ese es mi humilde ruego.
Tercera Charla
Gowalia Tank Maidan ,
Bombay, 29 de Septiembre de 1968
SEXO : EL SUPER ATOMO
He aquí una historia. En la escuela de un pequeño pueblo, un profesor enseñaba la historia de Rama. Casi todos los niños dormi-taban. Esto no es raro cuando se recita el Ramayana; hasta los adultos duermen una siesta en esos momentos, porque la historia ha sido contada y recontada tantas veces que ha perdido su significado. La novedad ya ha desaparecido.
El profesor recitaba en forma mecánica, sin tan sólo darle un vistazo al libro abierto frente a él e incluso cualquier observador ajeno a la situación hubiera afirmado que también estaba dormitando. Se sabía la historia de memoria y estaba relatando los episodios como un loro. No se daba cuenta de lo que estaba diciendo, pues aquél que ha aprendido algo de memoria no conoce el significado de lo que dice.
De pronto ocurrió algo: el Inspector había entrado en la clase. Los alumnos se pusieron de pie y el profesor también se puso alerta. Continuó con la lección.
El Inspector dijo: Me alegra ver que les está enseñado el Rama-yana. Les preguntaré algo acerca de Rama». Suponiendo que los niños recuerdan fácilmente todo lo referente a destrozos y palizas, formuló una sencilla pregunta: «Decidme, niños: ¿Quién rompió el arco de Shankara?»
Un niño levantó rápidamente su mano, se puso de pie y dijo: «Perdóneme, señor. Yo no lo rompí. Estuve ausente durante quince días, y tampoco sé quién lo rompió. Quiero aclarar esto de inmediato, pues siempre que pasa algo en la escuela, yo soy el primero en ser acusado».
Esto fue como un golpe inesperado para el Inspector. Le lanzó una mirada al profesor, el cual estaba a punto de alzar su bastón. El profesor dijo: «Con toda seguridad que este desalmado debe de ser el culpable. Es el peor de todos», y le rugió al muchacho: «Si no fuiste tú, ¿para qué te levantaste a decir que no lo habías hecho?» y le aconsejó al Inspector que no se dejara engañar por el chico.
El Inspector pensó que lo más prudente era no decir nada. Dio media vuelta y salió de la clase. Enfurecido, se fue derecho hacia la oficina del Director y le relató el incidente en detalle.
Le preguntó al Director qué hacer con respecto a esto. El Director instó al Inspector a no indagar más allá con el asunto, pues en estos días resultaba una imprudencia decir algo a los estudiantes. No importaba quién lo hubiese roto, era preferible que el asunto terminara allí. En los últimos dos meses había habido paz en la escuela. Antes de eso, los estudiantes habían destrozado y quemado numerosos muebles. Era mejor guardar silencio. En estos días, decirle cualquier cosa a los estudiantes equivalía a invitar grandes problemas. En cualquier momento podían convocar una huelga, una dharna, un ayuno hasta la inanición.
El Inspector se quedó sorprendido. Estaba aturdido, atónito. Se acercó al Presidente del Comité de la Escuela y le relató todo lo que le había pasado: que en una clase se estaba enseñando el Ramayana, que un niño afirmaba no haber roto el arco de Shankara, que el pro-fesor aseguraba que ese mismo niño debía de ser el culpable, que el Director sugería que se le echara tierra al asunto, quienquiera que fuese el culpable, que es inapropiado buscar culpables, que había un temor constante a que estallara una huelga, etc. El Inspector le pidió su opinión al Presidente
El Presidente le dijo que su actitud era prudente. Dijo además que era mejor no preocuparse por el culpable, que quienquiera que fuese el que lo hubiese roto, el Comité lo haría reparar. Era mejor repararlo que seguir ahondando en el caso.
El Inspector, que se hallaba anonadado con esta situación, me relató esta experiencia. Le dije que, en lo fundamental, no había nada nuevo en su historia. Es una debilidad humana común el vanagloriarse con aquello de lo cual probablemente no sabes nada. Nadie se acordaba de la rotura del arco de Shankara. ¿No hubiese sido mejor para ellos preguntar quién era este Shankara cuyo arco había sido roto? Pero nadie se halla dispuesto a reconocer su propia ignorancia. Ningún hombre es tan valiente. Esta ha sido la falta más grande en la historia de la Humanidad; esta debilidad ha resultado suicida. Aparentamos saberlo todo, y como consecuencia, em-brollamos nuestra vida. Nuestras respuestas a todos los problemas son similares a las dadas por el niño, el profesor, el Director y el Pre-sidente. Intentar responder sin comprender la pregunta hace del hombre un tonto. Equivale a engañarse a sí mismo.
Además, también existe una actitud de indiferencia. El hombre que fuera indiferente preguntaría, «¿Acaso se acabará el mundo si no sabemos quién rompió el arco de Shankara?»
En contraste con los problemas de este absurdo cuento, existen enigmas más profundos en la vida, y de las soluciones apropiadas a ellos depende si la vida puede o no ser decente, si la vida puede o no ser armoniosa, si nuestro rumbo es el rumbo correcto para progresar, etc. Creemos conocer las respuestas, aun cuando las consecuencias nos muestran cuán incorrecta es nuestra percepción de la vida. Las vidas de todos nosotros demuestran que no sabemos nada de la vida; de otro modo, ¿cómo podría haber tanta desesperanza, tanto su-frimiento, tanta ansiedad?
Afirmo lo mismo con respecto a nuestro conocimiento del sexo: que no sabemos nada de él. Quizás no estés de acuerdo con esto. Argumentarás: «Es posible que no sepamos nada del alma o de Dios, pero, ¿cómo puedes decir que no sabemos nada respecto al sexo?» Probablemente replicarás que tienes una esposa, que tienes hijos ¿y qué? Aún así, me atrevo a decir que no sabes nada sobre el sexo. Puede que hayas tenido experiencias sexuales, pero no sabes más sobre el sexo que lo que sabe un animal. Experimentar un proceso en forma mecánica no basta para conocerlo.
Un hombre puede haber conducido un automóvil durante dos mil kilómetros, pero esto no implica que sepa algo acerca del motor, del ensamble o del funcionamiento del automóvil. Puede que ridiculice mi afirmación diciendo que lo ha conducido a través durante dos mil kilómetros y aun así me aventuro a opinar que no sabe nada acerca del automóvil. Repito que conducir un automóvil es diferente a cono-cer su funcionamiento interno.
Un hombre oprime un botón y enciende la luz. Lo oprime nue-vamente y la luz desaparece. Ha hecho esto en innumerables oca-siones. Si afirma que lo sabe todo respecto a la electricidad porque puede conectarla o desconectarla cuando lo desea, diremos que es un bobo. Hasta un niño puede encender y apagar la luz. No es nece-sario saber de electricidad para ello.
Cualquiera puede contraer matrimonio. Cualquiera puede tener hijos. Esto no tiene nada que ver con la comprensión del sexo. Los animales también procrean, pero eso no significa que sepan algo del sexo.
La verdad del asunto es que el sexo no ha sido estudiado en forma científica. No se ha desarrollado ninguna filosofía o ciencia sexual porque todo el mundo ha creído que sabe acerca del sexo; no se sin-tió necesidad alguna de tener escrituras respecto al sexo. Nadie nece-sitó la ciencia del sexo. Esto representa un grave vacío en el saber de la Humanidad.
El día en que desarrollemos totalmente la escritura, la ciencia o un sistema completo de pensamiento respecto al sexo, produciremos una nueva raza humana. Entonces no seguirán apareciendo seres hu-manos tan repugnantes e insípidos, débiles y lánguidos. Ya no se ve-rán en esta tierra hombres enfermos, débiles y anticuados.
No es necesario continuar engendrando una generación como la presente, que ha nacido en el pecado y la culpa. Pero no somos cons-cientes de esto. Estamos habituados a encender y a apagar la luz y hemos concluido que sabemos suficiente respecto a la electricidad. Aun al final de su vida, el hombre no llega a saber lo que es el sexo. Sólo sabe el «encender y apagar», y nada más.
Nunca profundizamos en el asunto, jamás reflexionamos respecto a la práctica sexual, nunca intentamos llegar al fondo del asunto y meditar acerca de ello, pues estamos inmersos en la ilusión de que sabemos todo a su respecto. Cuando todo el mundo lo sabe todo, ¿para qué reflexionar acerca del asunto? Y con ello deseo decirles que no existe en la vida y en el mundo misterio más profundo, secreto más profundo o tema más profundo que el sexo.
Sólo recientemente hemos logrado concebir al átomo y el mundo ha experimentado un tremendo cambio. Pero cuando logremos cono-cer plenamente el átomo del sexo, la humanidad iniciará una nueva era de sabiduría. Es difícil predecir la enormidad, las grandes alturas que podremos alcanzar cuando desentrañemos el proceso y la técnica del nacimiento de la vida. Sin embargo, podemos afirmar algo con seguridad: la energía y la conducta sexual es el tema más misterioso, profundo, preciado y maldecido de todos y estamos en total obs-curidad acerca de él. Nunca prestamos atención a este importante fenómeno. Un hombre atraviesa el rutinario acto sexual durante toda su vida, pero no sabe lo que esto es.
Cuando el primer día hablé acerca del vacío, de la ausencia de ego, de la ausencia de pensamientos, muchos amigos no se sintieron convencidos. Un amigo me dijo que: «Nunca pensé acerca de esto, pero tal y como dijiste, así ha ocurrido». Una señora vino y me dijo, «Nunca he experimentado esto. Cuando hablas acerca de ello, recuer-do que mi mente se silencia y se siente complacida, pero nunca sentí ausencia de ego o alguna otra experiencia profunda».
Es posible que muchos no hayan pensado en esto. Discutamos algunos puntos en forma más detallada. En primer lugar: el hombre no nace con el conocimiento de la ciencia del sexo. Son muy escasas las personas que, reteniendo las impresiones de muchas vidas pa-sadas, son capaces de comprender plenamente el arte del sexo, el procedimiento para la compatibilidad o el conocimiento de sus míni-mos detalles. Estas son las almas que pueden alcanzar el estado del verdadero celibato. Para una persona que conoce la total autenticidad y todas las implicaciones del sexo, el sexo se vuelve inútil. Lo atra-viesa. Lo trasciende. Pero personas como éstas no han hablado en detalle acerca del tema. Y no forma parte de la tradición el discutir el sexo con aquellos que ya han alcanzado la trascendencia. Además, aquellos que han alcanzado el estado de celibato puro sólo pueden hablar acerca de sus nacimientos y vidas anteriores después de enor-mes esfuerzos.
Sólo un perfecto célibe puede revelar la verdad acerca del sexo, acerca del acto sexual y la divinidad. Aquellos que son sensuales no comprenden nada de esas sutilezas, y, debido a su ignorancia, sus vidas se hallan inmersas hasta el final en la sexualidad. Los animales tienen un tiempo determinado para la unión sexual, tal como los dije antes. Tienen una temporada. Esperan el momento propicio, estar en la disposición adecuada. Sin embargo, el hombre no tiene un momento definido para ello... ¿Por qué? Probablemente el animal ha alcanzado un estrato del sexo más profundo que el hombre.
Los que han investigado sobre el sexo, los que han profundizado más en él, los que han meditado sobre la multiplicidad de la vida, han formulado una pauta. Han concluido que si el acto sexual puede ser prolongado durante un minuto, el hombre deseará repetirlo al día siguiente, pero que si se prolonga durante tres minutos, no se acordará del sexo durante una semana. Y aun más, si el acto pudiese ser prolongado durante siete minutos se vería libre del sexo en un grado tal que en él no surgiría ninguna idea de pasión en los tres meses venideros. Y si dicho período pudiese extenderse a tres horas se vería libre de él para siempre. ¡No deseará repetirlo nunca más!
Pero por lo general, la experiencia del hombre se prolonga sólo por un instante. Es difícil incluso imaginar que se prolongue durante tres horas. Sin embargo, reitero que si una persona puede permanecer en el acto sexual, en ese samadhi, en esa inmersión durante tres horas, un solo acto bastará para liberarle del sexo por el resto de su vida. Produce tal satisfacción, una experiencia tal, un éxtasis tal, que perdura toda la vida. Después de una unión sexual perfecta no queda barrera alguna para que el hombre alcance el verdadero celibato.
Aun después de una vida llena de experiencias sexuales nunca nos aproximamos siquiera a ese supremo estado divino. ¿Por qué? El hombre alcanza la madurez, se acerca al final de su vida, pero nunca se libera de la lujuria del sexo, de la pasión por fornicar. ¿Por qué? Ni comprendió, ni se le informó respecto al arte del sexo, de la ciencia del sexo. Nunca reflexionó al respecto, ni lo discutió con los Iluminados.
Puede que te sientas escéptico respecto a que ese momento pueda ser prolongado durante tres horas... Te daré algunos indicadores. Si atiendes a ellos, la jornada hacia el celibato se simplificará. Mientras más rápida sea la respiración, menor es la duración del acto sexual. Y mientras más calmada y lenta sea la respiración, más se prolongará el acto. Y mientras más se prolongue el acto sexual, mayores posibilidades habrán de hacer del sexo una puerta hacia el samadhi, un canal hacia la superconsciencia. La realización de la ausencia de ego y de la ausencia del tiempo aparece en el hombre en ese sexo-samadhi, tal como expliqué con anterioridad. La respiración debiera ser muy lenta. A medida que la respiración se hace más lenta, el sexo abrirá perspectivas más y más profundas de realización.
Otra cosa que debe recordarse es que, durante el acto, la atención debiera estar focalizada entre los ojos, que es la localización del Agni chakra. Si la atención se centra allí, la intensidad y duración del clímax puede prolongarse por tres horas. Y un acto sexual de esas caracte-rísticas puede implantar firmemente al hombre en el terreno del celibato, no sólo en esta vida, sino también en la siguiente.
Una dama escribe para preguntar, diciendo que Vinoba es célibe, y si pienso acaso que él no ha tenido una experiencia de samadhi. Prosigue apuntando que yo soy célibe, que no estoy casado y que, por tanto, puede que yo tampoco tenga la experiencia del samadhi. Si esta dama está presente aquí, deseo decirle que ni yo, ni Vinoba, ni nadie puede comprender el estado y la significación del celibato sin la experiencia real del sexo. Esa experiencia puede haber ocurrido en esta vida o en una anterior. Aquel que alcanza el celibato en esta vida lo logra debido a una unión sexual profundamente comprometida en una vida anterior. No de otra forma. Esa es la única explicación. Si un hombre ha tenido una experiencia sexual profunda en una vida anterior, nacerá libre del sexo en esta vida. El sexo no le perturbará, ni siquiera en su imaginación. Al contrario, le sorprenderá la conducta de las demás personas en este aspecto. Se asombrará de ver que las personas andan locas tras el sexo. Tendrá que esforzarse por distinguir a un hombre de una mujer.
Si una persona imagina que puede ser célibe desde la infancia sin ninguna experiencia previa, no será otra cosa que un neurótico. Aque-llos que siempre alaban el celibato determinan la desintegración del hombre. Nada mejor puede surgir de esto. El celibato no puede ser impuesto. Sólo evoluciona como un clímax de la experiencia interna. El brahmacharya -el celibato- es el resultado de una experiencia serena y profunda, y esa experiencia es la del sexo. Si uno ha tenido una experiencia total al menos una vez, se verá liberado del sexo en el interminable rosario de sus vidas.
Hasta ahora he discutido los dos factores de esa absoluta expe-riencia: que la respiración deberá ser tan superficial como si no exis-tiera y que la atención debiera estar en el Agni chakra, en el punto medio entre los ojos. Cuanto más centrada se halle la atención en este centro, más profunda será, automáticamente, la relación sexual. Y la duración se prolongará en directa proporción a la lentitud de la respiración. Por primera vez te darás cuenta de que la atracción de la mente no es por la relación sexual en sí. La atracción magnética es por el samadhi. Si podemos ascender a esas alturas, si podemos atis-bar ese destello, éste iluminará tu camino futuro.
Por largo tiempo, un hombre ha estado yaciendo en un cuarto sucio y ruinoso, lleno de olores desagradables. Las paredes del cuarto están resquebrajadas y manchadas. Se pone de pie y abre una ventana. Ahora puede ver al sol brillando en el cielo; puede ver las aves volando libremente en las alturas. Y aquél que ha llegado a conocer el amplio cielo, el sol, la luna, las aves que vuelan, los árboles que se mecen, las fragantes flores, no se quedará un instante más en ese cuarto sucio, fétido y oscuro. Se apresurará a salir.
Aquel que logra un vislumbre del samadhi a través del sexo, por efímero que sea ese vislumbre, conocerá la diferencia entre el interior y el exterior, entre la libertad y la celda cerrada. Pero en cierta forma, nacemos encerrados entre paredes, en una estrecha celda, oscura y sucia. Y resulta esencial darse cuenta de la existencia del mundo exterior, pues es éste el que en último término nos dará la inspiración necesaria para volar afuera. Una persona que no abre la ventana y se queda inmóvil en un rincón con los ojos cerrados afirmando que no mirará esta sucia casa, no podrá modificar en nada la situación. Se quedará en la sucia casa para siempre.
Uno que se cree célibe se halla en la celda del sexo en el mismo grado que cualquier hombre común. La única diferencia que existe entre él y tú es que él se ha propuesto cerrar los ojos y tú los tienes abiertos. Lo que tú haces a nivel físico, él lo hace a nivel mental. Aún más: los actos físicos son naturales, pero la imaginación viciosa es perversión. Así que os animo a que no os opongáis al sexo, sino que lo comprendáis con simpatía. Otorgadle al sexo una condición sagrada.
Hemos discutido ya dos principios. El tercero es la actitud con la que nos involucramos en el sexo. En el momento del acto sexual, nos acercamos a Dios. Dios se halla allí en el acto de la creación que da origen a una nueva vida, y por tanto la actitud mental debiera ser la de un hombre que acude al templo o a la iglesia. En el clímax es cuando estamos más cerca del Supremo. Nos transformamos en un instrumento. Una nueva vida surge, entra en la existencia. Procreamos... ¿Cómo? En el acto sexual es cuando más cerca estamos del Creador y su sombra nos convierte también en creadores. Si nos acercamos al sexo con una mente pura y un sentimiento de reverencia, podremos fácilmente tener una visión de El.
Pero desgraciadamente encaramos el sexo con indiferencia. Nos aproximamos al sexo con una actitud de condena, con una sensación de persecución y pasamos por alto la existencia del Creador. Uno debiera encarar el sexo con la misma reverencia con que uno acude al templo. La esposa debiera ser considerada como parte de la divi-nidad y al esposo debiera vérsele como a Dios. Uno no debiera involucrarse en el sexo si se siente angustiado, rencoroso, celoso, indignado, preocupado o en una atmósfera impura. Sin embargo, lo que generalmente se hace es lo opuesto. Cuanto más lleno uno está de ira, de aflicción, de sufrimiento, de desesperanza, más busca el sexo. Un hombre alegre no busca el sexo. Un hombre triste se involucra en el sexo porque lo considera una puerta de escape adecuada frente a la infelicidad. Pero recuerda que si te acercas a él con amargura, con irritación, con condena, con languidez o tristeza en tu mente, nunca lograras esa satisfacción, esa realización que toda tu alma anhela.
Os invito a que os aproximéis al sexo sólo cuando os sintáis ale-gres, llenos de amor y, por último -pero no por eso menos importante- cuando os sintáis en actitud de oración. Sólo debierais pensar en tener relaciones cuando supieras que vuestro corazón se halla lleno de alegría, paz y gratitud. Un hombre tal puede alcanzar la sublimación del sexo. La realización total del sexo, por lo menos en una ocasión, es suficiente para liberarte del sexo para siempre, para que rompas la barrera y penetres en la periferia del samadhi.
Un niño que sale del vientre materno se halla afligido, como un árbol cuando es arrancado de raíz. Todo su ser anhela unirse a la tierra. Permaneciendo unido a la tierra obtenía vida, energía, nutrición. Si es desenraizado, clama por regresar, pues ahora ha sido separado de la línea vital. Un niño es separado de su mundo cuando sale del útero de su madre. Ahora, las ansias de su alma y de su vida son volver a unirse con la madre, con el origen. Este anhelo es bautizado como la sed de amor. ¿Qué otra cosa queremos expresar con «amor»?
Toda persona desea indulgir en el dar-y-recibir del amor; todo el mundo anhela reunirse con la corriente de la vida y obtiene la expe-riencia más profunda de esa unidad al consumar el acto sexual, en la copulación, en la unión sexual de un hombre y una mujer. Esta es la primera experiencia de la unidad original.
Por lo tanto, la unión de un hombre y una mujer tiene un significado muy profundo. El ego se evapora en la fusión de dos seres humanos. Una persona que realmente comprende la esencia de esta unidad, este anhelo de amor y unidad, también puede comprender el significado de otro tipo de unidad. Un yogui también está unién-dose, un asceta también está uniéndose, un santo también está unién-dose, un meditador está también uniéndose, una persona en el acto sexual también están uniéndose. Una persona se identifica con otra persona, se funde y se convierte en una. En el samadhi, una persona se une con el universo entero y se vuelve uno con él. En el sexo, hay una fusión de dos personas, mientras que en el samadhi una persona pierde su identidad y se vuelve una con el universo. Pero un encuentro de dos personas es temporal, mientras que la unión de una persona con el universo es eterna.
Cualquier pareja de seres humanos es finita y por tanto, su unión no puede ser infinita, no puede ser eterna. Y aquí radica la dificultad. Esta es la limitación del matrimonio, del amor físico: no podemos unirnos para siempre con quien deseamos unirnos. Nos unimos por un momento en el éxtasis, pero nuevamente debemos separarnos. La separación es dolorosa y por tanto, los amantes se hallan en continua desespero. El cónyuge aparece como la causa de este aislamiento, de esta sensación de soledad; de ahí surge la irritación en la relación.
Pero los eruditos sostendrán que dos personas, indepen-dientemente de quiénes se trate, poseen básicamente, dos identidades diferentes y que pueden, mediante un esfuerzo, encontrarse tempo-ralmente, pero no pueden permanecer unidas para siempre, ni siquiera en un nivel espiritual. Y de esta pasión insatisfecha surge una pugna entre los dos amantes. Comienzas a despreciar a aquel que amas. En ese momento es cuando entra furtivamente una tensión, una rivalidad, un sentimiento de alienación, un sentimiento de odio, porque imaginas que, probablemente, la persona con la que deseas unirte no está dis-puesta, y de ahí que la fusión no sea completa. Pero no puede echár-sele la culpa a un individuo de que esto no se complete. Los seres humanos son seres finitos, y su fusión sólo puede ser finita; no puede durar eternamente. La fusión eterna sólo puede ocurrir con Dios, con Brahma, con la Existencia. Aquellos que han comprendido la sutileza del acto sexual pueden imaginarlo: si la unión momentánea con un individuo puede dispensar tal grado de dicha, ¿qué puede esperarse de la unión con lo Eterno? No puedes imaginar esa magnitud de éxtasis. Es prodigioso, etéreo, trasciende las palabras, es un éxtasis eterno.
Suponed que estamos sentados frente a una lámpara e intentamos imaginar la diferencia en el grado de luminosidad que hay entre la lámpara y el sol. La comparación es imposible. ¡Una lámpara es algo tan pequeño y el sol es algo tan inmenso! Unas seis mil veces más grande que nuestro planeta. Aun cuando se halla a ciento cincuenta millones de kilómetros de distancia, nos proporciona calor, nos quema. ¿Cómo podríamos estimar la diferencia entre la luz de una lámpara y la luz del sol? Cualquiera que sea la cifra astronómica, matemáticamente es posible calcular la diferencia, pues ambos se hallan dentro de lo que el hombre conoce. La diferencia podría ser determinada. Pero resulta difícil determinar la diferencia existente entre el éxtasis del clímax del orgasmo y el éxtasis eterno del samadhi. La unión sexual de dos seres temporales es frenética, mientras que en la unión con lo Universal, uno se pierde a sí mismo, como una gota de agua en el océano. No existe forma de comparar, no existe una unidad que pueda medir la magnitud de esta unión.
¿Buscarías el sexo cuando tras haber conocido ese éxtasis? ¿Pen-sarías en ese placer efímero cuando has alcanzado ese océano eterno? Un destello de eternidad convence al hombre de que, en comparación, el placer sensual no tiene sentido, de que es una locura. Y entonces, las pasiones actuales se vuelven detestables. Aparecen como un desgaste, un desperdicio de energía, una fuente de pesares. Cuando esta convicción surge en un hombre, se halla encaminado hacia la meta deseada, hacia el celibato.
Hay un largo camino entre el sexo y el samadhi. El samadhi es el final eterno, hacia el cual el sexo es el primer paso. Deseo recalcar que aquellos que rehúsan aceptar la primera etapa, aquellos que censuran la primera etapa, no pueden llegar a la segunda, no pueden progresar. Resulta obligado dar el primer paso con consciencia, comprensión y atención plena. Sin embargo, debes tener presente que éste no es el fin en sí; es el principio. Debemos dar más y más pasos para progresar.
Pero el mayor impedimento que se le ha presentado a la Humanidad ha sido su falta de disposición para dar el primer paso unido a su aspiración por alcanzar la última etapa. El hombre desprecia el primer peldaño y ambiciona llegar al final de la escalera. No ha tenido la experiencia de la luz de la lámpara y anhela el esplendor del sol. Eso es imposible. Debiéramos apreciar hasta la tenue luz de una pequeña lámpara -que perdura por un rato y es rápidamente apagada por una suave brisa- si deseamos comprender el significado del sol. Has de comenzar la primera etapa de la forma correcta para despertar el anhelo, el deseo, la inquietud por alcanzar la última etapa: llegar al sol. Una correcta apreciación de la música suave puede trazar el ca-mino hacia la música eterna. Experimentar una luz suave puede conducimos hacia la luz infinita. Conocer una gota es un preludio para conocer el océano. El conocimiento de un átomo puede abrir el misterio de todas las fuerzas materiales, de las fuerzas de la materia.
La naturaleza nos ha provisto de un pequeño átomo: el sexo. Pero no lo aceptamos; no lo aceptamos totalmente. Esto se debe a que no tenemos la capacidad de asombro ni la pureza de mente para reconocerlo, comprenderlo y experimentarlo. Debido a esto, nos hallamos muy lejos de aprehender ese proceso que nos podría conducir del sexo al samadhi. Tan pronto como el hombre reconozca y sienta adoración por este éxtasis trascendental, se acomodará en un orden social más elevado.
El hombre y la mujer son dos polos diferentes: los polos negativo y positivo de la electricidad. Una unión apropiada de estos dos com-pleta un circuito, produce un tipo de electricidad, una armonía musical. Es posible conocer directamente esta electricidad si el acto sexual puede ser prolongado por más tiempo, en profunda y total entrega. Si se le puede prolongar por una hora, se producirá, por sí sola, una elevada carga, un halo de electricidad. Si las corrientes del cuerpo se abrazan la una a la otra en forma total, podremos incluso ver una mancha de luz en la oscuridad. Una pareja que experimenta esta corriente de energía en sí misma, está bebiendo de la copa vital más colmada.
Pero no somos conscientes de este fenómeno. Creemos que estas charlas son muy extrañas, porque no creemos en aquello que no hemos experimentado, porque esto se halla fuera del ámbito de nuestra experiencia corriente. Si no hemos tenido esta experiencia, deberíamos reflexionar e intentarlo de nuevo. Deberíamos revisar nuestra vida -especialmente el capítulo del sexo- desde el ABC. El sexo no debiera ser solamente una forma de obtener placer, sino que también nos debiera elevar. Es un proceso lógico. Creo que el nacimiento de Cristo, de Mahavira o de Buda no fue accidental. Fue el fruto de la plena unión de dos personas. Cuanto más profunda la unión, mejor la descendencia; cuanto más superficial la unión, peor la descendencia. Hoy en día, el nivel de la Humanidad va disminuyendo constantemente. La gente culpa de esto al deterioro de las pautas morales. Algunos lo atribuyen a los efectos del Kaliyuga, la era predestinada del caos. Pero las suposiciones son falsas y carecen de valor.
Esta degradación sólo se debe a la enorme estupidez que supone nuestra actitud hacia el sexo, tanto en la teoría como en la práctica. El sexo ha perdido su cualidad sagrada original; el enfoque ha des-colorido el sentido de reverencia. Se ha degenerado en una pesadilla mecánica. La actitud ha adquirido una sutil violencia, en el sentido estricto del término. Ya no es una experiencia de amor. Ya no es un vehículo de lo sagrado. No es un acto meditativo. Debido a esto, el hombre está, inexorablemente, cayendo en el abismo.
El resultado de cualquier cosa que hagamos depende de la actitud mental con la cual la hagamos. Si un escultor borracho hace una estatua, ¿esperarás de él que produzca una hermosa obra de arte? Una bailarina danza. ¿Esperas de ella una actuación deslumbrante si se halla alterada, llena de ira o apesadumbrada? En forma similar, nuestra forma de acercarnos al sexo ha sido errónea. Es lo que recibe menos atención en nuestra vida. ¿No es acaso un enorme disparate el que el fenómeno del cual depende la procreación de la vida, a través del cual vienen al mundo nuevos niños, nuevas almas, sea el más desatendido? Probablemente desconoces que el clímax del acto sexual produce un estado por el cual desciende un alma y así es concebida una nueva vida. Tú sólo produces las circunstancias. Un alma nace cuando están presentes las condiciones necesarias, útiles y apropiadas para ella. La calidad del alma guarda directa relación con la calidad de la circunstancia. El niño concebido en un estado de ira, de culpa o de ansiedad se encuentra ya afligido desde su con-cepción.
El nivel de nuestra progenie puede ser mejorado, pero para con-cebir un alma más elevada las circunstancias también habrían de ser de una mayor calidad. Sólo entonces podrían nacer almas superiores para elevar el nivel de la Humanidad. Por eso digo que, cuando el hombre se halle familiarizado con la ciencia y el arte del sexo, cuando le sea posible enseñarlo en forma total tanto a los niños como a los mayores, nos será posible producir las circunstancias que darán origen a lo que Aurobindo y Nietzche han llamado Superhombre. ¡Podemos procrear una descendencia de esa naturaleza! ¡Podemos crear un mundo de esas características! Hasta entonces no podrá haber pro-greso, no podrá haber paz en el mundo, no podrán evitarse las guerras, el odio no podrá ser remediado, la inmoralidad no podrá ser erra-dicada, el mal no podrá ser eliminado, la corrupción no podrá ser destruida, la oscuridad que hoy existe no podrá ser extirpada.
Aunque se apliquen todos los conocimientos y tecnologías mo-dernas, aunque los políticos, sociólogos y líderes religiosos intenten lo que deseen, las guerras no dejarán de estallar, las tensiones no aflojarán y la violencia y la envidia no desaparecerán. Los apóstoles, los mesías y los líderes han predicado, durante los últimos diez mil años, no ir a la guerra, no utilizar la violencia, no darle cabida a la ira, etc. Pero nadie les ha escuchado. Al contrario; crucificamos al hombre que nos predicó el evangelio del amor, que nos enseñó a no ser violentos, que nos mostró un camino espiritual. Gandhi nos enseñó a practicar la no-violencia, a refinar el alma, a armonizarnos, y le recompensamos a balazos. Es así como le expresamos nuestra grati-tud por sus nobles servicios.
Eso también confirma que todos los apóstoles de la Humanidad, pasados y presentes, han fracasado. Han fallado. Ninguno de los valores ideales de la vida mencionados y promovidos por ellos ha dado frutos. Ninguno de ellos pudo ofrecer una panacea práctica. Todos sus elevados ideales han fracasado. Los más grandes, los más elevados se han quedado en nada. Vinieron, predicaron y se fueron, pero el hombre aún se halla tanteando en la oscuridad y sumer-giéndose en el infierno en esta tierra. ¿Acaso esto no demuestra que existe algún error fundamental en sus enseñanzas y prédicas?
Un hombre frustrado se halla en ese estado porque es concebido en la frustración. Contiene los gérmenes de la frustración desde el principio; su alma se halla enferma. Esta enfermedad, este cáncer del sufrimiento y de la tristeza se halla en la profundidad de su alma. Todo su ser se forma en el instante en que es concebido y, de este modo, los Budas fracasarán, los Mahaviras fracasarán, los Cristos fracasarán, los Krishnas fracasarán. Ya han fracasado.
Puede que no admitamos esto abiertamente debido a un sentido de decencia, debido a nuestra gratitud, pero el hombre se está volviendo más y más inhumano día a día. A pesar de tanto hablar de no-violencia, de tolerancia y de amor, sólo hemos mejorado en cuanto a evolucionar desde el cuchillo a la bomba de cobalto. Se dice que matamos alrededor de treinta millones de personas durante la Primera Guerra Mundial ¡y después del armisticio hablamos de paz y amor! En la Segunda Guerra Mundial, matamos setenta y cinco millones de personas. Desde entonces iniciamos negociaciones para la paz y la co-existencia. Desde Bertrand Russell a Vinoba, todos dicen a coro: «La paz debe ser mantenida. Se ha de mantener la paz». Y nos esta-mos preparando para una Tercera Guerra Mundial que, comparándola con las guerras previas, éstas parecerán un juego de niños.
Alguien le preguntó a Einstein lo que podría pasar en una Tercera Guerra Mundial. Einstein contestó que él no podía profetizar nada sobre la Tercera Guerra, pero que sí podía predecir algo respecto a la Cuarta. Sorprendido, el reportero le preguntó qué cómo era que sin poder decir nada de la Tercera Guerra, sí pudiera predecir algo de la Cuarta. Einstein replicó que una cosa era segura respecto a la Cuarta Guerra Mundial: que no iba a ocurrir, pues no sería posible que nadie sobreviviera a la Tercera.
Este es el fruto de las enseñanzas morales y religiosas de nuestra Humanidad, pero su causa reside en alguna otra parte y necesita una urgente revisión. A menos que logremos armonizar el acto sexual, a menos que el sexo del hombre se convierta en una síntesis espiritual, reverenciándolo como una puerta de salida hacia el samadhi, hasta ese entonces, no podrá surgir una mejor Humanidad. Es seguro que la Humanidad futura será la peor de las peores, porque los niños inferiores de hoy tendrán relaciones sexuales y producirán niños peores que ellos mismos. Cada generación se hundirá más y más. Esto al menos puede ser profetizado. Hemos alcanzado un estado tan bajo que probablemente ya no queda más espacio para seguir bajando. En la práctica, el mundo entero se ha transformado en un gran asilo.
Psiquiatras americanos han deducido de las estadísticas que sólo el dieciocho por ciento de la población de Nueva York puede ser ca-talogada como normal en términos psicológicos. Si el dieciocho por ciento es normal psicológicamente, ¿cuál es la condición del ochenta y dos por ciento restante? Se hallan casi en estado de desintegración. Y ustedes mismos se verían sorprendidos de ver la cantidad de locura oculta en su interior si se sentaran en silencio en un rincón y reflexionaran honestamente sobre sí mismos. La forma en cómo la controlen y repriman es un asunto totalmente diferente. Un leve revés emocional y cualquier hombre se transforma en un maníaco.
Hay la posibilidad de que en un plazo de cien años, el mundo en-tero se transforme en un enorme manicomio. Por supuesto que esto también representará muchas ventajas: no necesitaremos tratamiento para lunáticos, no habrá doctores para tratar a los neuróticos. Nadie se sentirá loco, porque el primer síntoma de un loco es que nunca admite que está loco. Y, bromas aparte, esta enfermedad va en au-mento. Esta dolencia, esta agonía mental, esta oscuridad mental, sigue aumentando. No podrá aparecer una nueva Humanidad sin la sublimación del sexo, sin la divinización de la sexualidad.
He resaltado una ideas durante los últimos tres días: ¡que ha de nacer un nuevo hombre! El alma del hombre se halla ansiosa por escalar las alturas, por elevarse hacia el cielo, por iluminarse como la luna y las estrellas, por florecer como una flor, en la música y el baile. El alma del hombre se halla angustiada, sedienta por elevarse; pero él está ciego, da vueltas y vueltas en un círculo vicioso incapaz de romperlo, incapaz de elevarse. ¿Cuál es la causa? La causa es sólo una: el proceso de la procreación tal y como es en la actualidad es absurdo, se halla lleno de locura. Y es así porque no hemos logrado transformar al sexo en una puerta hacia el samadhi. Un acto sexual iluminado puede abrir la puerta hacia el samadhi.
En estos tres días sólo he elaborado algunos principios. Ahora me gustaría recapitular un punto y concluir la charla de hoy.
Quiero decir que aquellos que nos alejan de las verdades de la vida son enemigos de la Humanidad. Aquellos que te dicen que no pienses en absoluto en del sexo, son los enemigos del hombre. No nos han permitido pensar, reflexionar; de otro modo, ¿cómo es posible que aún no hayamos desarrollado una actitud racional con respecto a este asunto?
Una persona que afirme que el sexo no tiene ninguna relación con la religión se halla totalmente equivocada, pues es la energía del sexo la que, en su forma transformada y sublimada, penetra en el ámbito de la religión. La sublimación de la energía vital eleva al hombre a alturas sobre las cuales no sabemos mucho, a un mundo donde no hay muerte ni penurias. No hay nada excepto alegría, pura alegría. Y cualquiera que posea esa energía, esa fuerza vital, podrá elevarse hacia ese nivel de consciencia lleno de alegría y verdad -sat-chit-anand.
Pero hemos estado desperdiciándola. Somos como cubos con agujeros en su fondo y los estamos utilizando para sacar agua del pozo. Y mientras la sacamos, el agua se va escurriendo y nos que-damos con un cubo vacío. Somos como botes con orificios en su fondo: solamente remamos para hundirnos. Botes como esos nunca pueden llegar a la otra orilla. Están destinados a hundirse. Toda esta pérdida se debe a la errónea desviación del flujo de la energía sexual.
Aquellos que exhiben fotografías de desnudos, aquellos que escriben libros obscenos, aquellos que producen películas sexuales no son responsables de los agujeros del cubo. La responsabilidad de estas formas de perversión la tienen aquellos que han colocado ba-rreras en las formas de comprender el sexo. Y es debido a esta gente que las fotografías de desnudos tienen tanta demanda, que los libros pornográficos se hallan a la venta, que se filmen películas de desnudos y que veamos sus efectos repulsivos y absurdos en variadas formas todos los días. Los responsables de esto son aquellos que llamamos santos y ascetas. Si observamos con más detalle, ellos son los verdaderos publicistas de la obscenidad.
Un breve cuento y terminaré con la charla de hoy. Un cura iba a la iglesia de un pueblo vecino a dirigir un servicio religioso. Casi corría para poder llegar a tiempo. Al cruzar en su camino una zona llena de arbustos, vio a un hombre herido tendido en una zanja. Un cuchillo sobresalía de su pecho y la sangre corría. El cura pensó levantarlo y ayudarle. Pero luego pensó que esto demoraría su llegada a la iglesia donde debía dar un sermón y predicar. Había elegido el amor como tema del día. Había elegido hablar de la famosa máxima de Cristo: «El amor es Dios». Iba a hablar de esto y se hallaba preparando men-talmente sus notas mientras apresuraba el paso. Mientras tanto, el herido abrió los ojos y gritó: «Padre, sé que se dirige a la iglesia a dar una charla sobre el amor. Yo también iba a ir a la iglesia, pero unos maleantes me han apuñalado y me han dejado aquí. Pero escuche: si sobrevivo, diré a la gente que un hombre se hallaba agonizando al lado del camino y que, en vez de salvarle, usted siguió su camino para dar una charla acerca del amor. Le pido que no me ignore». Esto asustó un poco al reverendo. Reflexionó: «Si este hombre sobre-vive y relata el incidente, la gente del pueblo dirá que mis sermones son sólo una farsa». Al reverendo no le preocupaba el hombre agonizante, sino la opinión pública. De mala gana tuvo que acercarse al hombre. Vio claramente el rostro del hombre al acercarse más y más. Le parecía algo familiar. Le dijo: «Hijo, parece que te he visto en alguna parte».
El hombre herido dijo: «Debe haberme visto. Yo soy Satanás y desde muy antiguo me he relacionado con los sacerdotes y líderes religiosos. Si yo no le resulto familiar, ¿quién lo va a resultar? El cura le recordó claramente pues había visto un cuadro de él en la iglesia. El cura retrocedió diciendo: «No puedo salvarte. Es mejor que mueras. Tú eres Satanás. Siempre hemos deseado que mueras y es bueno que te estés muriendo. ¿Por qué debería salvarte? Incluso tocarte es un pecado. Me voy».
Satanás soltó una carcajada y dijo: «Escucha: el día en que yo muera te quedarás sin trabajo. No puedes existir sin mí. Tú eres lo que eres porque yo estoy vivo. Yo soy la base de vuestra profesión. Sálvame, pues si muero todos los curas, padres y reverendos os quedaréis sin trabajo. Os extinguiréis. Ya no seréis necesarios».
El cura reflexionó y sintió que lo que decía era verdad. De inmediato cargó con el hombre agonizante sobre sus hombros y dijo: «Mi querido Satanás. No te preocupes. Te llevaré al hospital para que te curen. Recupérate pronto. Y por Dios, no te mueras. Tienes razón; si mueres, nos quedaremos sin empleo».
Ni siquiera podemos imaginarnos que Satanás sea la razón de ser del sacerdote y que el sacerdote se halle detrás de las obras de Satanás. Satanás se halla muy ocupado en explotar el sexo. La explotación del sexo se halla detrás de todo. No logramos descubrir al sacerdote detrás de la neblina de toda esa conmoción. El sexo se ha vuelto más y más atractivo, debido a que los curas lo han degradado. El hombre se ha vuelto más y más lascivo debido a la continua condena que del sexo hacen los sacerdotes. Cuanto más se esfuerzan los sacerdotes en aniquilar los pensamientos del sexo, más misterioso se vuelve éste, más curiosidad despierta.
El hombre se ha vuelto impotente, se ha convertido en un esclavo del sexo. Esta impotencia debiera ser repudiada. Deseamos cono-cimiento, no ignorancia. El conocimiento es poder, y el conocimiento del sexo es un poder aún mayor. Es peligroso vivir en la ignorancia del sexo.
Es posible que lleguemos a la Luna. No es necesario llegar a la Luna. Puede que la Humanidad no obtenga mucho llegando a la Luna. El mundo tampoco va a desaparecer si no logramos bajar a una pro-fundidad de 10 kilómetros en el Océano Pacífico, donde los rayos del Sol no pueden llegar. Lograr esto no va a beneficiar excesivamente a la Humanidad. Tampoco resulta demasiado importante el que divi-damos el átomo y conozcamos o no la energía. Pero es sumamente importante y de extrema necesidad aceptar, conocer plenamente, com-prender y transcender el sexo, si deseamos que aparezca un nuevo hombre.
En los últimos tres días os he explicado algunas cosas y mañana intentaré responder a vuestras preguntas. Las preguntas que formuléis deberán ser planteadas con honestidad y por escrito, pues la actitud con la cual soléis interesaros sobre el alma y sobre Dios no servirá. Aquí se trata de la vida y sólo si se formulan preguntas directas y honestas podremos profundizar en el tema.
La verdad está lista para ser descubierta. Para conocerla, sólo necesitamos una curiosidad verdadera, honesta y concienzuda. Sin embargo, desgraciadamente, carecemos de ella.
Cuarta Charla
Gowalia Tank Maidan
Bombay, 30 de Septiembre de 1968
DEL DESEO DE DIOS
Los amigos han formulado muchas preguntas... Uno ha preguntado que porqué seleccioné el sexo y la lujuria como tema de mi charla. Permitidme explicároslo. Se celebró una reunión pública en una plaza de Bombay y un pundit estaba hablando sobre Kabir y de su filosofía. Recitó algunos de sus versos y luego habló sobre su significado. «Kabira khada bazarmen liye lukathi hath; jo ghar barai aapna chale hamare saath». «Kabir se halla de pie en medio de un gentío. Agita su bastón y grita, llamando a la gente, a todos y a cada uno: «Sólo deberían seguirme aquellos que tengan el valor suficiente como para quemar sus hogares»».
Observé que la gente se sentía complacida con esa invitación y supuse que la gente que se siente cómoda oyendo un mensaje tan drástico y profundo de Kabir debería también tener el valor suficiente como para incendiar sus hogares y partir en la búsqueda de la verdad. Pensé que podría hablar con esa gente de manera franca, desde lo profundo de mi corazón. Sin embargo, ninguno de ellos estaba dis-puesto a abandonar su hogar o a quemarlo. La cuestión es que si Kabir hubiese estado aquí, no le habría gustado en absoluto la si-tuación. Todos los que aquí estamos nos deleitamos escuchando lo que Kabir dijo, pero ninguno de los que allí estaban presentes, hace trescientos años, disfrutó cuando Kabir lo dijo. Yo también me hallaba bajo el influjo de la misma ilusión que hechizó a Kabir o a Cristo. Después de todo, el hombre es un animal prodigioso. Disfruta escu-chando lo que dijeron aquellos que están muertos y amenaza con matar a aquellos que están vivos.
Se me pidió que dijese algo acerca de la Verdad. Y para poder hablar de la Verdad es necesario desenmascarar aquellas falsedades que el hombre ha aceptado como verdades. Muchos de los principios que tomamos como verdades, en realidad no lo son. A menos que expongamos esas falsedades, no podremos dar el primer paso hacia la verdad.
Se me había pedido que hablara del amor. Sentí que, mientras nos hallemos aferrados a algunas suposiciones incorrectas acerca del sexo y la lujuria, no podremos comprender o apreciar al amor. Mientras estas equivocadas creencias estén enraizadas en lo pro-fundo, cualquier cosa que digamos sobre el amor será incompleta, se desperdiciará, no será la verdad. Por esto, para centrarme en eso, hablé de la lujuria y del sexo en esta reunión.
Dije que la energía misma del sexo puede ser transformada en amor. Si un hombre compra estiércol -que en sí es sucio y hediondo- y lo amontona cerca de su casa, en la calle, hará que a la gente le sea difícil pasar por allí. Pero si esparce el estiércol en su jardín, entonces lo que haya plantado crecerá. Las semillas se convertirán en plantas que florecerán y su fragancia será una invitación para todos. La gente que pase se sentirá encantada. Sin embargo, rara vez debes haber pensado que la fragancia de la flor no es otra cosa que el mismo ofensivo olor del abono. Al elevarse, desde la semilla a la planta, el hedor del abono se transforma en el perfume de la flor. El mal olor puede transformarse en un olor placentero.
Del mismo modo, el sexo puede transformarse en amor, pero, ¿cómo puede llenarse de amor aquél que odia al sexo? ¿Cómo puedes transformar el sexo si eres su enemigo? Es por esto que insistí en que era esencial comprender el sexo, el entender la lascivia.
Así que el otro día dije que era necesario transformar al sexo. Pensé que aquellos que reflexionaban sobre la posibilidad de quemar sus propias casas se sentirían complacidos al oír unas charlas llanas y directas. Desgraciadamente, en esto me equivoqué.
Ese día, cuando finalicé mi charla, me sorprendí al ver que todos los líderes que estaban en el estrado, los amigos que habían orga-nizado la reunión se habían desvanecido en el aire. No vi a ninguno de ellos cuando me dirigía a la salida por el pasadizo. Pensé que pro-bablemente habían ido corriendo a sus casas para que éstas no se incendiaran, pero aún más probablemente, se apresuraron a llegar a sus hogares para encender ellos el fuego.
Ni el organizador principal se hallaba presente para darme las gracias. Todos los líderes se habían esfumado. Ya habían desaparecido mucho antes de terminar la charla. Los líderes son una especie muy débil... y también muy rápida. Huyen antes que sus seguidores lo hagan.
Sin embargo, algunas personas valerosas se me acercaron: Algu-nos valientes, hombres y mujeres; unos viejos y otros jóvenes. Todos dijeron que yo les había dicho cosas que nunca nadie les había dicho antes. Dijeron que se les habían abierto los ojos, que se sentían mucho más ligeros en su interior. En sus ojos, en sus lágrimas de alegría, había un sentimiento de gratitud. Ellos me pidieron que completara esta serie de charlas. Esta gente sincera estaba dispuesta a comprender la vida. Deseaban que elaborara más el tema. Ese fue uno de los motivos de mi regreso a Bombay. Una gran multitud se reunió cuando salí del Bhavan, y me felicitó por lo que había dicho. Entonces sentí que, aun cuando los líderes se habían esfumado, el público estaba conmigo, y fue así que en ese momento decidí exponer el tema exten-samente. Y éste es el porqué del seleccionar este tema.
Otro motivo fue que aquellos que huyeron del auditorio habían comenzado a decirle a la gente, en todas partes, que yo decía tales blasfemias que la religión sería, con toda seguridad, destruida; que había hablado de temas que volverían irreligiosa a la gente. Por lo tanto, pensé que debía elaborar mi punto de vista, aun cuando fuera sólo para replicarles. Sentí que debían saber que la gente no se iba a volver irreligiosa si oía charlas acerca del sexo, sino que al contrario, eran irreligiosos porque hasta ahora no habían comprendido el sexo.
La ignorancia puede volverte irreligioso. El conocimiento nunca te hará irreligioso. Y afirmo que, aunque el conocimiento pudiese producir irreligiosidad, prefiero ese conocimiento. Pero por supuesto, éste no es el caso. El conocimiento es religión y la ignorancia es irreligiosa. Además, esa religión que se aprovecha de la falta de cono-cimiento no es religión en absoluto: es anti-religión. Y cuanto antes nos deshagamos de ella, mejor. La luz que teme a la luz no es luz en absoluto. Es oscuridad disfrazada de luz. No, la luz siempre invita a la luz. El conocimiento siempre da la bienvenida al conocimiento. Y recordadlo, la religión no es más que otro nombre para la búsqueda del conocimiento sublime, para la percepción de la luz pura. La igno-rancia, la oscuridad, es siempre dañina.
Si la Humanidad es envilecida aún más, si sobreviene una com-pleta perversión, si ocurre una desintegración debido a la lascivia, si el hombre se neurotiza debido a la ignorancia respecto al sexo, la culpa no es de aquellos que meditan y reflexionan respecto al tema sexual. La culpa es de esos mal llamados líderes y predicadores de la moral y la religión, que han intentado mantener al hombre en la ig-norancia durante miles de años. La Humanidad se habría liberado de la sexualidad hace mucho tiempo, de no ser por estos opresores. El sexo es normal, pero debemos la invención de la sexualidad a estos gurús religiosos. Este escándalo no podrá ser superado mientras haya ignorancia respecto al sexo.
Yo no estoy a favor de la ignorancia en ningún aspecto de la vida. Siempre estoy dispuesto a dar la bienvenida a la verdad a cualquier precio. Así que pensé que si un rayo aislado de luz podía producir tanta agitación en la gente, entonces era conveniente clarificar todo el espectro, aclarar si el conocimiento vuelve al hombre religioso o irreligioso. Fue en esto que me basé para seleccionar este tema. Sin ello, no habría tenido la idea de elegirlo; sin eso, no habría mencionado en absoluto el asunto.
Desde este ángulo, merecen nuestra gratitud aquellos que crearon esta oportunidad e, indirectamente, me hicieron elegir el tema de estas cuatro conferencias. Así que si tenéis la intención de agradecerme la elección del tema, por favor no lo hagáis; en vez de eso, agradecédselo a aquellos que me están difamando. Ellos me han obligado a hablar de esto.
Ahora, vayamos al tema en sí.
Un amigo ha preguntado que, si la transformación del sexo se convierte en amor, ¿quiero acaso decir que también el amor de una madre por su hijo se debe al sexo? Algunos otros también han for-mulado preguntas similares. Resultará útil comprender esto.
Si escuchásteis atentamente, recordaréis que os dije que existe una intensa profundidad en la experiencia del sexo, a la que habi-tualmente nadie llega. Existen tres niveles del sexo, y deseo hablar ahora acerca de ellos.
Uno de ellos es el nivel más grosero. Un hombre acude a una prostituta. La experiencia que allí obtiene no puede ser más profunda que la del nivel físico. Una prostituta puede vender el cuerpo, pero no dar el corazón y por supuesto, no existe forma de vender el alma.
Los cuerpos pueden encontrarse, como ocurre en una violación. En una violación, no hay encuentro de los corazones o las almas. Una violación puede ocurrir sólo en el nivel físico: no existe forma de violar un alma. La experiencia de la violación es física. La experiencia primaria del sexo se halla en el nivel fisiológico, pero aquellos que se detienen allí no podrán lograr la experiencia total del sexo. No podrán conocer las profundidades acerca de las cuales he estado hablando.
Hoy en día, la mayoría de las personas se ha detenido en el nivel físico. En relación a esto, es necesario saber que en aquellos países donde los matrimonios ocurren sin amor, el sexo se estanca en el ni-vel físico: no puede avanzar más allá de ese punto. Ese matrimonio puede ser de dos cuerpos, pero no de dos almas. Sin embargo, el amor sólo puede ocurrir entre las almas. El matrimonio puede tener un significado más profundo si existe debido al amor, mientras que los matrimonios que ocurren mediante cálculos de pundits y astró-logos o en base a consideraciones de casta, credo o asuntos mone-tarios, no podrán ir más allá del nivel físico.
Existe una ventaja en este sistema, en el sentido de que el cuerpo es más estable que la mente, de modo que en la sociedad en la cual el cuerpo es la base del matrimonio, el sistema matrimonial resultará más estable. Durará más, pues el cuerpo no es algo inestable, porque el cuerpo es casi un factor constante. En él, los cambios aparecen muy, muy lentamente, en forma casi imperceptible. El cuerpo es algo constante y aquellas sociedades que creyeron necesario estabilizar la institución del matrimonio, que creyeron necesario mantener la mo-nogamia, sin dejar abierta la posibilidad de cambios, tuvieron que renunciar al amor. Tuvieron que extirpar el amor. Esto se debió a que el corazón es la morada del amor, y el corazón es inestable. En esta misma línea, los divorcios serán inevitables en aquellas sociedades en que el matrimonio se basa en el amor. En esas sociedades, los matrimonios cambian a cada instante; no pueden constituir un conve-nio estable, pues el amor es fluido. El corazón es mercurial; el cuerpo es constante, estable.
Si en tu jardín encuentras una piedra, esa piedra estará por la tarde en el mismo lugar en el que estuvo por la mañana, pero una flor aparece por la mañana y por la tarde se marchita, se cae al suelo. La piedra es un objeto inanimado. Tal como estaba por la mañana seguirá estando por la tarde. Los matrimonios que se realizan en un nivel físico traerán estabilidad, pero no distinta a la de las piedras. Esto va en favor del interés social, pero en detrimento del interés del individuo.
En matrimonios de ese tipo, el sexo entre esposo y esposa no llega a dimensiones más profundas. El sexo se transforma en una mera rutina mecánica. La sensación se repite con frecuencia y luego se fosiliza. No ocurre nada más, excepto que los participantes se encuentran cada vez más embotados. Existe muy poca diferencia entre acudir a una prostituta y el estar casado en un matrimonio sin amor. Acudes a una prostituta por un día, mientras que compras una esposa por toda la vida. Esa es la única diferencia. Cuando no hay amor, se compra algo, sea por un día o para toda la vida. Por supuesto, debido a la asociación cotidiana, surge un cierto tipo de relación... y la llamamos amor. Eso no es amor; el amor es algo totalmente diferente. Este matrimonio es corporal, y, por tanto, la relación no podrá ser más profunda que la del nivel físico. Ninguno de los manuales y escrituras que, desde el Vatsyayana hasta el Pundit Koka, se han escrito, no van más allá de el nivel físico.
Esto es respecto a un primer nivel. Otro nivel es el psicológico; el de la mente, el del corazón El matrimonio de aquellos que se enamo-ran y luego se casan va un poco más lejos, un poco más profundo que los matrimonios de nivel físico. Llega al corazón, llega al nivel psicológico. Sin embargo, debido a la monotonía diaria, también bajan al nivel físico. La institución matrimonial que se ha desarrollado en Occidente en los últimos doscientos años, se halla en este nivel. Y debido a esto, sus sociedades están desmembradas y corrompidas.
El motivo de esto es que no puedes fiarte de la mente o del sen-timiento. La mente hoy desea algo y mañana pedirá algo diferente. Por la mañana, desea algo determinado y por la tarde pedirá algo dis-tinto. Lo que siente ahora será algo totalmente diferente de lo que sintió hace sólo unos instantes.
Puede que hayas oído que Byron, antes de que finalmente se casara, había tenido relaciones íntimas con, al menos, sesenta o setenta mujeres. Cuando salía de la iglesia, después de la ceremonia, llevando del brazo a su nueva mujer, recién casados, vio a una hermosa mujer que pasaba por allí. Su belleza le transfiguró. Por un instante se olvidó de su esposa y del muy reciente matrimonio. Pero debió de ser un hombre muy sincero, pues le dijo a su esposa: «¿Te has dado cuenta? Acaba de suceder algo extraño. Hasta ayer, cuando aún no estábamos casados, yo estaba preocupado: no sabía si lograría o no hacerte mía. Tú eras la única mujer que había en mi mente. Pero ahora, cuando ya estamos ya casados... acabo de ver a una hermosa mujer pasando por la calle cuando bajábamos las escaleras. Por un instante me olvidé de ti; mi mente comenzó a correr detrás de esa mujer, y en un destello, me cruzó por la mente la pregunta: ¿podría conseguir a esa mujer?».
¡Ah! La mente cambia a cada instante. Y tanto es así que aquellos que deseaban estabilizar la vida familiar, no permitieron que el matrimonio alcanzara el plano psicológico. Fue detenido en el plano físico. Dijeron, «Cásate, pero no por amor. Si el amor aparece después del matrimonio, acéptalo; de otro modo, deja las cosas tal y como están.»
La estabilidad es posible en el plano físico, pero en el plano psi-cológico resulta muy difícil. La experiencia sexual es más profunda y sutil en el plano mental. Y por tanto, la experiencia en Occidente es más profunda que en Oriente. Los psicólogos de Occidente, de Freud a Jung, han escrito acerca de esta segunda etapa del sexo: el nivel psicológico. Pero el sexo del cual hablo corresponde al tercer nivel, que hasta ahora no ha sido alcanzado ni en Oriente ni en Occidente. Este tercer nivel es el espiritual. En el nivel físico, existe cierto tipo de estabilidad, pues el cuerpo es inerte. También existe una estabilidad en el nivel espiritual, pues tampoco hay cambio en ese nivel: allí sólo hay calma y eternidad. Y entre estos dos niveles existe el nivel psico-lógico, que es escurridizo como los recuerdos.
Occidente está experimentando en este nivel, y es por esto que allí los matrimonios se deshacen y las familias se desintegran. Un matrimonio que haya surgido de la mente y una familia estable no son elementos compatibles. Ahora la tendencia es divorciarse cada dos años, pero puede que llegue a ocurrir cada dos horas. La mente puede variar hasta en una hora. La sociedad occidental se halla desarticulada. En comparación a esto, la sociedad oriental ha sido estable; pero Oriente no ha logrado penetrar en las profundidades sutiles y sublimes del sexo. Un hombre y una mujer que se unan en un nivel espiritual -aun cuando sea sólo una vez- sienten que se han unido en una interminable cadena de vidas futuras. Ahí existe fluidez; la ausencia de tiempo y el puro éxtasis son el regalo de novios.
El sexo del que os hablo es el sexo espiritual, la experiencia divina. Yo deseo que exista una orientación espiritual del sexo. Y si entendéis lo que estoy diciendo, comprenderéis que el amor de la madre hacia el hijo forma parte del sexo espiritual. Diréis que ésta es una afirma-ción disparatada. ¿Qué tipo de relación sexual podría haber entre madre e hijo? Para comprender esto correctamente tendremos que analizar muchos otros aspectos del sexo y de las interrelaciones entre esposo, esposa e hijo.
Tal y como os dije, un hombre y una mujer, un marido y su esposa, se encuentran solamente por breve espacio de tiempo. Sus almas también se encuentran, se unen, pero sólo por un instante, mientras que el hijo permanece en el vientre de la madre por un período de nueve meses. Durante este tiempo su existencia es una con la de la madre. El marido también establece un contacto con su esposa a este nivel, donde solamente hay existencia, donde solamente hay ser. Pero es sólo por un instante, y luego se separan. Se encuentran por un momento y luego se distancian. Por tanto, la intimidad que la madre tiene con el hijo no resulta posible con el marido, no puede lograrse.
El niño en el vientre de la madre respira el aliento de la madre, palpita a través del corazón de la madre, es uno con la sangre y la vida de la madre. Aún no tiene existencia individual; aún forma parte de la madre. Ningún marido puede satisfacer a una esposa en el grado en que un hijo lo hace. Ningún marido puede jamás proporcionar a la esposa un sentimiento de unidad profundo como la que un hijo puede dar. Y también, el crecimiento de una mujer es incompleto si no llega a la maternidad. Una mujer no alcanzará el pleno desarrollo de su personalidad, el florecimiento de toda su belleza, si no se convierte en una madre. Una mujer no podrá estar totalmente satis-fecha sin convertirse en una madre, a menos que descubra la relación profunda y espiritual que existe entre la madre y el hijo.
Junto con esto, daos cuenta por favor de que, apenas una mujer se transforma en madre, su interés en el sexo decae automáticamente. Ha probado intensamente el sabor de la maternidad al coexistir du-rante nueve meses con una vida palpitante y a partir de ese momento, el sexo tiene poco atractivo para ella. A veces el marido se queda perplejo ante esta apatía, pues el convertirse en padre no modifica en nada su actitud hacia el sexo. El no tiene ninguna relación profunda con el proceso del nacimiento. No tiene unión espiritual con la nueva vida que nace. Pero en una mujer, convertirse en madre implica un cambio fundamental. El padre constituye una institución social. El niño puede crecer sin el padre; pero con la madre tiene una relación profundamente establecida.
Después del nacimiento de un niño, un nuevo tipo de calidez es-piritual cobra fuerza en una mujer. Si miras a una mujer que se ha convertido en madre y a una mujer que no lo es, sentirás una diferencia entre sus personalidades en razón de la tranquilidad que emanan. En una madre hallarás una placidez, una calma; la calma que ves en un río que ha llegado a la llanura. En aquella que aún no es madre descu-brirás una fluidez efervescente, como la de un arroyo que aún se halla en las montañas, que fluye, ruge, y se precipita hacia el llano. Una mujer se tranquiliza, se calma y se serena después de alcanzar la maternidad.
En relación con esto, quiero decir que la mujer que se halla loca por el sexo -como es el caso en el Occidente de hoy- no desea con-vertirse en madre, pues después de la maternidad la atracción por el sexo disminuye súbitamente. La mujer occidental rehúsa convertirse en madre, pues apenas lo es, pierde interés en el sexo. La complacencia en el sexo permanece mientras no se convierte en madre.
Los gobiernos de muchas naciones occidentales se hallan preo-cupados respecto a este problema. Si este estado de cosas se perpetúa, ¿qué le ocurrirá a la población mundial? Nosotros estamos preocu-pados por el aumento de la población y algunos países occidentales están asustados por la disminución de la población. Esto se debe a que nada podrá hacerse si la idea de que si te conviertes en madre te desinteresas por el sexo, se establece firmemente. Por ley, podría implantarse un programa de planificación familiar, pero ninguna norma legal puede forzar a una mujer a convertirse en madre. Este problema de los países occidentales es más complicado que nuestro problema de superpoblación. Podemos detener el aumento por la fuerza o en forma legal, pero ellos no pueden aumentar en número por medio de una ley. En los próximos doscientos años, este problema adquirirá enormes proporciones en Occidente, pues la población de Oriente seguirá aumentando de forma espectacular, y podría conducir a que estos países dominaran al mundo entero. Simultáneamente el poder del hombre en Occidente disminuirá con el paso del tiempo.Tendrán que convencer a las mujeres para que se conviertan nuevamente en madres.
Algunos de sus psicólogos han comenzado a apoyar los matri-monios de niños. Una mujer que se acerque a la madurez no va a in-teresarse por convertirse en madre. Estará más interesada en disfrutar sexualmente. Esos psicólogos favorecen el matrimonio a edad muy temprana, pues de esa forma, la mujer no se vería perturbada por otras ideas antes de haberse convertido en madre. Esta fue también una de las razones que había tras los matrimonios entre niños en el Oriente. Ellos sabían que la mujer no desearía casarse y ser madre cuando llegará a la adolescencia, cuando se hiciera consciente del sexo, cuando ya hubiera probado y gustado del sexo. Esta actitud de inmensa atracción por el sexo está presente en las mujeres hasta que llegan a saber lo que pueden obtener convirtiéndose en madres. Eso lo pueden comprender sólo después de serlo y no existe forma de tener noción de ello antes de que ocurra.
¿Por qué una mujer se siente tan gratificada tras ser madre? Porque ha mantenido una experiencia de sexo espiritual continua y divina con el niño. Y es sólo debido a esto que hay una intensa intimidad entre una madre y un hijo. Una mujer ofrecerá su vida por su propio hijo, pero no podrá concebir siquiera la posibilidad de quitarle la vida. Una esposa puede matar a su esposo; ha ocurrido muchas veces. Si no lo hace, puede que produzca las condiciones en su hogar que conduzcan al mismo punto. Pero con respecto a su hijo, nunca podrá pensar en una cosa así, puesto que en este caso la relación es muy íntima.
Pero al mismo tiempo quiero decir que, cuando ella desarrolla una relación profunda con su esposo, el esposo también se convierte en un hijo para ella; entonces deja de ser su esposo.
Hay muchos hombres y muchas mujeres sentados en esta reunión. Deseo preguntarles a los hombres presentes si, cuando se han sentido inundados de amor por sus esposas, ¿no se han comportado acaso como niños con sus madres? ¿Sabes acaso por qué la mano del hombre es inconscientemente atraída por el pecho de la mujer? Esa es la mano de un niñito buscando el pecho de su madre. Tan pronto como un hombre se halla inundado del amor por una mujer, su mano se dirige hacia el pecho de la mujer ¿Por qué? ¿Qué relación guardan los pechos con el amor o con el sexo? El sexo no guarda ninguna relación intrínseca con los pechos, pero el niño establece una aso-ciación con los pechos de la madre. Desde su infancia, el niño se ha empapado con la idea de que su relación es con el pecho, la línea de la vida. Cuando un hombre se halla lleno de amor, se transforma en un hijo.
Y recíprocamente, ¿adónde se dirige la mano de la mujer? Va ha-cia la cabeza del hombre; los dedos comienzan a acariciar el pelo. Estos son los recuerdos del niño. Ella acaricia el pelo de su hijo. Es por eso que, si el amor florece en forma total, a nivel espiritual, el ma-rido se transforma en un hijo - debe transformarse en un hijo-. Enton-ces uno puede suponer que ha alcanzado el tercer nivel del sexo: el nivel espiritual. Pero nosotros desconocemos esta relación.
La relación de marido y mujer es el comienzo, no el final, de un viaje. Y recuérdenlo, esposo y esposa siempre se hallarán en tensión, pues se trata de un viaje. Un viaje siempre es agotador; sólo puedes tener paz al llegar a tu destino. Esposo y esposa no pueden estar en calma, pues siempre se hallan en movimiento, siempre en el camino. Y la mayor parte de la gente muere durante ese viaje y jamás llegan a la meta. Debido a esto, siempre hay un conflicto interno entre marido y mujer. Todo el tiempo hay un forcejeo y a eso lo llamamos amor.
Desgraciadamente, ni el marido ni la mujer comprenden el verdadero motivo de la tensión, de la rivalidad. Creen que es un problema de desavenencia entre ellos. El marido cree que, si se hubiese tratado de otra mujer, todo habría ido mejor, y la mujer piensa que, si se hubiese encontrado con otro hombre, es probable que todo hubiera ido bien. Deseo decirles que ésta es la experiencia de todas las parejas del mundo. Si se te da la oportunidad de cambiar tu pareja, la situación no variará un ápice. Será como cambiar de hombro cuando llevas un ataúd al cementerio. Te cambias de hombro y al principio sientes un alivio. Después de un breve lapso, te darás cuenta de que el peso se siente igual que antes. La experiencia de Occidente, donde el divorcio se halla muy difundido, es que la siguiente esposa resulta ser, al cabo de poco tiempo, igual a la anterior. De la noche a la mañana, el nuevo marido resulta igual que el anterior. El motivo de esto no se halla en la superficie, sino en lo profundo. El motivo no tiene nada que ver con el individuo, hombre o mujer. La razón es en que el matrimonio es un viaje, un proceso. Ni es el objetivo ni la meta. Habrán llegado a la meta cuando la mujer se transforme en una madre y el hombre se transforme en un hijo.
Un amigo ha preguntado algo en relación a esto. El dice que no me acepta como una autoridad en el tema del sexo. Consiente en preguntarme acerca de Dios, pero no acerca del sexo. Dice que él y algunos de sus amigos vinieron aquí a oír hablar de Dios y que, por tanto, sólo debería hablar de Dios. Quizás no saben que resulta inútil preguntar acerca de Dios a una persona a la que ni siquiera con-sideramos una autoridad respecto al sexo. ¿Pensarías preguntar sobre la cima dorada a una persona que ni siquiera sabe nada respecto al primer campamento? Si lo que digo respecto al sexo no es aceptable, no deberíais venir a preguntarme acerca de Dios. Si no me creéis capacitado para hablar ni siquiera del primer paso, esa pregunta resulta superflua. ¿Cómo podría ser competente para hablar del último paso?
La psicología que subyace en esta interrogante es que, hasta ahora, Kama y Rama, la lujuria y Dios, son considerados como enemigos recíprocos. Hasta ahora, también se da por sentado que aquellos que se hallan en busca de la religión no tienen nada que ver con el sexo y que aquellos que indagan en el sexo no pueden tener nada en común con los asuntos espirituales. Las dos ideas son una ilusión. El viaje hacia Kama es también el viaje hacia Rama; el camino hacia la lujuria es también el que conduce a la luz. La tremenda atracción hacia el sexo es también la búsqueda de lo Sublime.
Debido a que el hombre se halla completamente envuelto en el sexo, nunca siente que su viaje se ha completado. A menos que llegues a Rama, la sublimación, la búsqueda, no puede terminar. Y aquellos que se hallan en contra de Kama -el sexo- y parten en busca de Rama, no se hallan en busca de lo Sublime. No es otra cosa que escapismo en nombre de Rama. Se ocultan bajo el disfraz de Rama para apartarse de Kama, porque se hallan muertos de miedo respecto al sexo, porque sus vidas se hallan perturbadas por el sexo. Buscan refugio repitiendo el nombre de Rama en voz alta: Rama, Rama... para poder olvidarse del sexo, de Kama. Cuando veas a un hombre entonando el nombre de Rama, obsérvalo con detenimiento. Detrás del nombre de Rama estará el eco de Kama. Allí verás una muy mar-cada conciencia del sexo. Si una mujer se aparece, comienza a usar su rosario, a repetir Rama, Rama, Rama. Si una mujer aparece ante él, recorrerá el rosario a toda velocidad y entonará el nombre de Rama a voz en grito. Kama, que está en tu interior, trata de salir; el escapista trata de ignorarlo, ahogarlo y reprimirlo entonando el nombre de Rama. Si un truco tan ingenuo pudiese modificar en algo la vida, el mundo habría cambiado para mejor hace ya mucho tiempo. La religión no es tan fácil de alcanzar.
Resulta imperativo conocer a Kama si deseas llegar a Rama, si deseas buscar al Sublime. ¿Por qué? Un hombre desea ir de Bombay a Calcuta. Primero se informa acerca de Calcuta, en dónde está, hacia dónde queda; sin embargo, si no sabe dónde queda Bombay, en qué dirección se halla en relación a Calcuta, ¿podrá acaso tener éxito en su empresa? Para llegar a Calcuta es imprescindible saber dónde se halla Bombay; es decir, el punto donde se halla el viajero. Si no sé dónde se halla Bombay, toda mi información sobre Calcuta resultará inútil. Después de todo, tengo que partir desde Bombay. El viaje debe iniciarse en Bombay. El punto de partida viene primero y el punto al que debes llegar viene después.
¿En qué punto estás ahora?
¿Anhelas emprender el viaje hacia Rama? Bien.
¿Deseas elevarte hacia Dios? Muy bien... Pero, ¿en dónde estás ahora?
Ahora estás estancado en la lujuria, ahora estás anclado en el sexo; ésa es tu residencia desde donde se iniciará el viaje, desde donde tienes que dar el primer paso hacia adelante. Por tanto, es obligado comprender el punto en el cual nos hallamos ahora. Al comprender la realidad, al comprender la estricta realidad, también podremos comprender cuál es la posibilidad futura. Para saber lo que podemos alcanzar, es deseable conocer lo que somos. Para llegar a la etapa final, es necesario dar el primer paso, pues el primer paso va a trazar el camino para el segundo y, finalmente, para el último paso del via-je. Si el primer paso se da en la dirección equivocada, no podrás llegar al destino deseado. En su lugar, llegarás a alguna selva. Por tanto, si deseas alcanzar lo Supremo, lo Universal, es más importante comprender a Kama que a Rama. No puedes llegar allí sin comprender el sexo.
Se me dice también, mediante una carta, que las opiniones de Freud pueden ser consideradas honestas y aceptables; pero, ¿cómo puede el que pregunta considerar las mías como verdaderas y sinceras? ¿Cómo podéis decidir si soy o no sincero y honesto? Si yo digo algo respecto a esto, no tendrá ningún valor, pues soy yo mismo el que se halla en tela de juicio. El que yo afirme que soy honesto no tiene ninguna validez. Tampoco tendrá validez el que diga que no soy honesto, pues lo que está en duda es si la persona que afirma estas cosas es o no un hombre honesto. Por tanto, cualquier cosa que diga a este respecto no tendrá valor alguno. Será en vano. Tendrás que experimentar en el terreno del sexo y descubrir por ti mismo si soy o no honesto. Cuando tengas la experiencia, sabrás la verdad de lo que digo; no hay otra forma de decidir este punto. Por ejemplo, si os hablo sobre técnicas de natación, podréis tener dudas respecto a si mi método es factible y si es o no correcto. Yo replicaría diciéndoos que nos fuéramos a un lugar donde pudierais bajar al río y sumergiros en el agua. Si mi sugerencia resultara útil para cruzar el río, deberíais concluir que lo que dije no era inútil ni falso.
Acerca del asunto de Freud, quisiera explicarle al amigo que, posiblemente, Freud no sabía nada respecto a lo que estoy hablando. Freud fue uno de los pocos visionarios que han guiado a la Humanidad hacia la liberación, pero él no tenía ni idea acerca del sexo espiritual. El tipo de conocimiento que Freud sistematizó fue respecto al sexo «enfermo». Su investigación apunta a lo patológico. Freud fue como un médico y sus innovaciones son similares a los tratamientos diseñados para enfermos. El no ha estudiado el sexo normal y sano. Fue un erudito investigador de la enfermedad, de la perversión, pues su mente se hallaba fundamentalmente enfocada al tratamiento, a la cura.
Por tanto, si te sientes inclinado a confirmar mi veracidad, deberías revisar la filosofía tántrica. El Tantra realizó tempranos intentos por espiritualizar el sexo, pero hemos prohibido referirnos al Tantra desde hace miles de años. Los monumentos de Khajuraho y los templos de Puri y Konarak son sus pruebas vivientes. ¿Has ido alguna vez a Khajuraho? ¿Has visto sus estatuas? Si es así, debes de haber expe-rimentado dos fenómenos extraordinarios. En primer lugar, al ver las estatuas desnudas que copulan, no habrás sentido nada de vulgar en ellas. No habrás hallado nada maligno o repugnante en estas esculturas desnudas que se aparean. Al contrario, habrás tenido un sentimiento de paz; entra en ti una sensación sagrada. Esta reacción produce una completa sorpresa. Los visionarios que crearon estas estatuas habían visto y conocido el sexo espiritual desde muy cerca.
Si ves a un hombre dominado por el sexo, si observas sus ojos, su rostro, lo verás feo, temible, bestial. Verás una lascivia perturbadora y feroz en sus ojos. Cuando una mujer ve a un hombre -aun al más querido- acercársele lleno de lascivia, verá en él a un enemigo, no a un amigo. El hombre no le parecerá humano, sino un mensajero del infierno. Pero en los rostros de esas estatuas verás una sombra gloriosa de Buda, un reflejo de Mahavira. La serenidad, la emoción en los rostros de las estatuas que se aparean y en los iconos que copulan es la del samadhi. De ellas emana una cualidad sagrada y serena. Si meditas sobre esas estatuas, lo único que te envolverá será una ola de eterna paz. Sentirás reverencia. Si temes que la sexualidad se apodere de ti al ver las estatuas e iconos desnudos, te suplico que sin más demora, vayas directo a Khajuraho. Khajuraho es un monumento único en esta tierra, pero nuestros moralistas, como el difunto Shri Purshottamdas Tandon y sus colegas, eran de la opinión de que los muros de Khajuraho debían ser cubiertos con un revestimiento de terracota, pues ellos creen que esas imágenes inspiran sexualidad. Me quedé asombrado cuando oí eso. Los que construyeron Khaju-raho tenían una intención clara: que si las personas se sentaban frente a las estatuas y las observaban, desapareciera su lujuria. Esas imágenes han sido objeto de meditación durante miles de años. Se sabe que a personas supersexualizadas se les sugirió que meditaran y se dejaran disolver en esas estatuas.
Aun cuando hemos comprobado que esto es una realidad en la experiencia humana, no hemos logrado darnos cuenta de ello. Para dar un ejemplo, si vas andando y ves a dos personas peleando en el camino, te darán ganas de detenerte y mirar la pelea. ¿Por qué? ¿Has pensado alguna vez en qué es lo que obtienes observando las peleas de otros? Te detienes -digamos, por media hora- dejando de lado un montón de trabajo, para ver una pelea. Acudes a combates de boxeo. ¿Por qué? Es posible que no sepas que eso produce un efecto curativo. Tu instinto de pelea, profundamente enraizado, se aquieta viendo pelear a dos hombres. Se disipa, es expulsado y en igual pro-porción te calmas. Si uno se sentara en calma, con una mente tranquila y meditara y observara a los iconos copulando, el maníaco interno, la loca sexualidad del hombre, podría evaporarse.
Un hombre acudió a un psicólogo con un problema. Se hallaba muy irritado con su jefe. Si el jefe le decía algo, él se irritaba y sentía deseos de sacarse el zapato y golpearle con él.
Pero, ¿cómo vas a ser capaz de pegar a tu jefe? Y sin embargo, no es posible que exista nadie que no desee pegarle a su jefe. Resulta excepcional encontrar a un empleado que no sienta eso. Sabes esto si eres un empleado y también lo sabes si eres un jefe. Un empleado siempre se halla molesto por estar trabajando y siempre se halla con ánimo de incomodar.
De uno u otro modo, este hombre siguió reprimiendo, cada vez que lo sentía, el deseo de pegarle a su jefe. El problema comenzó a agravarse y, temeroso de que un día u otro pudiera realmente golpear al jefe, comenzó a dejar sus zapatos en su casa antes de ir a la oficina. Pero no lograba olvidar los zapatos que había dejado en su casa. Cada vez que veía a su jefe, sus manos se dirigían auto-máticamente hacia los pies, pero por fortuna, los zapatos se habían quedado en casa. Le tranquilizaba el no llevarlos consigo, pues un día, en un arranque de locura, podría sacarse un zapato y lanzárselo al jefe.
Pero no se liberaba de los zapatos dejándolos en casa. El zapato cobraba inusitada importancia en su mente. Si se encontraba dibu-jando garabatos con un lápiz, dibujaba un zapato en el papel. En sus momentos de ocio, los garabatos cobraban la forma de un zapato. El zapato invadía su mente. Tenía un temor mortal de ser capaz de atacar al jefe alguna vez, en cualquier momento. Declaró en su casa que era mejor que no fuese a la oficina, pues su estado mental era tal que ya no necesitaba nada con lo que dar golpes. Sus manos ya habían comenzado a dirigirse a los pies de sus colegas. En este trance, sus parientes en su casa pensaron que ya era hora de llevarlo a un psi-quiatra. Así que lo llevaron.
El psiquíatra dijo que la enfermedad no era grave. Era curable. Sugirió que colgase una fotografía del jefe en la casa y que la golpeara con un zapato cinco veces cada mañana. La foto debía ser golpeada cinco veces cada mañana, religiosamente, antes de ir a la oficina, sin dejar de hacerlo ni un solo día. El ritual debía ser observado como la misa diaria, como las oraciones diarias. Luego, después de regresar de la oficina, el proceso debía repetirse todos los días.
La primera reacción del hombre fue: «¡Qué absurdo!» Aunque asombrado, internamente se sentía contento. Colgó la foto e inició el ritual, tal como se le había aconsejado. El primer día, cuando fue a la oficina después de golpear la foto cinco veces, tuvo una extraña sen-sación. No se sentía tan irritado como solía estar y en un par de semanas se volvió muy cortés con el jefe.
El jefe también observó un cambio en él. Por supuesto que él no sabía lo que estaba ocurriendo. También le dijo al empleado que últimamente le sentía muy cortés, muy obediente y muy amable. Quería saber qué pasaba.
El empleado replicó: «Por favor, no me pregunte; de otro modo, puede que todo se trastorne otra vez. No puedo decírselo.»
¿Qué es lo esencial en esto? ¿Puede lograrse algo golpeando una fotografía? Sí, golpeando la fotografía, la obsesión por golpear con el zapato se fue esfumando: el complejo desapareció.
Templos como los de Khajuraho, Konarak y Puri deberían estar en cada rincón de este país. No hay nada importante en otros templos, nada científico, nada planeado, ningún significado. No constituyen una necesidad. Pero la existencia de los templos de Khajuraho y de otros similares a éstos es muy significativa. Cualquiera que tenga la mente repleta de sexo debería ir allí y meditar. Cuando regresara, sentiría su corazón más aliviado, se sentiría apaciguado. Los tántricos intentaron elevar el sexo al nivel espiritual, pero los predicadores mora-listas de nuestro país no permitieron que el mensaje llegase a las masas.
Esta es también la gente que desea impedir mis charlas.Tres días después de mi regreso a Jabalpur, después de mi charla en el Auditorio Bharatiya Vidya Bhavan, recibí una carta de un amigo, diciéndome que si seguía con este tipo de charlas sería asesinado. Tuve deseos de contestarle, pero ese beligerante caballero parece ser un cobarde. Ni firmó su carta ni mencionó su dirección. Posiblemente temió que yo informara de esto a la policía. Sin embargo, si él está presente aquí, debería aceptar mi respuesta. Suponiendo que se encuentre en este lugar, estoy seguro de que se oculta detrás de un muro o un árbol. Si se encuentra aquí, deseo decirle que no voy a informar de su amenaza, pero que debería darme su nombre y dirección, de modo que al menos pueda enviarle una respuesta. Si no se atreve a hacer eso, debería entonces escuchar mi respuesta con atención.
Lo primero y que quizás él no sabe, es que no debiera apresurarse por matarme, porque al unirlo al impacto de la bala, lo que estoy diciendo se transformará en una verdad eterna. Si Jesús no hubiese sido crucificado, el mundo le habría olvidado hace mucho tiempo. Su persecución fue en cierto modo, beneficiosa. George Gouzette afirma que el mismo Jesús planeó su crucifixión. Jesús quiso ser cru-cificado, pues de ese modo, todo lo que predicó se transformaría en verdad viva durante una eternidad y beneficiaría a millones de personas.
Esto podría haber ocurrido realmente, pues Judas, que vendió a Jesús por treinta monedas, era uno de sus seguidores más queridos. No es muy creíble que aquél que permaneció durante años junto a Jesús pudiera venderle por una insignificante cantidad de dinero, a menos que Jesús le sugiriera que lo hiciese, que se uniera al enemigo y, posiblemente, que arreglase la persecución de modo que las pala-bras de Jesús pudiesen convertirse en una fuente eterna de néctar y liberar a billones de personas. Podría haber habido trescientos millones de jainos en el mundo -y no solamente tres millones, como es el caso- si Mahavira hubiese sido crucificado. Pero Mahavira murió plá-cidamente; posiblemente ni siquiera había oído de la muerte por crucifixión. Nadie intentó crucificarlo ni él intentó que lo hicieran. Tampoco Buda, ni Mahoma, ni Rama, ni Krishna; ni siquiera Maha-vira, pero Jesús fue clavado a la cruz. Y hoy en día la mitad del mundo es cristiana. El mundo entero puede ser convertido al cristianismo. Ese es el lado positivo de la crucifixión. Por lo tanto, le digo a mi amigo que no se apresure respecto a eso, pues, de otro modo, se arrepentirá por el resto de sus días.
El segundo punto es que no debe inquietarse por esto pues yo tampoco tengo la intención de morir tendido en una cama. Me esforzaré lo más posible por lograr que alguien me dispare. No debería sentirse tan apurado, pues yo mismo lo arreglaré cuando llegue el momento adecuado. La vida es útil; pero cuando uno es asesinado, la muerte es también muy útil. La muerte a balazos puede finalizar lo que la vida no pudo completar.
Los hombres siempre han repetido este grave error; la gente que dio el veneno a Sócrates, la gente que acabó con Mansur, la gente que crucificó a Jesús. Todos estos fueron actos infantiles, condenados al fracaso. Y también en forma muy reciente, aquél que le disparó a Gandhi no sabía que ninguno de los devotos o seguidores de Gandhi habría logrado prolongar su recuerdo hasta el extremo en que él, por sí sólo, lo hizo. Cuando se le disparó y se estaba muriendo, Gandhi unió las manos en ademán de reverencia . Esa reverencia fue muy significativa, ese gesto de unir las manos fue expresivo, en el sentido de que su último y mejor discípulo había finalmente llegado, porque fue él quien inmortalizó a Gandhi. Dios había enviado al hombre adecuado.
Nadie muere al ser asesinado: eso sólo logra inmortalizarle. La trama de la vida es complicada, la historia de la vida se halla llena de suspense. Las cosas no son tan simples. Aquél que muere en su cama muere para siempre, mientras que aquél que muere de heridas de bala no muere.
Mientras era preparado el veneno, algunos de sus amigos le pre-guntaron a Sócrates, «¿Qué debemos hacer con tu cuerpo? ¿Debe-mos incinerarlo o enterrarlo, o qué?» Sócrates rió y dijo: «Tontos, ¿no sabéis que no podréis enterrarme? Yo seguiré viviendo aun después de que todos hayáis desaparecido. El truco consiste en que, al elegir la muerte, viviré para siempre».
Por esto, mi amigo, si es que se halla aquí, debiera tener presente que no hay que actuar sin reflexionar. De otro modo, en su prisa, sal-drá perdiendo. Yo no recibiré daño, pues no soy de aquellos que son perforados por las balas. Soy de los que sobreviven a las heridas de bala. No debiera apresurarse. Y tampoco debiera inquietarse, pues estoy haciendo todo lo posible por no morir en la cama. Ese tipo de muerte es impropia, es una muerte inútil.
Y la tercera cosa que deberá recordar es que no ha de temer firmar sus cartas o añadir la dirección del remitente, pues si estoy convencido de que alguien es lo suficientemente valeroso y se halla dispuesto a matarme, acudiré a una cita sin informar a nadie, de modo que posteriormente no se vea implicado en el asesinato.
Pero no hay nada extraño en ese hombre. La locura de ese tipo existe. El que escribió la carta lo hizo con la convicción de que estaba protegiendo la religión. Escribió pensando que yo intento destruir la religión, y que él la está protegiendo. Su intención no es mala. Sus sentimientos son muy sinceros y muy religiosos. Esta gente religiosa ha estado jugando con los sentimientos del mundo. Sus intenciones son muy buenas, pero la inteligencia es muy pobre. Estos santurrones y la gente de su tipo han sofocado, desde hace muchísimo tiempo, el desvelamiento de las verdades de la vida. La ignorancia se ha exten-dido por todas partes, debido al oscurecimiento de la verdad. Y estamos tanteando, cayendo, perdidos en la oscura noche de la ig-norancia. Estos predicadores morales han erigido altos púlpitos en medio de nuestra oscuridad, para sermonearnos.
Es también igualmente cierto que esos mal llamados santones se hallarán fuera de lugar cuando los rayos de la Verdad comiencen a surgir en nuestras vidas. Cuando logremos entablar una relación viva con Dios en el samadhi, cuando nuestras vidas corrientes y mundanas comiencen a transformarse en vidas divinas, no quedará espacio para los predicadores. El predicador se halla en ventaja mientras la gente se halla a tientas en la oscuridad. El médico es necesario cuando la gente enferma; sin embargo, el doctor será despedido cuando la gente deje de enfermarse. La profesión médica, tal como la profesión de predicador, se halla llena de conflictos internos, pues la vida de un médico depende de que la gente enferme. Aun cuando a un médico se le ve públicamente tratando a los pacientes, él espera que la gente enferme. Y cuando hay una epidemia, agradece a Dios por el negocio, por la llegada de la estación.
Oí una historia. Una noche, unos amigos estaban teniendo una gran fiesta, bebiendo y comiendo en un bar, disfrutando hasta tem-pranas horas de la mañana. Cuando comenzaron a irse, el dueño del bar le pidió a su esposa que agradeciese a Dios por enviarles tal canti-dad de clientes. Si ese ajetreo seguía así, se volverían ricos.
El cliente, mientras estaba pagando la cuenta, le pidió al propietario que también rogara por la prosperidad de su propio negocio, de modo que pudiesen venir nuevamente. El dueño del bar le preguntó: «A propósito, ¿cuál es su negocio, señor?»
«Soy dueño de una funeraria», le contestó, « Mi negocio prospera cuanta más gente muere.»
En forma similar, la profesión de un médico es curar a la gente; sin embargo, obtiene más dinero si la gente enferma. Su deseo interno es que el paciente no se cure pronto. Por eso los pacientes ricos tardan en curarse. Los pacientes pobres mejoran pronto, pues el doctor no obtiene mucho beneficios si el pobre permanece enfermo por más tiempo. Las ganancias provienen de los pacientes ricos y de allí que su curación se prolongue. Aun cuando no sea así, el rico siempre está mal; es la respuesta a las oraciones del médico.
El predicador es también de la misma clase. Cuanto más inmoral sea la gente, mayor sea el crecimiento de los elementos antisociales; cuanto más se extienda la anarquía, más alto se eleva su púlpito, pues entonces es mayor la necesidad de que los predicadores exhorten a la gente a respetar la no-violencia, a seguir a la verdad, a comportarse en forma honesta, a observar esta norma, a respetar esta máxima, etc. Si la gente es virtuosa, moderada, disciplinada, pacífica, honesta, santa, el predicador dejará de existir.
Y un hecho más: ¿Por qué hay tantos líderes y predicadores en la India, más que en ninguna otra parte del mundo? ¿Por qué en todos y cada uno de los pueblos y en todas y cada una de las casas hay un monje, un pundit, un gurú, un swami o un sacerdote? ¿Por qué hay aquí tantos líderes religiosos?
Aunque tengamos tantos santos y gurús, uno no debiera concluir por ello que somos gente muy religiosa. De hecho, hoy en día, somos una de las naciones más irreligiosas e inmorales que existen en el mundo. Es por eso que son tantos los predicadores que aprovechan la oportunidad y obtienen una ocupación en nuestro país. Esto se ha transformado en nuestra imagen nacional.
Un amigo me envió un artículo de una revista norteamericana. Me preguntaba mi opinión acerca de algo que le faltaba. Era un artículo humorístico. Afirmaba que el carácter de cualquier persona podía ser determinado si se le emborrachaba. Si un holandés se emborracha, se pondrá a comer y rehusará alejarse de la mesa. Apenas beba, estará comiendo durante dos o tres horas. Si a un francés se le da de beber, comienza a sentir deseos de cantar y bailar. Si un inglés se halla bebido, se irá a un rincón y se quedará quieto. Habitualmente es un hombre calmado, pero cuando se emborracha, se transforma en el más sobrio. Esas son las reacciones típicas de las diferentes nacionalidades. Sin embargo, por error o ignorancia, no se mencionaba a un hindú. El amigo preguntaba, qué tenía yo que decir respecto al carácter hindú. ¿Qué ocurriría si a un indio se le hacía beber en exceso? Le dije que la respuesta era conocida por todo el mundo. Si un hindú se emborracha, de inmediato comienza a predicar. Ese es nuestro carácter nacional.
Esta hilera interminable de predicadores, ascetas, monjes y gurús es señal de una enfermedad muy difundida, una indicación de inmoralidad. Y lo más peculiar es que ninguno de estos líderes desea, en lo más profundo de su corazón, que la inmoralidad desaparezca, que la enfermedad sea erradicada, pues si es curada, el predicador ya no será tolerado. Su deseo más interno es que la enfermedad continúe, que aumente. La forma más fácil de impedir que esta enfermedad sea atendida es dificultar el cultivo de cualquier conocimiento básico acerca de la vida y también, atemorizar al hombre respecto a la com-prensión de los núcleos más profundos e importantes de la vida y cuyo desconocimiento producirá automáticamente el aumento de la inmoralidad, el libertinaje y la corrupción.
Si la gente reconoce e intenta explorar y reconocer estas facetas profundamente aclaratorias y reveladoras, la irreligiosidad y las en-fermedades que la acompañan comenzarán a desaparecer una a una.
Deseo llamar vuestra atención hacia el hecho de que el sexo es el núcleo fundamental de la inmoralidad. Siempre ha sido la causa básica y más influyente de perversión, corrupción y aletargamiento en el hombre. Y por eso, los líderes religiosos nunca desean hablar acerca del tema. Un amigo me ha escrito un mensaje diciendo que ningún santo ni ningún gurú habla acerca del sexo. Escribe que la alta estima que me profesaba ha menguado debido a mis charlas respecto al sexo. Le respondí diciendo que no hay nada malo en ello. En primer lugar, si había tenido en un momento dado un cierto respeto hacia mí, éste era su error. ¿Por qué iba a ser necesario el tenerme una especial consideración?¿Cuál era su motivación? ¿Cuándo le solicité yo que me tuviera respecto? Si me profesaba respeto, fue su error; si no lo siente ahora, ése es su derecho. Ni soy un mahatma, ni me interesa serlo.
Si yo tuviese el deseo de convertirme en un mahatma o un gurú, es seguro que nunca habría elegido este tema. Un hombre no puede trasformarse en mahatma si no es lo suficientemente hábil en la selección del tema de sus charlas. Pero nunca he sido un mahatma. No soy un mahatma. Y es seguro que no deseo convertirme en uno. Ese deseo es también una forma sutil de explotación. Explotación practicada por gurús. No; no deseo transformarme en un mahatma, porque el deseo mismo es una proyección de un ego sutil y refinado. Soy un hombre y eso me basta. ¡Ah! ¿No es acaso suficiente ser sólo un hombre? ¿Acaso no puede el hombre estar satisfecho sin sentarse sobre las espaldas de otros hombres, sin imponerse a los demás, sin adquirir poder de una forma u otra? Sea cual sea la posición en que me encuentre, me siento feliz y satisfecho.
Deseo la grandeza para la Humanidad. Anhelo un hombre superior. ¡Ah! ¿Y no es acaso lo más grande el convertirse en un hombre con todo el potencial de la cualidad humana? Y todo hombre puede volverse grande. Los días de mahatmas y gurús han terminado. Los mahatmas ya no son necesarios. Es esencial que haya una Humanidad mejor; ahora necesitamos una gran Humanidad. Han exisitdo muchos grandes hombres ¿Qué obtuvimos de ellos? No necesitamos grandes hombres, sino una gran Humanidad. Me com-place que al menos una persona se haya desilusionado. Al menos una persona se ha dado cuenta de que no soy un gran hombre. Este es también un gran consuelo: la desilusión de un hombre. Este amigo me ha enviado el mensaje en un intento de seducirme con ser un mahatma. Cree que yo podría convertirme en un gran gurú si dejo de hablar sobre esta clase de temas. Hasta ahora, los mahatmas y gurús se han visto engañados por este enfoque y, como resultado, estos grandes, pero débiles, hombres, no discutieron esos temas que podrían haber resultado desastrosos para sus posiciones de gurús o mahatmas. Preocupados por salvar sus tronos, nunca les importó el grado en que estaban influyendo para mal en la vida.
A mí no me interesa el asiento en lo alto del pedestal; no sueño con eso. No tengo intención de lograr eso. Por otra parte, temo el momento en que alguien desee hacer de mí un mahatma. Hoy en día, abundan los gurús o mahatmas y para hacerse pasar por uno es conveniente adoptar la pose correcta. Siempre ha sido así. Pero el quid de la cuestión no es la cantidad de mahatmas que estén dis-ponibles sino que es cómo puede evolucionar un auténtico hombre. ¿Qué podemos hacer para lograr ese objetivo? ¿Hacia dónde dirigir nuestros esfuerzos?
Tengo la esperanza de que lo que hemos hablado os guíe por el sendero adecuado para derribar esas barreras que se interponen en el camino hacia la evolución del hombre auténtico. Con esa luz, aparecerá un camino a la vista. Es posible la transformación gradual de vuestra lascivia . Vuestro sexo puede convertirse en vuestro samadhi.
Ahora, tal como estamos hoy, somos nuestra lujuria; no somos nuestra alma. Mañana podremos transformamos en almas también, pero sólo mediante la transformación gradual de nuestra sexualidad ¡Y entonces se iniciará el peregrinaje hacia Dios!
Hay muchas otras preguntas similares respecto a lo que dije ayer. Consideraré algunos puntos centrales con relación a esto.
Os dije que en el acto sexual deberíais esforzaros para mantener una consciencia continua del samadhi. Uno debiera intentar aferrar ese punto, ese aspecto del samadhi que relampaguea como el rayo en medio del acto sexual. Eso que, como una chispa, aparece por un segundo y luego desaparece. Uno debiera esforzarse por conocerlo, por familiarizarse con él, por abrazarlo. Si al menos en una ocasión puedes contactar con él totalmente, descubrirás que en ese momento no eres un cuerpo, que careces de cuerpo. Durante esa fracción de tiempo, no eres un cuerpo. En ese momento te vuelves alguna otra cosa; el cuerpo se deja atrás y te transformas en el alma, en tu ver-dadero yo. Si tienes un vislumbre de ese resplandor al menos una vez, podrás perseguirlo mediante el dhyana para establecer una relación más profunda y duradera con él. Y entonces, el camino hacia el samadhi es tuyo. Cuando esto se vuelva parte de tu comprensión, parte de tu conocimiento y de tu vida, no quedará espacio para la lascivia sexual.
Otro amigo se halla temeroso respecto a qué le pasará a nuestra progenie, nuestra raza, si el sexo desaparece de este modo. Si de esta forma, todo el mundo llega al celibato por vía del samadhi, ¿qué pasará con la generación futura?
Se puede asegurar con toda rotundidad que no habrá el tipo de niños que hay ahora. La forma actual de procreación es adecuada para los gatos, perros y animales, pero no para el hombre. ¿Qué clase de actitud hacia la procreación es la que tenemos? ¿Qué clase de insensata forma de engendrar niños es ésta? Esta clase de generación masiva, accidental, no tiene un objetivo; es inútil. ¡Qué inmensa muchedumbre nos hemos vuelto! La población ha aumentado hasta tales proporciones que, según los científicos, si no se hace algo pronto, en cien años, no habrá espacio para mover los dedos de los pies. Dentro de cien años te sentirás en medio de una congregación; donde mires te encontrarás con una reunión en marcha. Resultará innecesario convocar a una reunión.
La pregunta de nuestro amigo es muy importante. También podría preguntar cómo se generarían los niños si el celibato se convirtiera en cosa corriente.
Deseo darle otra nueva visión y vosotros también deberíais tomar nota. Los niños pueden ser procreados en el celibato; pero entonces, todo el propósito y significado del engendrar niños tendrá una nueva dimensión. La lujuria no es el vehículo correcto para la procreación. Sólo el celibato lo es. El nacimiento de un niño, tal como ocurre ahora, es accidental: te acercas al sexo por otro motivo y los niños aparecen de por medio. Nadie tiene relaciones sexuales con el propósito de engendrar niños. Los niños son huéspedes indeseados y por tanto solamente puedes amar a los niños del mismo modo con que puedes amar a un huésped que no has invitado... y, ¿cómo tratas a los hués-pedes que no has invitado? Les preparas camas para que estén cómodos, les sirves alimento, les mimas, pero todo se hace única-mente por etiqueta. No existe un sentimiento de amor genuino en nuestro interior. Pensamos constantemente: «¿Cuándo va a irse este pesado?».
El mismo tratamiento tendrán los niños indeseados. Simplemente porque nunca quisimos tenerlos; estábamos buscando otra cosa. Ellos fueron subproductos. El niño actual no es un producto, es un sub-producto. Ellos no son producidos. Aparecen como la paja que viene con el grano.
Y de este modo el mundo entero ha estado empeñado en proteger al sexo frente a esos accidentes. El control de la natalidad se desarrolló en base a esta actitud del hombre. Se desarrollaron instrumentos arti-ficiales de modo que podamos disfrutar del sexo y también nos salvemos de los niños. Desde hace mucho tiempo, se han hecho grandes esfuerzos por rescatar al hombre de este mal llamado mal. Incluso las antiguas escrituras ayurvédicas mencionan los remedios. El egoísta científico moderno también se halla incómodo respecto al mismo asunto del que se preocupaban los pundits del Ayurveda hace tres mil años.
¿Por qué? ¿Por qué se concentra el hombre en investigar esto? Los niños producen tormentas. Aparecen de improviso, traen la carga de la responsabilidad y también existe el peligro añadido de la apatía que se crea en las mujeres hacia el sexo, especialmente después de haber dado luz a uno o más niños.
Los hombres tampoco desean tener niños. Puede que un hombre desee tenerlos si no tiene ninguno. No porque ame a los niños, sino porque ama a sus posesiones. Cuando una persona desea tener un hijo no te engañes creyendo que su alma se halla ansiosa por un hijo, por un nuevo e inocente ser humano. Trabajando duro ha amasado su riqueza y quién sabe quién va a quedarse con ella después de su muerte. Por lo tanto, necesita a un heredero, alguien con su sangre para salvar sus bienes, para disfrutarlos. Nadie desea a un niño sólo por el niño. Intentamos protegernos, pero ellos aparecen cuando lo desean. Disfrutamos del sexo y de pronto, el niño aparece. Esos niños son un sub-producto de la sexualidad, y a eso se debe que sean tan enfermizos, tan débiles, tan frágiles y llenos de ansiedad.
Los niños también pueden ser engendrados en el celibato, pero el florecimiento posterior no será el de un subproducto del sexo. En-tonces el sexo será el medio de engendrar al niño, y no el fin en sí.
Te subes a un avión para ir a Delhi. El avión es un medio para llegar a Delhi. Al llegar a tu destino, no dirás que no quieres bajarte del avión. Habiendo ya alcanzado el estado super-consciente a través del sexo, habiendo alcanzado el estado de brahmacharya, el estado de comunión con la divinidad, el nacimiento de un niño será un verda-dero producto, una verdadera creación. Pero hasta ahora, nuestra inge-niosa mente se ha concentrado en construir mecanismos de defensa para evitar a los niños y poder disfrutar del sexo plenamente. Los esfuerzos deberían dirigirse en la dirección opuesta. Sin embargo, en nuestra situación actual, deseamos quedarnos pegados a nuestro asiento aun después de llegar Palam, el aeropuerto de Delhi. ¿Entiendes mi punto de vista? Si el brahmacharya se extiende, nuestra inventiva se podrá aplicar al ámbito espiritual. En este momento, el impulso se dirige en la dirección opuesta. Es decir: rechazar a los niños y disfrutar del sexo, sólo por el gusto del sexo.
Yo también quiero preguntarle a este hombre porqué se halla tan preocupado por salvar al mundo del brahmacharya. Se siente muy preocupado respecto a que si la gente alcanza el brahmacharya, el celibato, eso pueda detener la procreación y terminar con el mundo.
Amigo mío, la posibilidad del brahmacharya es, en este momento, nula. Y seguirá siendo nula mientras se halle presente esta extraor-dinaria, insensible y consciente falta de respeto por el sexo. No, no hay peligro para el mundo en ese sentido. Pero la posibilidad de extinción aumenta día a día, debido a la continua procreación accidental. El mundo acabará si se siguen engendrando niños de este modo. No necesitaremos bombas atómicas o de hidrógeno. Esta po-blación que se multiplica constantemente, este lascivo subproducto de un enjambre de gusanos, se destruirá a sí mismo.
El hombre que sea resultado del brahmacharya será de un nivel diferente. Tendrá una longevidad que ahora no podemos ni imaginar. Estará en excelentes condiciones de salud; no tendrá enfermedades. Su forma y figura serán las de una estatua majestuosa. Una fragancia etérea emanará de su personalidad. La bondad, el amor, la verdad, la belleza y la religión conformarán su carácter. La religión será parte innata en él. Será como una divinidad encarnada.
Hemos sido engendrados irreligiosamente. Sufrimos de irreligiosidad desde nuestro nacimiento; morimos en la no-religión y, entre tanto, hablamos, hablamos y hablamos acerca de la religión desde el nacimiento a la muerte, durante todo el trayecto de la vida, día y noche. En esa Humanidad superior no habrá chismorreos ni vanas discusiones sobre la religión, porque la religión será su modo de vida. Hablamos de aquello que no está presente en nuestra vida. Generalmente no hablamos de aquello que sí forma parte de ella. Por ejemplo, no hablamos del sexo, porque ésa es nuestra forma de vida, pero sí hablamos de Dios, pues ésa no lo es. En realidad, hablamos y quedamos satisfechos hablando acerca de aquello que no podemos alcanzar u obtener.
¿Te has dado cuenta de que las mujeres hablan más que los hombres? Las mujeres siempre están ocupadas hablando de una cosa u otra, con los vecinos, con cualquiera. Sin querer ofender a nadie, se dice que es muy difícil imaginar a dos mujeres sentadas durante mucho rato en el mismo lugar sin que se hablen la una a la otra.
He oído que en China se organizó un gran concurso para elegir al mentiroso más grande. Todos los mentirosos del país se reunieron en el lugar convenido. El ganador obtendría una gran recompensa.
Cuando le tocó el turno, un hombre dijo: «Fui a un parque, y vi a dos mujeres sentadas en un banco, cada una atendiendo sus que-haceres. Estaban calladas».
Se alzó un rugido de vítores. La gente gritó: «No puede haber un embuste más grande que éste. Este es el colmo de las mentiras».
Todos votaron por este hombre...
¿Por qué las mujeres hablan tanto? Los hombres trabajan, pero las mujeres no tienen mucho qué hacer. Cuando no hay trabajo, cuando no hay mucha actividad, siempre hay esa charla ociosa. Este rasgo femenino es el carácter nacional de la India. No hay progreso: sólo charlas y discusiones.
El hombre nuevo que surja del brahmacharya no será parlanchín, sino que vivirá la vida y no hablará y hablará respecto a la religión. Vivirá en ella. La gente olvidará entonces a la religión como tema de discusión, pues ésta formará ahora parte de su naturaleza. Pensar en ese hombre, imaginárselo, es prodigioso; inspira un temor reverente. Han nacido hombres como ésos, sin embargo, sus nacimientos fueron accidentales.
Ocasionalmente, de vez en cuando, nace un hombre de esa belleza, al que ni siquiera las ropas lo hacen más bello. Se eleva, sin vestiduras, desnudo. El brillo de su hermosura se extiende a todo su alrededor. La gente se agolpa en torno a él para verle, para echarle una ojeada a la Verdad viviente. Un hombre así posee tal resplandor, tanta vitalidad que aunque su nombre sea Vardhaman, la gente le llama Mahavira. Tal era el brillo del brahmacharya en él, que la gente se postraba frente a este hombre-Dios. A veces nace un Buda, un Cristo, un Lao Tse. Con dificultad podemos encontrar unos pocos nombres en toda la historia de la Humanidad.
El día en que los niños nazcan del celibato, engendrados desde una divina comunión - probablemente no os guste cómo suena la frase «niños engendrados en el celibato», pero estoy hablando de una nueva concepción, de una posibilidad más noble-, el día que el niño florezca desde celibato, la Humanidad será tan hermosa, tan poderosa, tan considerada, tan energética, tan inteligente, que el conocimiento del Yo, o del Super-Yo, o de la Consciencia Universal, no estará muy lejos. Aun cuando imaginar esto resulta difícil, permi-tidme clarificarlo mediante un ejemplo. Si le dices a alguien que sufre de insomnio que tú puedes dormir apenas pones tu cabeza sobre la almohada, es muy probable que no lo crea. Dirá que él cambia de lado en la cama, que se levanta, que se sienta, que recorre su rosario, que cuenta ovejas, pero que no se duerme. Dirá que eres un men-tiroso. Dirá que cómo puede ser posible dormirse instantáneamente con sólo tenderse en la cama. Se quejará de que, habiendo intentado un montón de experimentos, no ha logrado dormir profundamente, a veces, ni siquiera un instante en toda la noche.
Un treinta o un cuarenta por ciento de los residentes en Nueva York toman pastillas para dormir, y los psicoterapeutas temen que, en un plazo de cien años, nadie pueda dormir de forma natural. Enton-ces, todo el mundo tomará tranquilizantes para irse a la cama. Si éste es el estado actual de la salud mental en Nueva York, entonces lo mismo podría suceder en la India dentro de otros doscientos años, pues los líderes hindúes no se rezagan demasiado en cuanto a copiar a los extranjeros. No podemos estar muy atrás. Si plagiamos todo lo suyo, ¿cómo podríamos olvidarnos de esto?
Así, es posible que en quinientos años todos los hombres del mundo tomen píldoras para dormir antes de acostarse. Al nacer, un niño pedirá un tranquilizante y no leche porque no se habrá encontrado tranquilo ni en el vientre de su madre. En ese momento, resultará difícil convencer a la Humanidad de que quinientos años atrás el hombre podía cerrar los ojos y dormirse sin barbitúricos. Dirán que eso no es posible, qué cómo podrían haberlo hecho.
De forma similar, resultará muy difícil convencer a «la Humanidad nacida del celibato» de que la gente fue un día deshonesta, de que un día existieron los ladrones, los asesinos, de que tiempo atrás los hom-bres se suicidaban, de que se envenenaban entre sí o se acuchillaban unos a otros o que guerreaban. Tampoco creerán que el hombre solía nacer de una vulgar sexualidad que no profundizaba un ápice más allá del nivel físico.
Podría surgir un sexo espiritual. Podría comenzar una nueva vida.
Durante los últimos cuatro días, os he hablado de la posibilidad de alcanzar un nuevo nivel de existencia espiritual. Habéis escuchado mis charlas pacientemente y con mucho amor, aun cuando escuchar discursos como éstos en forma apacible debe haber resultado muy difícil. Debéis de haberos sentido a veces incómodos...
Un amigo se me acercó y me expresó su temor a que unas pocas personas, las cuales pensaban que no se debía hablar de este tema, se pusieran de pie y vociferaran hasta interrumpir la charla. Creía que algunos podían protestar airadamente en contra de la discusión de un tema como éste en público. Le dije que habría sido mejor que hubiese habido gente tan valerosa. ¿Dónde hay hombres tan valerosos que se pongan de pie en una reunión pública y le pidan al orador que interrumpa la charla? Si hubiese personas tan valientes en este país, hace mucho tiempo que habrían acallado los disparates y estupideces que, desde altos estrados, pronuncian una interminable serie de tontos. Pero éstos no se han detenido, no los han acallado y nunca los silen-ciarán. Todo el tiempo estuve esperando al valiente que se pusiera de pie y me pidiera que interrumpiera la charla. Entonces habría discutido en detalle el asunto con él. Me habría encantado que sucediera eso.
Y de este modo, habéis estado escuchando tranquilamente estos discursos sobre este tema, a pesar de que muchos temían que alguien se pusiera de pie a protestar y a producir alboroto. Habéis sido muy amables. Estoy agradecido de que me hayáis escuchado tan paciente y tranquilamente.
Concluyendo, deseo desde lo más profundo de mi corazón que la lujuria que se halla en nuestro interior se transforme en una escalera mediante la cual alcancemos el templo del amor. El sexo que se halla en nuestro interior puede convertirse en un canal para alcanzar la superconsciencia.
Muchas, muchas gracias, y finalmente me inclino ante el Supremo asentado en el interior de todos nosotros.
Por favor, aceptad mis respetos.
viernes, 26 de febrero de 2010
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